Charles Simeon: Los secretos de un extraño mentor
por Chris Armstrong
Charles Simeon era un hombre extraño, autoritario, irritante y solitario. Sin embargo, a Dios no le importó ninguna de estas características. Él sencillamente utilizó a este singular individuo para que fuera el mentor de mil cien jóvenes que llegaron a cambiar las iglesias en Inglaterra.
¿Cómo un extraño solitario impopular durante sus años de juventud debido a su forma de ser levantó una generación de ministros apasionados que cambiarían a una nación?
«Imponente, autoritario, irritante, solitario, deseoso de amigos, un hombre que era rechazado por sus presunciones, extravagancias y palabras hirientes». Esta es la forma en la que el biógrafo de Charles Simeon describe a este gran ministro y mentor. Sin embargo, durante su vida (1759-1836), hizo mucho más que cualquier otro en despertar las iglesias en Inglaterra. Por casi más de cincuenta y cuatro años, mil cien jóvenes ministros compartieron con él las tardes de los domingos para absorber su pasión por Cristo, y así llevarla hasta los fríos púlpitos y encender parroquias por todo el país.
Era muy poco probable que él fuera el candidato para realizar esta misión.
Educación y momentos difíciles
Simeon empezó su educación en la escuela pública más reconocida de Inglaterra, Eton, donde se distinguió en la equitación y el cricket. A pesar de ser un muchacho fogoso y de provenir de una familia privilegiada, Charles no era popular. No era atractivo, tenía un mal temperamento, se esforzaba demasiado en hacer amigos y las personas tendían a evitarlo por eso.
Simeon carecía de cualquier talento intelectual que fuera notable. No obstante, al finalizar en Eton, continuó estudiando en Cambridge (La universidad del rey). Ahí, a pesar de las comunes distracciones de un pueblo universitario, entre ellas las tabernas y las carreras de caballos, Simeon conoció la fe cristiana.
La capilla universitaria siempre estaba llena no porque a los estudiantes les nacía asistir, sino porque era un requisito para aquellos que aún no se habían graduado. Capellanes sin ninguna vocación se apresuraban a dar la liturgia dos veces al día. Cualquier estudiante, sin importar sus creencias, podía recibir la comunión ya que era un acto compulsivo. La mayoría del personal de la facultad, entre ellos los clérigos, evadía la responsabilidad de ir a la capilla. El cristianismo se mantenía en Cambridge (después de todo, la mitad de los ministros de la nación se educaban ahí) pero este ambiente producía una fe tibia y una completa hipocresía.
Según el biógrafo Hugh Evan Hopkins, a pesar de esto, Simeon entró en «un estado de pánico espiritual» en sus primeros llamamientos en el servicio de la comunión. Dos meses después, durante la Cuaresma y Semana Santa, este estado se convirtió en un profundo sentimiento que lo oprimía debido a su propio carácter pecaminoso. Sin embargo, al leer un libro acerca de los preparativos de la Cena del Señor, Simeon se dio cuenta que por fe podía transferir sus culpas al Cordero de Dios. Al final, en el Domingo de resurrección, Simeon recibió a Cristo en su corazón.
Las cosas nunca más fueron a medias. Simeon pronto dirigiría reuniones de oración en su habitación y, poco tiempo después, se propuso convertirse en ministro. Esto no era nada extraordinario para un estudiante de Cambridge, donde la mitad de los estudiantes se preparaban para ser clérigos.
Sin embargo, no eran bien entrenados. Los cursos bíblicos y teológicos eran superficiales; además, los estudiantes no recibían ningún adiestramiento en predicación ni administración. Se asumía que adquirirían esas destrezas una vez que ingresaran al ministerio. Falso.
La ciudad «simeonita»
Aún antes de terminar su grado y todavía sin tener experiencia como cura (asistente de párroco), Simeon se postuló para pastorear la iglesia Holy Trinity (Divina Trinidad) de Cambridge. Este acto era una impunidad sin precedentes pero, increíblemente, a Simeon se le otorgó la parroquia, donde trabajó el resto de su vida.
