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Amor y conflicto

Amor y conflicto

por Eduardo Zapata

Las comunidades de fe, al igual que en el matrimonio, son afectadas por los conflictos que surgen entre las personas reales e imaginarias que se encuentran en la interacción. Lamentablemente en nuestro tiempo ha habido un gran escape a esta complicación.

En un matrimonio son seis las personas involucradas. Una es la esposa, otra es la esposa como ella se ve a sí misma, y otra persona es ella tal como el esposo la imagina. Al mismo tiempo, por el lado del varón, tenemos los otros tres personajes de la contraparte. Muchos de los problemas en el matrimonio vienen de los conflictos entre todas estas personas reales e imaginarias. Esto es algo que se repite en todo grupo social, de una forma u otra, por lo que las comunidades de fe, las iglesias, también son afectadas por esto. Generalmente hay que multiplicar los miembros por tres para saber cuántas personas reales e imaginarias se encuentran en interacción. Los conflictos entre las personas surgen naturalmente y se multiplican por estas variantes.


En nuestro tiempo ha habido un gran escape a esta complicación, desarrollando la idea de ver a la iglesia como un teatro. Toda clase de personas llegan hasta la iglesia por un corto período de tiempo para disfrutar de los «servicios» del teatro. Una noche hay un cantante del extranjero, otra noche un especialista que trae soluciones atrayentes, etcétera. Aun en casos en que se mantienen formas repetitivas, los asistentes suelen ir «a hacer la religión» y luego regresan a la vida cotidiana.


El teatro debe atraer. El buen show es esencial, aunque no suficiente, por lo que hay que ofrecer distintas cosas para que todos tengan algo según sus gustos. La «unidad» está basada en la provisión de alguna cosa que tiene un atractivo para todos durante un tiempo «compartido», pero la unidad puede llegar a formarse alrededor de lo externo, y no como una realidad interna.


El concepto de teatro no requiere que las personas estén comprometidas las unas con las otras en amor y con pureza de corazón. Las personas pueden concurrir sin llegar a ser conocidas, ni tener que conocer a otras. Rara vez hay cambios significativos de personalidad dentro de este contexto, ya que las personas simplemente exigen del teatro que les provea lo que ellos desean o necesitan, sin que se exija de ellos un cambio profundo.


En el matrimonio, el compromiso de estar ligados el uno con el otro es lo que ayuda a los cónyuges a que se enfrenten con las personas reales e imaginarias. En la iglesia también necesita haber esta clase de compromiso entre las personas para dejar de ser «un lugar a donde concurrimos regularmente» y ver crecimiento significativo en las vidas personales de la gente.


He escuchado de una forma u otra y en un sinnúmero de ocasiones la demanda de «Tienes que amarme…» No obstante, como ha dicho A. B. Bruce: «Tengo el derecho de decir en réplica: «Reconozco la obligación en lo abstracto, pero exijo de ti que por tu parte seas de tal manera que yo pueda amarte como cristiano, por débil e imperfecto que seas; y siento que es tanto mi derecho y responsabilidad el hacer todo lo que pueda para hacer de ti una persona digna del respeto fraternal, por tratar contigo francamente en cuanto a tus ofensas. Estoy dispuesto a amarte, pero no puedo, no me atrevo, a mantener relaciones amistosas con tus pecados; y si tú te niegas a separarte de ellos, y virtualmente me obligas a ser partícipe de ellos por contubernio, entonces nuestra fraternidad concluye, y estoy libre de mis obligaciones».


Esta clase de pensamiento no es muy apreciada por la mentalidad que vive de funciones de espectáculo. Sin embargo, es necesario que la demanda de amar vaya unida con la demanda de que las personas sean fácilmente amadas. Por eso la acción pastoral y a veces hasta la disciplina en la iglesia es tan vital. Al teatro concurre gente de distintos tipos. Cada uno puede ser y hace lo que quiere mientras no moleste demasiado a otros cuando están allí. Cuando renunciamos a la obligación de amar a nuestros hermanos, también renunciamos a insistir que las virtudes cristianas estén creciendo en sus vidas.


Las Sagradas Escrituras insisten en la necesidad de amar, de perdonar y de soportar. También colocan énfasis en que cada persona muestre crecimiento en sus virtudes, así como también en arrepentimiento y abandono del pecado. La tolerancia de los vicios y del mal carácter de los miembros de la familia cristiana ha causado mucho daño. Cuando hay pecadores tercos o testarudos que se rehusan a ser corregidos, estos necesitan ser sometidos a la disciplina de la iglesia para dar satisfacción y alivio a las conciencias de los hermanos agraviados.


En las crisis de conflictos necesitamos tomar dos decisiones. La primera es la de escuchar a la otra persona. La segunda es la de comprometernos a resolver los problemas en lo que de nosotros dependa. «Una alienación crónica entre dos hermanos cristianos será considerada dentro de una iglesia que tiene la mente de Cristo como un escándalo que no puede ser tolerado, porque acarrea un daño mortal a la vida espiritual de todos».


La decisión de escuchar es crucial en toda relación. El estar dispuesto a escuchar, oír y tomar en cuenta lo que otras personas nos están diciendo es fundamental, puesto que así se desvanecen las personas imaginarias y comenzamos a ver las reales. Cuando nos rehusamos a escuchar lo que no nos gusta o lo que pone en evidencia nuestra necesidad de cambio hemos cerrado la puerta al crecimiento y a relacionarnos con intimidad y verdad.


La segunda decisión de comprometernos –en lugar de huir– no es fácil, pero es necesaria. Precisamos comprometernos con la resolución de todo conflicto dentro de nuestras posibilidades. En muchas ocasiones eso requerirá de nosotros ciertos cambios y crecimiento. En otras será necesario enfrentar a la otra persona con su necesidad de cambio.


El amor y el conflicto pueden y deben ser elementos de crecimiento, pero requiere de nosotros que nos comprometamos a vivir como Cristo nos mandó. ¡Firmes!

Los Temas de Apuntes Pastorales, volumen III, número 1