Diversión cristiana… sin culpabilidad

por Pedro C. Moreno

Es hora de liberarse de esa esclavitud mental, espiritual, moral y hasta física. Es hora de aceptar que lo único que el cristiano comprometido tuvo que dejar de su vida pasada es el pecado. Las artes, la ciencia, los negocios, la música, la economía, etc., están a su disposición. El autor nos ofrece una acertada reflexión sobre el lugar de la diversión en la vida cristiana.

Hace unos días un amigo me preguntaba cuál era el concepto de entretenimiento y diversión para un cristiano. Me quedé pensando y decidí escribir algunas reflexiones al respecto. Me parece que en algunos círculos cristianos todavía existe la idea, heredada de tradiciones y creencias ancestrales y también de la iglesia Católica, en sentido de que la vida se mueve en un continuo sube y baja. Unos días estamos felices y otros tristes. En un momento somos pobres y en otro ricos, para luego volver a ser pobres. Como que la vida es una sucesión cíclica entre el bien y el mal, la alegría y la tristeza. Será por ello que no nos extraña mucho que nuestro país, como un todo, hubiera tenido un mejor nivel de vida hace más de quince años y que recibamos la pobreza y los contratiempos con una resignación casi paralizante.


En el campo de la diversión me parece que ocurre algo semejante. Cuando nos estamos divirtiendo y riendo a carcajadas, nos asalta un temor, un presentimiento, de que luego vendrá la tristeza, el dolor. «Estoy riendo mucho, ojalá no me ocurra algo malo después», este pareciera ser el pensamiento que nos asalta y hasta nos hace sentir culpables. En cuanto a lo económico, muchas veces hasta preferiríamos no tener nada, a tener y luego perder. La idea expresada en una conocida canción que dice «es mejor amar y perder, a nunca haber amado» no termina de convencernos.


Por otra parte y además de las anteriores posibles fuentes para esta concepción cíclica y hasta fatalista, está también la prédica que se hace en algunas iglesias cristianas evangélicas y su concepción misma de lo que es la vida. Se puede notar en esas iglesias un fuerte énfasis ascético, casi monástico en el mensaje. «Debemos abandonar las cosas de este mundo», «no nos distraigamos con las cosas de este mundo», «dedícate sólo a las cosas de Dios», «yo no me divierto, sólo trabajo para el Señor», «no hay tiempo para la diversión, el Señor ya viene, hay que evangelizar» son algunas de las frases que se repiten insistentemente en algunas iglesias cristianas.


Analicemos en primer lugar el término «mundo». En su sentido bíblico existen al menos dos acepciones. Una, que es la más común y la más utilizada, que se refiere al pecado, a la maldad, a la autosuficiencia y rechazo de Dios, en resumen a todo lo que es contrario a Dios. En este sentido podemos entender la Escritura cuando dice: «El que es amigo del mundo es enemigo de Dios» (Santiago 4:4). Por otra parte está la palabra mundo, en su sentido menos extendido y entendido, que significa simplemente las personas que habitan este planeta, el planeta mismo, o el universo. De este modo, Juan 3:16 dice «Por que tanto amó Dios al mundo…» Por supuesto sabemos que Dios no ama al pecado y por tanto esta acepción se refiere a las personas, o a su creación.


El pietismo extremo, que plantea que el cristiano debe vivir una vida contemplativa, de oración y estudio de la Biblia, encerrado en las cuatro paredes de su congregación y a expensas del resto de las actividades sociales (artes, cultura, política, negocios, economía, etc.) tiene como lógica consecuencia el abandono del mundo, el rechazo de la sociedad en general y el desprecio por lo que no sea específicamente «religioso» o «espiritual». Esto por supuesto es una mala interpretación de la Biblia, de la historia y de la vida en general. La Biblia nos dice que Jesucristo vino a traer vida, pero no vida en el sentido de simple sobrevivencia o en contraposición a estar muerto. Él trajo vida, y vida en abundancia.


