A tus pies desde la niñez
por Sam Doherty
Muchos cristianos se convirtieron cuando eran niños. El siguiente artículo nos da ejemplos de grandes hombres que llegaron a Cristo siendo niños. Además, nos hace reflexionar acerca de que si la experiencia demuestra que los niños son bastantes receptivos, entonces ¿por qué nos cuesta tanto evangelizar a los niños y prestarles la atención que merecen?
Segundo artículo de la serie: Dispuestos a oír el evangelio
Las estadísticas muestran que cuanto mayor sea una persona, menor es la probabilidad de que se acerque a Cristo
La gran mayoría de personas aceptan la salvación cuando son menores, ya sea como niños o como adolescentes. Luego de esos años, el número de los que se entregan a Cristo se reduce de año en año.
Se puede comprobarlo preguntando a un grupo de creyentes a qué edad se entregaron a Cristo. Es casi seguro que muchos de ellos, o la mayoría, lo hicieron siendo jóvenes. Un joven me escribió hace poco desde el instituto bíblico donde estudia, y me dijo que las dos terceras partes de los estudiantes de su clase se convirtieron siendo niños. Lo asombroso es que esto se dé en ambientes evangélicos que por lo general no creen mucho en la conversión de niños, y que poco practican la evangelización de niños. ¡Me pregunto qué sucedería si lo hicieran!
El Señor Jesús dijo a su Padre en Mateo 11:25: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños».
Con tanta frecuencia el adulto orgulloso, superior, intelectual, no ve, o no quiere ver, las verdades espirituales de la Palabra de Dios. Es más bien el niño quien con simpleza, humildad y confianza ve y acepta la verdad de Dios. Cuando alguien niega la posibilidad que un niño sea salvo debido a su falta de intelecto, respondemos que muchas veces es precisamente esta «falta de intelecto» la que hace que tenga más probabilidad (y no menos probabilidad) de entender lo que Dios dice. Con frecuencia, lo que se es de niño determina lo que se será de adulto.
Robert Murray McCheyne (18131843) es un nombre conocido y respetado de la historia de la Iglesia. Fue pastor de la iglesia de San Pedro en Dundee, Escocia durante 7 años hasta su temprana muerte. Su ministerio se caracterizó por una profunda santidad personal, oración, compasión por los perdidos, poderosa evangelización y permanente consejería. En 1839 un avivamiento comenzó en su congregación que pronto se difundió por toda Escocia y miles se convirtieron. Tenía un verdadero amor hacia los niños y creía en la necesidad de evangelizarlos. Dice el relato: «En la iglesia de McCheyne y sobre todo durante el avivamiento, se convirtieron muchos niños». Él mismo escribió acerca de su iglesia: «Los que hacen la obra de Dios en este lugar creen que los niños están perdidos y que pueden ser salvos por gracia, y por lo tanto han hablado con los niños de igual manera que con los adultos; y Dios ha honrado su obra de tal manera que muchos de los diez años para arriba han dado evidencia de haber nacido de nuevo».
También dijo en una ocasión: «La mayor parte de los que alcanzan la salvación, se refugian en Cristo en su juventud… Aquellos de mayor edad ya eran demasiado sabios y prudentes para ser salvos por la sangre del Hijo de Dios y él lo reveló a los que eran menores y menos sabios… Si le preguntas a cristianos adultos, la mayoría te dirá que tomaron conciencia de la necesidad de su alma siendo jóvenes. Este es un fuerte motivo para buscar un temprano acercamiento a Cristo. Si no es salvo en su juventud, es probable que nunca lo será. La juventud es el tiempo de conversión.» En un sermón sobre la familia dijo: «Satanás difunde una especie de falsa modestia entre los padres para que no pregunten a sus hijos: «¿Has hallado al Señor?» A la luz de la eternidad esto se verá como gran pecado… empiece esta noche. Hable con ellos en privado y pregúnteles: «¿Qué ha hecho Dios por tu alma?»»
John Cotton, un conocido pastor del siglo XVII y teólogo puritano en Norteamérica, dijo: «Los niños pequeños son flexibles y se les puede moldear con facilidad. Es mucho más fácil capacitarles hacia lo bueno ahora que hacerlo en su juventud y madurez».