La iglesia, sin embargo, no estaba tan contenta por recibir a este explosivo ministro, quien insistía que los llamados «cristianos» se salvaban realmente por gracia y que debían vivir conforme a Cristo. Sus feligreses desconfiaron de su trasfondo de «cuchara de plata» ya que la mayoría provenía de familias de artesanos, o como lo diría Simeon en sus bruscas palabras: eran «feligreses muy pobres». Además, tenían cierto recelo de su fervor.
Sus opositores lo mortificaban continuamente. Apenas en su segunda semana, pusieron bajo llave los bancos de la iglesia, los cuales les pertenecían. Aquellos que deseaban escuchar al nuevo ministro se vieron forzados a estar de pie. Cuando Simeon trajo nuevas bancas, los miembros del concilio de la iglesia las movieron al patio. Sin embargo, esto no lo desanimó.
Simeon también tenía otro trabajo, el cual estaba seguro de que el Señor se lo había asignado proveerle a los estudiantes de Cambridge lo que él mismo nunca había recibido: un adiestramiento decente en teología y ministerio pastoral. En 1790, Simeon empezó a dar charlas a los estudiantes ministeriales los domingos por la tarde seminarios informales sobre cómo predicar. En 1812, instituyó los «grupos de conversación semanal» en su casa. Consistían especialmente de sesiones de preguntas y respuestas acerca de teología y pastorado. Para 1823, alrededor de cuarenta estudiantes asistían a estas sesiones y para 1827 el número había ascendido a los sesenta, casi no había lugar y dos sirvientes se ocupaban en repartir té. Con el tiempo, los animados participantes adquirieron los sobrenombres de «simeonita» y «sim», los cuales eran como un título de honor.
De los estudiantes que Simeon entrenó durante cincuenta y cuatro años en Holy Trinity, alrededor de mil cien fueron bastante eficaces y muchos de ellos se distinguieron como párrocos, capellanes y misioneros.
Los secretos de un maestro rudo
Cuando estudiamos los «secretos» de la eficacia de Simeon como mentor, chocamos con un hecho irritante: su personalidad.
Durante toda su vida, Simeon conservó una forma de ser muy peculiar, gestos y discursos exagerados, con el afán de aparentar que era un caballero. Un crítico amigo, Sir James Stephen, dijo que Simeon tenía «una silla de montar tan elegante, e historias tan exquisitamente inapropiadas acerca del pedigrí de sus caballos o de los vinos de su bodega», que parecía que «estudiaba en un disfraz clerical y lo hacía escandalosamente bien».
¿Cómo pudo un hombre así ser tan buen mentor?
Thomas Lloyd, a pesar que era cinco años menor que Simeon, demostró ser un buen amigo al señalarle honestamente algunas fallas pastorales. En respuesta a una de esas observaciones, Simeon le escribió una carta para agradecerle «sinceramente por sus tan amables observaciones con respecto a su fervor mal dirigido» y expresarle la esperanza que tenía para mejorar.
Simeon de hecho así lo hizo. Aprendió, por ejemplo, al observar al devoto patriarca Henry Venn. En una ocasión Simeon presenció cuando Venn se salió de sus casillas y le habló de mala forma a otra persona. Sin embargo, Simeon también vio el resultado: «En su oración del día siguiente, me impresionó en forma particular la humillación que expresó por esa situación».
Venn, a su vez, testificó acerca de los frutos del espíritu de su joven amigo: «El carácter del señor Simeon deslumbra. Crece en humildad, es ferviente en espíritu, y muy generoso y cariñoso».
Hopkins concuerda: «A medida que crecía, a pesar de que mantenía su excentricidad y meticulosidad, su humildad y amor triunfaron sobre su orgullo y su severidad. Por eso, en los últimos años de su vida, solo unos cuantos hombres pudieron haber tenido tantos amigos como los que él tuvo». O discípulos.
Chris Armstrong es el director editorial de la revista Christian History (Historia cristiana). Título del original: Simeons Brigade Copyright © 2003 por el autor o Christianity Today International/Leadership Journal. Usado con permiso.