por Pablo Tournier
Corrientemente usamos el término cansancio para referirnos al agotamiento cotidiano, producto de nuestro trabajo físico y mental. Pero cuando hablamos de fatiga incluimos el desfallecimiento interno, el cansancio psicológico, o espiritual.
Si aspiramos a vivir mejor debemos ser cada vez más prácticos. Esto no significa dejar la Biblia de lado sino, como dice Marc Boegner conocido escritor y predicador protestante francés debemos «escudriñar las Escrituras», pero también dejarnos escudriñar a nosotros mismos; dejarnos escudriñar por Dios en la realidad práctica de nuestra vida.
LA FATIGA ENTRE NOSOTROS
La vida moderna somos nosotros, no sólo los otros. Recientemente me visitó un enfermo al que ya había visto cuatro o cinco veces en el curso de los dos últimos años. Es uno de esos hombres que presentan una fatiga que sobrepasa toda medida, que sufren de una neurosis cuyo síntoma principal es la astenia. Trabaja como mayordomo en un gran internado, lo que significa que está muy ocupado. Esa institución es dirigida por un hombre eminente, un gran pedagogo, que es a la vez un hombre de gran valor moral. Como muchos hombres de gran valor moral, es un jefe muy difícil, muy duro consigo mismo y muy exigente con todos los que dependen de él.
Mi paciente me había dicho que todos sus predecesores habían tenido innumerables conflictos con ese gran jefe, mientras que él tenía la suerte de entenderse muy bien con él, porque en todas las cosas acataba su voluntad sin replicar. Entonces, al cabo de cierto tiempo, empecé a preguntarle tímidamente si tal vez esa gran abnegación, que él consideraba como una virtud cristiana y que le aseguraba la pacífica convivencia con su director, no era también una capitulación culpable. Desde luego, procedí muy cautelosamente. A nadie le gusta que le insinúen que sus virtudes pueden ser culpables. Sin embargo, la idea se abrió camino. Al día siguiente, justamente, llegó la crisis. Y, lo que es más lo tomó totalmente de sorpresa. Cuando su director le impuso una nueva exigencia, apeló a la fuga. Sin decir palabra se fue a ver a un amigo. «Tú mismo te haces mal», le dijo este. «Lo que debes hacer es volver a tu Instituto y tener el coraje de poner las cosas en claro con tu director». Eso es lo que hizo. Con gran sorpresa de su parte, fue muy bien acogido por su jefe, que expresó su estima por él. Por todo, el director manifestó su sorpresa: «¿Qué pasa?», dijo: «Yo creía que entre usted y yo todo iba como sobre ruedas».
Lamentablemente, esta clase de malentendidos son más frecuentes de lo que se cree. Mi paciente había tenido que desengañar a su director: «Las cosas no andan tan bien como usted cree, y no solamente para mí; pero nadie se atreve a enfrentarlo a usted para decirle qué es lo que no marcha en el establecimiento». Salió a la luz la historia de cierta cocinera que gozaba de los favores del director y hacía lo que se le antojaba, inclusive obtener ganancias personales, sin que nadie se atreviera a decir nada. Estaba el quintero que se emborrachaba continuamente y con el cual mi paciente perdía mucho tiempo inútilmente. En resumen, había una cantidad de fuentes de fatiga a las cuales era necesario buscarles remedio. La instalación de un teléfono interno también le ahorraría al mayordomo el tener que descender tres pisos cada vez que se le pedía alguna información.
Por supuesto, el director estaba asombrado: ¡De modo que había tantas cosas que cambiar! Pero lo más importante, tal vez, era que ahora se había establecido una relación totalmente nueva entre él y su mayordomo, fundada sobre la franqueza, sobre la honestidad y también sobre propuestas constructivas de colaboración. La cocinera fue despedida; el quintero fue despedido; las cosas cuestan menos que antes, y se va a instalar el teléfono interno. Y de golpe, mi enfermo se siente menos fatigado, pues lo que más nos fatiga no siempre es el trabajo normal, sino lo que le agrega el comportamiento de los demás.
Sí, a menudo hay causas de fatiga que obedecen a una mala organización. Y a veces, en una empresa, los empleados tienen ideas muy buenas para mejorar la organización, ideas en las que los jefes no piensan y de las cuales nadie osa hablar.
LA FATIGA A NUESTRO ALREDEDOR
Como médico he asistido a un buen número de enfermeras y asistentes sociales que estaban literalmente aplastadas. Quisiera decir con toda franqueza a mis colegas que dirigen clínicas o sanatorios (y esto es extensivo, fuera del mundo médico, para cuantos están al frente de establecimientos y empresas), que, cuando algo no anda, a menudo la culpa es de los jefes. Entonces no basta con dar una licencia para descansar al colaborador con problemas. Lo que hay que hacer es ver si se pueden cambiar las condiciones de trabajo. Aquí no debemos hablar solamente de nuestra fatiga, sino de la fatiga que imponemos a otros. No sólo he visto abrumadas a enfermeras, sino también a esposas de médicos. He atendido a muchas, y puedo decir a mis colegas que aunque sean muy generosos, aunque atiendan con dedicación a muchos enfermos de surmenaje, puede resultar que no vean las fatigas extremas que imponen a sus colaboradores inmediatos y tal vez también a su esposa Tal vez su esposa y las enfermeras, podrían darle excelentes consejos para mejorar la organización a fin de ahorrar fatigas.
