Biblia

Fidelidad en la rutina

Fidelidad en la rutina

por Charles Cr. Ryrie

Todos tendemos a no estar vigilantes en la rutina. Y si vivimos por un tiempo semejante rutina, entonces inevitablemente nos aburrimos y con frecuencia nos descorazonamos porque, sencillamente, la rutina nos «derriba». Pero si los principios bíblicos de la vida espiritual operan de algún modo, con certeza ha de verse en las cosas rutinarias de la vida y ha de verse continuamente.

Con frecuencia los mensajes sobre la vida espiritual van enfocados a las experiencias de crisis que experimentan los creyentes en sus vidas. Las exhortaciones de tales mensajes piden normalmente una decisión en la crisis. Si un cristiano oye tales sermones, año tras año: se queda insensible por el sonido constante de la campanilla de alerta, o lo asocia espiritualmente sólo con las situaciones de crisis. Hemos de admitir que muchas veces necesitamos llamadas a la decisión y con certeza deberían aplicarse principios espirituales en las crisis de la vida. Pero también es verdad que, como la mayor parte de nuestra vida la pasamos en las cosas rutinarias de la vida, debemos aplicar espiritualidad a estas facetas igualmente.


La base del juicio cristiano es la fidelidad, y por eso «se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel» (1 Co. 4.2). También es verdad que la mayoría de las actividades de los cristianos se dedican a cosas rutinarias. Por lo tanto, es mayormente en los asuntos rutinarios de la vida donde se requiere la fidelidad. ¿Ha notado usted alguna vez que cuando Pablo resume la conducta del cristiano, la relaciona con las actividades ordinarias de la vida? Él dice en 1 Corintios 10.31: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios». Habría sido casi innecesario para él haber dicho algo así como: «Si, pues, oráis o testificáis, hacedlo todo para la gloria de Dios». Naturalmente estamos pensando en la gloria de Dios en estos asuntos más que cuando comemos o bebemos. De manera que es en las rutinas de la vida (lo mismo que en las crisis) donde una persona espiritual debe mostrar su fidelidad a Dios. Y estas son, con frecuencia, las esferas más difíciles.


No sólo constituye un problema para la vida espiritual la esfera de la rutina, sino que la consistencia de la práctica es también un problema. Hay pocos que no pueden aprestarse a lo infrecuente. La mayoría puede hacer lo necesario cuando se ven presionados. Lo mismo ocurre en los asuntos espirituales. Si se nos llama para orar en público o si se nos pide que participemos en alguna campaña relacionada con la obra del Señor, o si se nos aprieta para dar cuenta de nuestra fe, la mayoría de nosotros podemos hallar lo necesario para salir de tales situaciones.


Pero todos tendemos a no estar vigilantes en la rutina. Y si vivimos por un tiempo semejante rutina, entonces inevitablemente nos aburrimos y con frecuencia nos descorazonamos porque, sencillamente, la rutina nos «derriba». Pero si los principios bíblicos de la vida espiritual operan de algún modo, con certeza ha de verse en las cosas rutinarias de la vida y ha de verse continuamente.


Dios tiene una palabra importante para esta situación y una palabra que debe atenderse fielmente si vamos a vivir la vida espiritual. Lo que Él tiene que decir se encierra en una sola palabra del Nuevo Testamento, palabra que se traduce de varias maneras, pero que básicamente significa descorazonarse. No es un desmayo físico ni una mera lasitud, sino más bien una falta de inclinación mental que a veces se acerca a la cobardía. En el uso de esta palabra (y sólo se encuentra siete veces en el Nuevo testamento) es como si Dios pusiera su dedo en las esferas clave de la vida para que demos atención especial y no nos descorazonemos.



FIDELIDAD EN LOS PROBLEMAS

«Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día» (2 Co. 4.16). Pablo había tenido bastantes problemas cuando escribió estas palabras. Sólo en su ministerio a los de Corinto había sufrido ya bastante. Cuando fue por primera vez a la ciudad, los judíos se opusieron abiertamente a él, de tal modo que se dispuso a salir y marchar a otra parte.


