por Linda Rey
La mayoría de nosotros que estamos en el liderazgo de la iglesia creemos que Dios llama a las parejas juntas al ministerio. Sin embargo, el verdadero llamado de Dios toma en cuenta las necesidades, miedos, y aspiraciones de cada cónyuge. Las siguientes historias nos ayudarán a entender por qué existen esposos llamados y esposas inseguras, y como estos matrimonios pueden llegar a un acuerdo.
Había conocido a un pastor proverbial que parecía que estaba satisfecho en el ministerio; sin embargo, la siguiente ocasión que lo vi, trabajaba como vendedor de bienes raíces. Un amigo en común me dijo: «Su esposa sencillamente no lo iba a apoyar. Ella le dijo que su llamado estaba arriesgando su futuro con ella» Por otro lado, está la esposa que está dispuesta a apoyar el llamado de su esposo, siempre y cuando no afecte su preciado estilo de vida. Por eso, ella crea barreras que se asemejan más a la Muralla China que a una cerca blanca de jardín.
Sí, una pareja de casados es llamada a amarse mutuamente, y los votos matrimoniales son tan importantes como los votos de ordenación. La mayoría de nosotros que estamos en el liderazgo de la iglesia creemos que Dios llama a las parejas juntas al ministerio. Sin embargo, el verdadero llamado de Dios toma en cuenta las necesidades, miedos, y aspiraciones de cada cónyuge. La forma como esto funciona en casa y en la iglesia es individual y como pareja. Existen muchas opciones de estilo de vida que, exitosamente, responden a ese llamado sin pisotear las necesidades del cónyuge.
Las siguientes historias de esposos llamados y esposas inseguras ilustran lo que ayuda y lo que obstaculiza a que un matrimonio llegue a un acuerdo. (Los nombres y algunos otros detalles fueron cambiados. Asimismo, por favor acepte mis disculpas por referirme al estereotipo del esposo como el que recibe el llamado, y la esposa como la que tiene dudas al respecto. Entiendo que hoy en día existen mujeres que se dedican al ministerio, y también que una gran mayoría de parejas co-existen felizmente en el ministerio. No obstante, mis contactos con lideres religiosos y consejeros clérigos me han indicado que el esposo es quien, casi exclusivamente, se siente restringido por su esposa. Y esa la situación que abarco en este artículo).
Caso 1: «¡Yo no estaba de acuerdo con esto!»
Silvia creció en un problemático hogar ministerial. El ejemplo de sus padres la llevaron a comprometerse a nunca casarse con un ministro. Su padre trabajó para una misión que supervisaba varias iglesias rurales. Su madre tenía muchos dones; sin embargo, los mantenía escondidos porque debía cocinar y limpiar para los jóvenes voluntarios que hacían que su esposo gastara su extraordinaria energía en ellos. Silvia observó los celos de su madre, sus lágrimas de enojo, las protestas sarcásticas después de que su esposo la dejara de nuevo por otra importante e interesante reunión. Su madre vivió siendo infeliz y murió de la misma forma, y Silvia se propuso a encontrar una vida más feliz.
En la universidad, ella pensó que encontraría la felicidad cuando conoció y se casó con Benito, un hombre cristiano que planeaba una carrera en el área empresarial. Todo iba bien hasta que el hermano mayor de Benito, el preferido de la familia, puso a todos orgullosos al graduarse de un seminario. Eso encendió una chispa en Benito, y le dijo a Silvia que él quería ir a ese seminario «sólo para estudiar la Biblia a un nivel más profundo».
Muy pronto, Benito estaba en el seminario, sólo para aprender, eso era lo que decía. Silvia no se sentía nerviosa aún, ni siquiera cuando Benito tomó una responsabilidad de medio tiempo en el ministerio juvenil, ya que esto iba a ser «solo parte de su curriculum». La ansiedad despertó un día cuando alguien le preguntó si ella era la esposa del pastor de jóvenes. A lo que respondió: «¡Así no son las cosas! Benito sólo está ayudando como interno porque es parte de sus estudios».