Cuando un hombre de negocios tiene fondos para invertir normalmente invierte en esa parte de su negocio que le rinde mayores ganancias.
Si bien no podemos exactamente comparar la evangelización con los negocios, siento que sí existe un principio en común. ¿No es lógico evangelizar a aquellos que desean escuchar, que están abiertos a nuestro mensaje, y de donde viene la mayor proporción de conversiones? ¿Por qué invertir tanto tiempo evangelizando a aquellos que no desean escuchar a la vez que pasamos por alto o descuidamos los que sí desean escuchar?
No digo que no debamos evangelizar a adultos. Claro que debemos hacerlo, pero no a costa de descuidar el campo más fructífero de evangelización y pasar por alto el 35% de la población mundial.
Existe un verdadero peligro que concentremos la mayor parte de nuestros esfuerzos, personal, tiempo y fondos en la evangelización de adultos. Y encontramos que muy pocos adultos inconversos asisten a nuestras reuniones evangelísticas, y muy pocos responden. Pero si dedicamos por lo menos parte de nuestro tiempo y nuestros esfuerzos a la evangelización de niños, logramos mayor asistencia de niños inconversos y más respuestas. ¿No es lógico invertir una buena parte de nuestro trabajo y tiempo en aquellos que sabemos tienen mayor interés?
Para concluir, recuerde: Evangelizamos a niños porque están abiertos al mensaje del evangelio y son el campo más fructífero para la evangelización.
Carlos Spurgeon escribió:
La capacidad de creer es más fuerte en el niño que en el adulto. Al crecer nos volvemos menos capaces de tener fe; cada año hace que la mente no regenerada se aleje más de Dios y sea menos capaz de recibir las cosas de Dios.
(Citado de Come Ye Children)
No hay tierra que esté mejor preparada para la buena semilla que aquella que aún no ha sido apisonada como camino ni está cubierta de espinos. El niño aún no ha aprendido los engaños del orgullo, las mentiras de la ambición, las ilusiones de lo mundano, los ardides del comercio, los sofismas de la filosofía; y en ese sentido está en ventaja sobre el adulto. En todo caso, el nuevo nacimiento es obra del Espíritu Santo y él puede obrar igualmente en la juventud como en la madurez.
(Citado de un sermón predicado el 17 de octubre de 1886)
Dénos los primeros siete años de vida de un niño con la gracia de Dios, y podremos desafiar al mundo, a la carne y al diablo que intenten malograr esa alma inmortal. Esos primeros años, cuando la arcilla está aún suave y amoldable, contribuyen mucho en dar forma al vaso. No digan ustedes que enseñan a los menores que su ministerio es inferior en cualquier modo al de nosotros, quienes nos preocupamos principalmente por los mayores. Por el contrario, las impresiones que ustedes les dan serán las primeras y por ende las más duraderas; que sean buenas, solamente buenas.
(Citado de Come Ye Children)
El niño pequeño no tiene prejuicios, ni teorías ya formadas ni nada que pueda negarse a renunciar; el niño cree lo que Jesús dice.
(Citado de un sermón predicado el 17 de octubre de 1886)
La mente en los primeros años tiene mucha plasticidad. Los primeros siete años de nuestra existencia con frecuencia moldean a todos los demás. En todo caso, démosle al niño enseñanza santa durante los primeros doce años de su vida y será difícil borrarla.
(Citado de un sermón predicado el 17 de octubre de 1886)
¿Cuál es la capacidad que falta? ¿La capacidad de creer? Les digo que los niños la tienen en mayor medida que los adultos. No me refiero ahora a la parte espiritual de la fe, pero en cuanto a la facultad mental existe una capacidad enorme en el corazón del niño para ejercer fe. Su facultad de creer aún no ha sido sobrecargada con supersticiones, torcida con mentiras, ni lisiada por incredulidad. Sólo dejemos que el Espíritu Santo consagre esa facultad, y alcanzará para producir abundante fe en Dios.
(Citado de Biblical Basis of Child Evangelism publicado por CEF-Europa)
Tomado y adaptado del libro ¿Por qué evangelizar a los niños?, Sam Doherty, Desarrollo Cristiano Internacional, 2002, pp. 6266