Sólo la visión nocturna que tuvo del Señor le retuvo en Corinto durante año y medio (Hch. 18.6-11). Incluso después de esta seguridad dada por el Señor, se vio llamado a juicio delante de Galión, acusado por los judíos. Todo esto fue al final de su segundo viaje misionero. Cuando empezó el tercer viaje misionero, Pablo se encontró en Éfeso y comparó los problemas que tuvo allí a una lucha contra fieras (1 Co. 15.32). En esta ciudad, no solamente se opusieron a él los judíos, sino que también los gentiles, ciudadanos de Éfeso, soliviantados por los plateros presentaron una gigantesca protesta contra los cristianos.


Estas fueron algunas de las cosas que experimentó Pablo poco antes de escribir 2 Corintios 4.16.


Si algún hombre estaba justificado para sentirse descorazonado, ése era Pablo, con certeza, frente a semejantes problemas. Pero él dijo que no lo haría por dos razones. Primero, vale la pena sufrir cualquier cosa por causa del ministerio. Si la gracia de Dios puede verse en las vidas de los que han sido ayudados, entonces los problemas son pequeña cosa que soportar.


Segundo, Pablo se aseguró a sí mismo con la promesa de que Dios renueva al hombre interior cada día incluso si el hombre exterior se ve sujeto a toda clase de presiones y problemas.


El ejemplo y la enseñanza son claros. Una persona espiritual muestra persistencia, no desfallecimiento de corazón, frente a las dificultades. No cederá cuando la rutina venga a barrenar su alma. Contrariamente, mostrará una fidelidad constante y persistente en la tarea a la cual ha sido llamado.


Como seis años más tarde, el Apóstol Pablo se encontró en circunstancias diferentes. Al apelar a Cesar, se encontró preso en su casa en Roma, esperando el juicio. La ley romana decretaba que en semejante caso el acusado debía esperar el juicio mientras llegaban sus acusadores. En caso de que éstos escogieran no insistir en el caso, el prisionero tenía que esperar dieciocho meses completos antes de que se pudiera abandonar el caso. Al parecer, los judíos que acusaron a Pablo prefirieron dejar el caso correr, porque Pablo estuvo en Roma esta vez dos años completos. La verdad es que fue lo mejor que pudieron hacer porque, si hubieran llevado el asunto a juicio, sin duda Pablo habría sido absuelto y su ministerio se hubiera vindicado. Pero al ni insistir en sus acusaciones, no solamente inmovilizaron a Pablo durante dos años completos, sino que también pusieron en tela de juicio su ministerio, ya que ni fue absuelto ni fue condenado. Al propio tiempo, desde luego, se puso en juego la paciencia de Pablo y de esta manera su círculo de amigos que esperaban también tuvieron que tener paciencia. A estos amigos de Asia Menor él les escribió: «Por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria» (Ef 3.13). Él no quería que ellos se sintieran descorazonados a causa de su situación. Indudablemente muchos estarían orando para que le absolvieran rápidamente y le pusieran en libertad, por lo que necesitaban paciencia y ánimo para enfrentar tal problema. Habría sido muy fácil y natural aumentar el desánimo a medida que pasaba el tiempo y los meses se sucedían. Nosotros mismos hemos dicho tantas veces, frente a un problema. «Ojalá que se resuelva ya, sea de una u otra manera; no me importa siquiera si va contra mí; lo que deseo es tenerlo resuelto pronto. No puedo soportar la indecisión». Pablo pudo muy bien haber dicho eso y también sus amigos. Pero, contrariamente, lo que se nos exhorta es a ser fieles en medio de los problemas no resueltos, llevándolos a Dios y esperando pacientemente la solución que Él les dé. Esta clase de fidelidad debe caracterizar, indudablemente, al cristiano espiritual.



FIDELIDAD EN LA ORACIÓN

El segundo campo en el que debemos ser fieles en la rutina, porque todos estamos prontos a desmayar, es en nuestra vida de oración. Nuestro Señor nos enseñó que los hombres deben orar siempre y no desmayar. Las personas que por primera vez oyeron aquellas palabras fueron aquellas a quienes Jesús estaba hablando de su segunda venida (Lc. 17.20 ss.), haciendo que esta parábola fuese aplicable particularmente a aquellos de nosotros que estemos al borde del rapto de la iglesia. A veces nosotros que tenemos esta bendita esperanza en nuestros corazones podemos ser acusados justamente de ser perezosos en la obra del Señor mientras aguardamos su venida. Pero esto no debe ser así; más bien deberíamos ser más celosos aún. Y desde luego, la parte más esencial de cualquier obra cristiana es la oración.