Las cosas se pusieron peor un par de años después cuando la iglesia le pidió a Benito, ya todo un seminarista egresado, que sirviera como pastor interino. La discusión entre Benito y Silvia consistía en que él ignoraba sus protestas y se concentraba más en los beneficios, principalmente el no tener que pagar la renta, ya que vivían en la casa pastoral. A medida de que la responsabilidad crecía, Benito disfrutaba de la confirmación de sus dones y de la admiración de sus padres. Por otro lado, desviaba las protestas de su esposa al cuestionarla con su «falta de entrega». ¿Acaso ella no sabía que los cristianos debían matar el yo? Por dentro, Silvia estaba aterrorizada. «La otra mujer» que le había robado el cariño de su padre, ahora también había seducido a su esposo. Para evitar más críticas, decidió seguir un estilo de vida resignado e indiferente, llegar a la iglesia tarde e irse temprano.
Un día, Benito trajo un equipo de voluntarios a casa para que cenaran. Esa noche, Silvia se miró en el espejo y vio reflejado el rostro de su madre. La ira se apoderó de ella y le dijo a su esposo:
No soy feliz.
¿No podemos hablar de esto mañana? ¡Estoy cansado! protestó Benito.
¡Yo también estoy cansada! ¡Cansada de todo lo que está en tu camino, cansada de que no importen mis sueños, cansada de tus críticas y comparaciones! Te había dicho que no quería estar casada con un pastor, y luego te convertiste en uno, así que tal vez tú no quieras estar casado conmigo.
Después de varios ultimátum, Benito y Silvia asistieron a un centro de retiro pastoral para buscar una solución. El confrontó sus confusas motivaciones por el ministerio, entre ellas el haber buscado aprobación y confirmación. Reconoció sus fallas para amar y «nutrir» a su esposa. Ella reflexionó acerca de los sentimientos quebrantados de toda su vida, temores paralizadores, y sus desconsiderados votos. Juntos, descubrieron como nutrir su ser y su matrimonio, para ayudar a Silvia a sentirse protegida, para dar gratamente, y para continuar en el ministerio. Se concentraron en complacer a Jesús en su ministerio, en lugar de complacerse a ellos mismos o a los demás.
Una pregunta que dio en el clavo durante la consejería fue: «Cuando se sienten ansiosos, ¿qué se les viene a la mente? ¿A qué le temen que ocurra?» Cuando esta pregunta se hace de una manera segura y cuidadosa, rápidamente desentierra la raíz del problema. Las esposas de pastores que se sienten inseguras podrían tener una variedad de temores acerca de involucrarse en el ministerio.
«Todas las esposas de pastores que he conocido hicieron algo en la iglesia, y yo no soy ninguna líder o consejera».
«No quiero que los niños ni yo nos perdamos entre todas las otras personas que tú cuidas».
«Conozco la esposa de un pastor que siempre se está quejando. Odia las personas de la iglesia. Ahora ni siquiera siente cariño por su esposo. Yo no quiero que eso me ocurra a mí».
Cualquier temor que la esposa tenga puede tratarse si se define y si decide como manejarlos. Requiere de descubrir sus dones escondidos, o alguna capacitación en áreas donde le gustaría sentirse más segura. O podría requerir de límites que se apliquen a ambos.
Cualquier desafío, límite, definición de roles y capacitación puede ayudar generalmente a hacer frente a una situación.
Hoy, después de diez años y mucha práctica, Benito y Silvia están en paz en una iglesia donde Benito es pastor asociado y Silvia usa sus dones como guía. Ahora son más naturales a la hora de discutir (donde se escuchan, razonan y oran) y tomar de decisiones juntos. Silvia ahora piensa que el llamado de Benito es un don verdadero incluso para ella, un don que la llevó a sanar sus relaciones, especialmente con Dios.
Caso 2: «¡Está iglesia es insoportable!»
Melissa siempre había apoyado el llamado de Ken al ministerio. De hecho, durante la universidad, Melissa sintió su propio llamado y ni siquiera tenía citas con muchachos que no sintieran el deseo de entregarse al Señor. Durante su noviazgo, mientras exploraban sus opciones de carreras, Melissa le dijo a Ken, «si Dios te ha llamado, entonces no hay ninguna bendición para ti si te niegas a responder a ese llamado».
