En el museo de la fe: Nosotros
por Christopher Shaw
La fe es el eslabón que une nuestras vidas con todos los santos a lo largo de la historia
Versículo: Hebreos 11:6
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11:6 En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan.
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El eje central de la vida de todos los santos en el museo del capítulo once es, precisamente, la fe. El autor de la epístola nos dejó, en la entrada al museo, una definición de la fe, para que supiéramos en base a que criterio reunía a esta galería de ilustres héroes y heroínas. Una vez dentro del museo nos presenta con el principio universal que une la vida de personas que vivieron en diferentes siglos y distintas circunstancias. De hecho, ese mismo principio nos une a nosotros con Abraham, Moisés, Elías, Amós, Juan el Bautista, Pedro y cientos de figuras a lo largo de 2000 años de historia de la Iglesia. El principio es sencillo pero tajante: sin fe es imposible agradar a Dios. La fe es el único elemento que no puede estar ausente en la vida del verdadero discípulo. El término «imposible» se refiere a una incapacidad, no a una dificultad. Es importante señalar esto porque algunos nos podemos sentir tentados a creer que la vida espiritual sin fe torna más complicada nuestra relación con Dios. El autor, sin embargo, opta por expresarse en términos absolutos. Afirmar que es imposible agradar a Dios sin fe, es lo mismo que declarar que el hombre no puede volar por si mismo, o vivir debajo del agua sin la ayuda de sofisticados aparatos. No se trata de algo que se pueda resolver con un poco de esfuerzo y buena disposición. Sencillamente no está a nuestro alcance lograr estas hazañas, porque no hemos sido creados con las capacidades para sobreponernos a los límites que imponen la gravedad o la necesidad de respirar oxígeno. Del mismo modo, el discípulo que intenta agradar a Dios sin fe se ha propuesto lo imposible. No existe una opción para la vida espiritual que no incluya el ejercicio de la fe. ¿Cuáles son los dos pilares de esta fe? En primer lugar, debemos creer que Dios es. Esto pareciera ser demasiado obvio como para enunciarlo. No obstante, para muchos Dios es una idea, no una persona. Pueden asistir regularmente a la Iglesia, leer la Biblia, ofrendar y hasta compartir el evangelio con otros, pero la forma en que viven delata que no creen que Dios existe, ni que tendrán que rendirle cuentas por sus hechos. El segundo pilar descansa sobre el mensaje insistente de la epístola: poseer la convicción de que Dios responderá a los que lo buscan con insistencia. Es decir, hemos logrado dar ese salto en el cual convertimos una doctrina en una convicción personal. Todos creemos que Dios sana, por ejemplo. Pero muchos no creemos que sana cuando nosotros estamos presentes. Lo hace en otros lugares y otros contextos. Lo mismo ocurre con la convicción de que Dios responde a quienes lo buscan. Afirmamos la validez de esta declaración; sencillamente no creemos, por las razones que sean, que lo va a hacer en nuestro caso particular. Los que se acercan a Dios deben poseer esa convicción inamovible que «¡él me responderá a mí! Quizás deba insistir por un tiempo, pero no tengo duda alguna de que él me recompensará por esa búsqueda». Esa convicción marca la diferencia entre los que le agradan y los que no le agradan.
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