Pero los médicos no están muy acostumbrados a prestar atención a su esposa o a sus enfermeras. Ellos son reyes; todo el mundo les obedece con diligencia; la aureola de su dedicación los pone al abrigo de toda crítica, puesto que ellos mismos se sobrecargan de trabajo. Y, como el director del instituto a que he hecho referencia, se imaginan fácilmente que todo anda sobre ruedas. Bueno, a veces Dios puede hablarnos por medio de nuestra esposa o de una enfermera ¡no siempre, por cierto! . Pero a veces dar oídos a Dios es dar oídos a todo lo que él puede decirnos por medio de nuestros colaboradores y preocuparnos por sus personas en lugar de utilizarlos solamente como instrumentos para una noble tarea. Hay muchas esposas de médicos cuya vida es muy dura y pesada.
Una sola vez en mi vida tuve el puesto de jefe de clínica en una institución privada. Un colega me había pedido que lo reemplazara durante sus vacaciones. Desde que llegué a aquella casa pude apreciar un conflicto permanente entre el personal doméstico (la cocinera y las mucamas) y las enfermeras. Estas últimas formaban una especie de areópago más cercano a los médicos. Aquello era una fuente de tensión y fatiga para todos. Esos dos departamentos llevaban entre ellos una guerra fría; las enfermeras menospreciaban a la cocinera y se quejaban de ella; esta última, creyéndose menos apreciada y escuchada por el médico, seguía mal las instrucciones acerca de regímenes. Tuve que pasar casi toda mi primera semana en la cocina; en aquella clínica para nerviosos se cuidaba a los enfermos pero no a la cocinera. Y la verdad es que algo así es un tremendo despropósito porque si la cocinera va mejor, todos los enfermos van mejor. Así lo descubrí inmediatamente por experiencia.
Me interesé por todo inclusive la cocina; probé naturalmente todo lo que se cocinaba en las ollas y pedí las recetas. Durante ese tiempo la cocinera me contó su vida, la que había sido muy difícil. Evidentemente era la primera vez que podía abrirse así, francamente. En el fondo, era una de las enfermas que más necesitaba un médico en aquella casa, pero nadie pensaba en ello. A menudo somos presa del espíritu profesional: cuidamos a los que vienen a consultarnos como enfermos, sin ver que otros, a nuestro alrededor, también tienen necesidad de nosotros, tanto como nuestros clientes.
Una clínica es una empresa, y muchos de los problemas del médico son los problemas de un jefe de empresa, de un «pequeño industrial apremiado», como decía Armand Vincent. Puede ser muy ventajoso reflexionar bajo la mirada de Dios en la mejor organización del trabajo en la clínica. Aquella a la cual me refiero era una institución cristiana, donde el médico jefe tenía un culto devocional cada noche con el personal. Durante mi famosa visita a la cocina, le pregunté a la enfermera si tenía algún versículo favorito que yo pudiera usar como tema en el culto de esa noche. Precisamente, se la criticaba porque jamás iba al culto, sin embargo ella me dijo su versículo favorito y yo lo usé. No es necesario aclarar que ella estuvo allí y que todo el mundo lo notó: estaba reintegrándose a la comunidad.
Todo esto tiene que ver con la fatiga, porque si la fatiga obedece a menudo a defectos de organización, muy frecuentemente obedece también a conflictos, tanto externos como internos. En nuestro propio corazón puede haber conflictos entre «la cocinera y las enfermeras»: o sea el estómago y el cerebro.
UN MOMENTO DE REFLEXIÓN
Para volver a encontrar la imaginación creadora, para ver los problemas que se plantean y a cuyo lado pasamos tantas veces sin verlos y más aun para resolverlos es necesario saber detenerse, tener un momento de recogimiento. Personalmente trato de no separar la simple reflexión al recogimiento religioso; quisiera más bien unirlos: se lo puede hacer en presencia de Dios. ¡Sí se puede!, debido a nuestra fe y a que sabemos que Dios está siempre allí. Cuando hacemos de esa reflexión, poco a poco, un recogimiento, entonces se convierte en algo más fecundo aun.
Recogerse es escuchar a Dios y como dije antes, es escucharlo también por la boca de nuestros colaboradores. Entonces nuestra búsqueda adquiere una nueva dimensión, porque Dios puede intervenir, inspirarnos las soluciones de todos los conflictos y todos los problemas de organización. La parte dedicada a la vida activa y la reservada a la vida meditativa en nuestras jornadas son totalmente desproporcionadas. Tal es el caso en el mundo de hoy y lo es también en nuestra propia vida. A este respecto tenemos perpetuamente una carga de conciencia, una culpa permanente, pero esta culpa no sirve de nada si no se trata de resolver el problema.