Se salvaron dos y medio
por Sam Doherty
Nosotros que evangelizamos a niños no sólo nos interesamos por sus almas sino que también nos interesan sus vidas. Cuando un niño confía en Jesucristo, en la bondad de Dios aún tiene muchos años para vivir para él. El autor Sam Doherty nos hace reflexionar acerca de lo hermoso que es la salvación de un niño.
Primer artículo de la serie: Toda una vida por delante
Se cuenta el siguiente relato del conocido evangelista norteamericano Dwight L. Moody. Regresaba de una reunión evangelística y alguien le preguntó si había sido una buena reunión.
«Sí», contestó.
«¿Se salvó alguien?», prosiguió su interlocutor.
«Sí», dijo el Sr. Moody. «Se salvaron dos y medio.»
Su interlocutor se rió y dijo: «Sé lo que quiere decir. Dos adultos y un niño.»
«Al contrario», respondió el Sr. Moody. «Dos niños y un adulto.»
¿Qué quería decir?
¿Cuántas almas fueron salvas esa noche? Tres.
¿Cuántas vidas fueron salvas? Dos y medio.
Las dos vidas salvas fueron las de los niños quienes, al venir a Cristo en su niñez, podrían vivir toda su vida para él. La media vida fue la del adulto que ya había pasado la mayor parte de su vida en el mundo, y sólo podía darle a Jesucristo la última parte.
Un niño salvo es una vida salva
Nosotros que evangelizamos a niños no sólo nos interesamos por sus almas sino que también nos interesan sus vidas. Cuando un niño confía en Jesucristo, en la bondad de Dios aún tiene muchos años para vivir para él.
Cierta vez una dama me hizo la siguiente pregunta:
«¿Cuál es la mejor edad para confiar en Jesucristo?»
Mi respuesta fue: «Cuanto antes mejor. Sesenta es una buena edad. Cuarenta es mejor. Veinte es mejor aún. Quince aún mejor. ¡Pero cuánto más maravilloso confiar en Jesucristo a los diez años, u ocho u seis! ¡Queda casi toda la vida por delante!»
El Dr. Reuben Torrey fue un conocido evangelista norteamericano a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, y fue el primer presidente del Instituto Bíblico Moody. Él señaló cinco verdades en cuanto a niños:
Los niños pueden ser cristianos.
Pueden orar.
Pueden vivir vidas hermosas.
Pueden dar testimonio para Cristo.
Pueden suplicar a otros que acepten a Cristo.
Luego de que varios niños hubieran confiado en Cristo en una de sus reuniones, dijo que ellos valían más para él que la conversión de igual cantidad de adultos. Luego de comparar el promedio de tiempo de servicio que se puede esperar de un niño de diez y un hombre adulto convertidos al mismo tiempo, dijo que su experiencia era que un niño cristiano hacía mucho más que la mayoría de los hombres cristianos. También dijo que jamás había conocido a un niño cristiano que no «pusiera manos a la obra».
Se está formando la personalidad
Es un hecho reconocido que la personalidad humana se forma, y se crean muchos de los hábitos de la vida, durante los primeros años de vida de una persona. Es bueno que un niño venga a Cristo para que su personalidad y sus hábitos puedan ser influenciados y guiados por el Espíritu Santo que mora en él. ¿No es esto mejor que venir a Cristo más adelante cuando la personalidad y los hábitos ya se han fijado y requerirán un cambio radical?
El tiempo de cambiar y dar nueva dirección al crecimiento de un árbol es cuando aún es joven y flexible. Al transformarse en árbol maduro el cambio se torna casi imposible.
La época adecuada para entrenar a un animal y enseñarle cómo responder a sus órdenes es cuando es joven. Más tarde será sumamente difícil.
Jeremías escribe en Lamentaciones 3:27: «Bueno es que el hombre aprenda a llevar el yugo desde su juventud». El contexto relaciona esta afirmación con confiar en Dios y buscarlo (vs 25), y esperar la salvación de Dios (vs 26). Un yugo nos habla de sumisión, servicio y trabajo en equipo, y Jeremías enfatiza lo importante que es para una persona empezar con estas prácticas en su juventud, antes que tener que «ser domado» siendo ya mayor.
Tomado y adaptado del libro ¿Por qué evangelizar a los niños?, Sam Doherty, Desarrollo Cristiano Internacional, 2002, pp. 6769