Pero ahora, ocho años de matrimonio y cinco de pastorado, la actitud de «sí se puede» de Melissa cambió. Le teme a la mañana de los domingos. Hace un año, una división en la iglesia le robó sus amigos y colaboradores. Las críticas les habían robado su confianza. Melissa vio como la fuerza de su esposo disminuía y su espíritu se agotaba. Incluso un pequeño comentario hacía que se desesperara. La animada conversación de Melissa sonaba apagada, incluso para ella. Ellos sencillamente no sobrepasan esta situación.
Melissa quería que Ken se resignara, si no del ministerio, entonces al menos de esta iglesia. Sin embargo, ella se sentía culpable, ¿dónde estaba su fe? Estaba exhausta y Ken parecía destrozado. No había fe, ni fuerza para prestarse el uno al otro.
«Mira Ken dijo Melissa un día te veo como un campeón que está peleando en el cuadrilátero, todo ensangrentado, golpeado y vencido. Has ganado otras batallas, pero esta vez, peleas con el viento. Ya ni siquiera puedes ver claramente, y aun así no te das por vencido. ¿No podrías tan solo darte por vencido esta vez? Vámonos, descansemos, sanémonos y volvamos al cuadrilátero otro día, para ganar otra pelea».
Sin embargo, Ken no quería «renunciar», así que continuó con poca energía, sin visión, sólo un débil sentido del deber.
Luego, un estallido de ira en casa llevó las cosas a una crisis. La desobediencia de su hijo de tres años provocó que Melissa se enojara y saliera de sus casillas.
«¡O buscas ayuda ahora mismo o dejas el ministerio!», demandó Melissa. Por primera vez en mucho tiempo, Melissa empezó a tener esperanza.
Primero Ken hizo una cita con un doctor. Un elevado nivel de azúcar, una presión sanguínea muy alta, y un aumento en sus ataques de ansiedad, hicieron que su doctor luchara bastante para lograr que Bill disminuyera su estrés. Con el reporte del doctor en mano, fue a una reunión de la junta directiva de la iglesia y consiguió que le dieran un mes y que otros se encargaran del púlpito.
Después, llamó a su supervisor y empezó a utilizar los recursos de la denominación. Entre estos estaba un consejero profesional con el don especial de empatía, el cual había ganado en sus años como pastor. Los ayudó a admitir el dolor de la reciente división de la iglesia y otras heridas que la iglesia les había hecho en el pasado. Melissa siempre había intentado no quejarse, por eso, Ken se sorprendió cuando, en la consejería, Melissa sacó a la superficie su profundo dolor y lamento.
La ayuda de la denominación también incluía un coordinador de oración, quien hizo dos cosas que marcaron una diferencia. (1) Conoció a Ken y Melissa, y los entrenó en cómo definir sus oraciones, hacer tiempo para orar, y unirse en oración. (2) Organizó un equipo de oración para apoyarlos.
Después de que transcurriera el mes, Dios empezó a responder a las oraciones. Las últimas personas involucradas en la división de la iglesia se marcharon. Alguien les regaló un segundo automóvil, el cual alivianó la soledad de Melissa en casa con los niños. Ambos, Melissa y Ken, respondieron a las invitaciones de grupos de apoyo para pastores y sus esposas. Nuevas personas llegaron a Cristo y Ken y Melissa refrescaron todo aquello que era responder al llamado en primer lugar.
Este matrimonio continúa cuidando tres áreas importantes:
La salud física. Las referencias médicas ayudaron a Ken en el manejo nutricional de su diabetes. Un programa de ejercicios que compartían promovió más tiempo juntos, un mayor vigor físico, y un buen estado mental. Las caminatas por las tardes los ayudaron no sólo físicamente, sus habilidades para relacionarse también mejoraron.
Auto-imagen. «Muchas expectativas que luché por alcanzar», dijo Melissa, «las obtuve por mi propio deseo de superarme, y no por la congregación. La mayoría de ellos me aceptaban como yo era antes. Empecé a memorizar versículos para ayudarme a aceptar el corazón del Padre. «Melissa: la amada hija de Dios. Y no Melissa: la extraordinaria esposa del pastor».