La vida en abundancia implica, primordialmente, el conocer a Dios, estar entregado a Su Hijo Jesucristo y tener al Espíritu Santo viviendo dentro de nosotros. Esto es fundamental y esencial para una verdadera vida abundante. Pero eso no es todo. La inmensidad y grandeza de la creación de Dios no está ahí sin un propósito. Nada de lo que Dios ha creado es innecesario o insignificante. Es más, todo en la creación tiene un orden, un sentido, un propósito. Los minerales alimentan a las plantas, las cuales alimentan a los animales, y éstos a su vez a los hombres. El sol, la luna y las estrellas proveen luz, calor y determinan las condiciones climatológicas para que se reproduzca la vida en nuestro planeta. La lluvia, el viento, el aire, son elementos indispensables para preservar la vida en la tierra. En definitiva, todo en la creación cumple una tarea, para que la vida en el planeta sea abundante y valga la pena ser vivida. Por supuesto, el hombre y la mujer son la cúspide de la creación de Dios, y ellos son los beneficiarios directos y más importantes de lo que la naturaleza tiene para ofrecer.


Algunos piensan que basta con consumir lo «mínimo biológico indispensable» para mantenerse vivos y continuar la obra. Para qué molestarse con platos bien preparados y suculentos, por ejemplo. Sin embargo, nos preguntamos, ¿por qué Dios habría creado cientos de colores, sabores y olores diferentes? ¿Por qué una variedad tan amplia de frutas? ¿Para qué los diferentes paisajes naturales? ¿Por qué la posibilidad de crear infinidad de ritmos musicales? En definitiva, ¿para qué tanta variedad en todo ámbito de la vida, humana, animal, vegetal y mineral? Dios podía haberse ahorrado mucho de su creación si hubiera querido un mundo unidimensional, al mínimo indispensable, y sin posibilidad de elección o variedad. El sólo hecho de que exista variedad en la creación nos indica algo más de la naturaleza de Dios en cuanto a su infinita imaginación, jovialidad y hasta ¡sentido del humor! Sí, basta mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta que Dios sí tiene un buen sentido del humor. Al reflejar nosotros Su imagen también reflejamos (o deberíamos reflejar) estas Sus características.


De este modo, la noción del esfuerzo sin diversión, del trabajo sin descanso, de la vida sin elección, y en definitiva el complejo de culpabilidad por el hecho de sentirse bien o con ganas de reír a carcajadas, pertenece más al misticismo oriental y al platonismo que al cristianismo. Para colmo de males, muchos de los que consideran que «no tienen derecho a la diversión» terminan, hipócritamente, divirtiéndose de todos modos, pero por supuesto con un gran sentido de culpa.


Es hora de liberarse de esa esclavitud mental, espiritual, moral y hasta física. Es hora de aceptar que lo único que el cristiano comprometido tuvo que dejar de su vida pasada es el pecado. El resto, las artes, la ciencia, la política, los negocios, la danza, la música, la economía, etcétera, están a su disposición. El descanso es no sólo necesario sino imprescindible e incluso ordenado por Dios. El asistir a buenas películas, al teatro, la danza folklórica o clásica, las reuniones sociales, una buena comida, el deporte, el conocer diferentes lugares del mundo, aprender idiomas, y en general disfrutar de lo que Dios ha puesto a nuestra disposición es algo totalmente legítimo para el ser humano. No es necesario escoger entre esta vida y la siguiente. La Biblia dice que la vida eterna es conocer a Dios y a Su Hijo Jesucristo (Jn. 17:3). Si conocemos a Cristo, nuestra vida eterna ya ha comenzado. ¡Vivámosla de forma tal que dé gloria a Dios en todo lo que hagamos!

Pedro C. Moreno San Juan es abogado y Presidente del Instituto Rutherford de Bolivia. Los Temas de Apuntes Pastorales, volumen IV, número 4.