por Samuel O. Libert
La «experiencia mística» es un hecho, real o imaginario. Pero la interpretación de la experiencia, hecha por el protagonista, por los testigos, o por quienes solamente han oído el testimonio del protagonista, es otro hecho que debe analizarse cuidadosamente.
COMO INTERPRETAR UNA EXPERIENCIA MÍSTICA
Suele haber gran distancia entre la «experiencia» propiamente dicha y la interpretación que el protagonista puede hacer de su propia experiencia en cuestión, o de quienes tan sólo hayan escuchado el testimonio del protagonista. Como es obvio, las «lecturas» y las «relecturas» de cada experiencia se hacen subjetivamente, dado que es imposible hacerlas de otra manera a causa de nuestra naturaleza síquica. Esto nos explica las razones del surgimiento de múltiples religiones, sectas y comunidades fundadas sobre la base de la interpretación subjetiva De todo tipo de experiencias místicas. Obviamente, este fenómeno también podría alcanzar a las iglesias cristianas, engendrando doctrinas o nuevos movimientos espirituales a partir de experiencias de esa naturaleza -y de hecho ha ocurrido en varias ocasiones.
La solución para este problema es sujetarnos a la autoridad de la Sagrada Escritura, reconociendo que la doctrina cristiana no nace de la «experiencia» del hombre sino de la mente de Dios. En un diálogo con los judíos, Jesús definió concretamente el origen de sus enseñanzas cuando declaró: «Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió» (Jn. 7.16). En otras palabras, la doctrina de Jesús no se elabora a partir de la experiencia humana, dado que procede del Padre eterno. Esta doctrina es infinitamente anterior a la experiencia del hombre, aunque haya teofanías y otras «experiencias» místicas que vengan, en verdad, del Señor, y no de alucinaciones o delirios, ni de la fabulación de algunos mitómanos.
La iniciativa doctrinal es de Dios. Citando el Antiguo Testamento, San Mateo revela en el capítulo 13.35 que cuando Jesús enseñaba al pueblo, lo hacía en cumplimiento de lo ya profetizado: «Declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo», es decir, desde antes de las experiencias místicas humanas. El propio Cordero de Dios, cuya sangre fue derramada por nosotros, estaba «ya destinado desde antes de la fundación del mundo» (leer 1ª Epístola de Pedro 1.18-21), cuando el hombre aún no había sido creado.
«La doctrina cristiana no nace de la experiencia del hombre sino de la mente de Dios,»Hay quienes citan el pasaje de la 1a Epístola de Juan 1.1-4, interpretando que esos versículos justifican la elaboración de una doctrina a partir de «experiencias» humanas. Sin embargo, están en un error. Refiriéndose al origen de la revelación, el versículo 5 dice: «este es el mensaje que hemos oído de él» (del Señor). Y en el capítulo 5.9 leemos que «si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo». En 1a Corintios 15.3,4 el apóstol Pablo enfatiza dos veces que tales afirmaciones son «conforme a las Escrituras», ¡más allá de cualquier tipo de experiencia mística! Pablo no pretendía que otros repitieran la experiencia que él vivió en el camino a Damasco. Leer también 2a Timoteo 3.14-17.
«La experiencia mística, si viene de Dios, pone de manifiesto una doctrina preexistente»
Eso es muy importante, porque el peligro consiste en decir: «Si tú no viviste tal experiencia, pues no eres realmente un cristiano consagrado» (o algo por el estilo). Es preciso tener muy en cuenta que el criterio de la «experiencia» nunca debe sustituir a la autoridad de la Palabra de Dios. Quizás Nadab y Abiú, hijo de Aarón, fueron muy sinceros cuando «pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó» (Lv. 10.1, 2), pero su experiencia fue fatal.
Todo esto significa que, a lo sumo, la experiencia mística, si viene de Dios, pone de manifiesto una doctrina preexistente. Inventar una nueva doctrina o crear otro movimiento espiritual en base a supuestas «nuevas revelaciones» que no tienen real asidero en las Sagradas Escrituras es un ejercicio malsano y herético. No podemos ofrecer «fuego extraño».
Conviene recordar que, en la 1a Epístola de Pedro 4.11, el apóstol exhorta: «Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén». Una doctrina fundada en la experiencia mística y no en las Sagradas Escrituras es, en última instancia, una teología humanista tan frágil como la flor de la hierba…: «La hierba se seca, y la flor se cae, mas la palabra del Señor permanece para siempre» (1 Pe. 1.24,25).