Nivelar las responsabilidades de la iglesia. Su grupo de apoyo regularmente le recordaba a Ken que Melissa y los niños estarán ahí cuando él sea viejo. La probabilidad es que ninguno de los actuales miembros de su iglesia estarán ahí. Decidió invertir más de su tiempo en este compromiso a largo plazo y en las relaciones más valiosas.
El desesperado deseo de Melissa para que Ken dejara el ministerio disminuyó y con el tiempo desapareció al trabajar, una vez más, como un equipo. Melissa dice que «la comunidad de esposas de pastores a la que me uní, fue crucial para que continuara apoyando el ministerio de Ken. Sin embargo, lo único que es más importante es el deseo renovado de Ken para escucharme, para tener el tiempo familiar como prioridad, para orar juntos y para trabajar conjuntamente para definir mi lugar en su ministerio. Puedo hacer cualquier cosa en que el Señor nos ha llamado a hacer juntos, siempre y cuando yo sepa que estamos realmente juntos, realmente ahí el uno para el otro».
Una clara conexión
Algunas veces la esposa no escucha el llamado porque Dios nunca hizo uno. Ocasionalmente, alguien «personalizará» su llamado al ministerio porque es controlador, o está llenando las expectativas de otro, o no sabe que más hacer. Algunos hermanos disfuncionales ocasionalmente se involucran en el ministerio y cualquier esposa que lo detenga antes de que dañe a los discípulos es una heroína.
Cuando una esposa dice que es tiempo de retirarse, puede ser que ella no se esté guiando por el egoísmo o por algún temor, sino por una clara convicción. Si su esposa está en contacto con Dios, con ella misma y con usted, escúchela cuidadosamente. Dios tiene el hábito de poner polos opuestos juntos para proveer un mejor campo de visión.
Según Greg Sumii, director del cuidado pastoral y de iglesias de la Convención Bautista del sur de California, un esposo no puede ser el pastor o consejero de su esposa en estos conflictos. «Él debe ser el esposo al cien por ciento que ama y protege a su esposa. Si el matrimonio no está en orden, como 1 Timoteo estipula, se debe tomar el tiempo para volver a ser apto para este gran llamado. No hay nada de malo en tomarse un tiempo para sanar el matrimonio, y luego regresar fuerte, sano, y valiente. Puede que dañe su orgullo, pero si usted cree que su esposa necesita ser más presionada, tener una mayor convicción o hacerla sentir culpable, entonces esta es una «señal de alto». Al menos usted debería retirarse o tomar un tiempo sabático. Es más fácil aceptar un plan a corto plazo para reagruparse que ver esta solución como «renunciar para toda la vida»».
Las preocupaciones financieras a menudo son un punto de contención. Una esposa se pregunta: «¿Podemos costear tu llamado?» Cómo conseguir dinero en situaciones donde una iglesia u organización desobedece al mandato bíblico de dar lo que es un deber y apoyar a aquellos que enseñan, es tema de otro artículo. Sin embargo, en la mayoría de los casos, he observado que las esposas que desafían el llamado en este punto usualmente no están contaminadas con avaricia o codicia. Son mujeres que Dios creó y que su instinto maternal las hace pensar en cómo suplirán adecuadamente las necesidades de su familia.
Ella no quiere que sus hijos paguen injustamente la cuenta de su llamado. Si su llamado significa que sus hijos no tendrán abrigos para el invierno ni una educación superior para que Villa Feliz tenga veinticuatro iglesias en vez de veintitrés, tal vez ella tenga la razón.
Mantener a su familia en armonía con la vocación ministerial significa que el ministerio del amor y cuidado de Dios comienza justo en su habitación, luego en la sala de su casa, y luego toma lo que queda para la iglesia, en lugar que al revés.
Si la familia disfruta primero el banquete del amor de Dios, ellos estarán más que dispuestos a permitir que otros se nutren de su abundancia, y caminarán a su lado para ayudar a alimentar a un mundo hambriento.
Copyright © 2003 por el autor o por Christianity Today International/Leadership Journal. Usado con permiso.