La historia de la parábola es un estudio de contraste. Una viuda, cuyos derechos en aquella sociedad habrían sido nulos, viene contrastada con un juez injusto (literalmente, un juez de injusticia) quien, aparentemente, no tiene que dar cuenta a nadie.


La viuda mal tratada busca que se le haga justicia, pero sólo porque persiste en ir una y otra vez al juez recibe al fin lo que pide. De esta historia el Señor saca tres promesas respecto a la oración.


La primera es que, en contraste con el juez injusto, que no se preocupaba por los que se presentaban ante él, nosotros tenemos un Padre Celestial que se cuida infinitamente de aquellos que acuden a Él. La segunda es un corolario de la primera; en lugar de posición sin ningunos derechos, como le pasaba a la viuda, nosotros somos los elegidos de Dios con todos los privilegios que acarrea semejante relación. Nosotros acudimos a un Padre Celestial como elegidos del Padre para ser herederos de todas las cosas. ¿Por qué, entonces, vamos a descorazonarnos cuando oramos?


Pero a veces nosotros decimos que Dios parece no oír nuestras súplicas ni contestarlas. La tercera promesa contesta tal objeción, por cuanto el Señor promete que Él «pronto les hará justicia». La promesa no consiste en que la contestación ha de venir tan pronto como se haga la petición. La promesa consiste en que cuando llegue la hora de dar la respuesta, todas las piezas del rompecabezas se colocarán en su sitio de repente. La misma expresión se emplea en Apocalipsis 1.1, donde la promesa consiste en que los acontecimientos revelados en dicho libro acontecerán repentinamente cuando empiecen a desarrollarse. La promesa no es que empezarán en tiempos de Juan. De igual modo, el retraso en la contestación a nuestras oraciones no está en contradicción con el sentido de la promesa de que la justificación o desagravio vendrá con rapidez. Mientras tanto, nunca debemos desmayar en la oración porque sabemos que Dios tiene su tiempo correcto para responder y entonces vendrá súbitamente.


Las tres promesas, pues, son que tenemos un Padre Celestial, una posición celestial y una promesa celestial. Estas nos animan a la fidelidad en la rutina de la oración. El cristiano espiritual no ha de desmayar cuando ora.



FIDELIDAD EN LAS BUENAS OBRAS

¿Ha conocido usted a alguna persona que por ser demasiado espiritual no parezca servir para nada? A veces oímos decir que una persona tiene de tal manera la mente en el cielo que no sirve para la tierra. El Señor pone su dedo aquí para recordarnos dos veces en el Nuevo Testamento que no debemos olvidar las buenas obras (Gá. 6.9-10; 2 Ts. 3.13).


En la referencia de Gálatas la extensión de estas buenas obras ordinarias se presenta como «hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe». Esta clase de bondad es una imitación de la vida de Cristo que «anduvo haciendo bienes» (Hch. 10.38). En la referencia de Tesalonicenses la exhortación a las buenas obras se hace frente a la conducta contraria de parte de algunos de los creyentes de aquella iglesia. Algunos evidentemente habían abandonado el trabajo bajo la capa de una falsa piedad, diciendo que estaban esperando al Señor que volviera. Aquellas personas no eran ociosas, pero sí se ocupaban de lo ajeno, en vez de lo suyo propio. Al parecer, aquellos creyentes estaban ocupados en convencer a otros de que debían también abandonar el trabajo en vista de la proximidad del retorno de Jesucristo. Esta clase de persuasión pseudo-espiritual debió ser difícil de resistir, porque podría parecer como si la persona estuviera contra la idea de preparar una actitud expectante para la venida del Señor. Pablo expuso la tontería de tal argumento y animó a los que eran fieles en la rutina de la vida a que lo que hacían era justo y apropiado.


Este aspecto presenta problemas a los cristianos. Es muy fácil para quien emplea todo su tiempo en el servicio del Señor justificar su falta de tiempo para hacer las buenas obras ordinarias diciendo que está ocupado en la obra del Señor. La omisión en semejante manera de pensar es esta: las obras buenas ordinarias constituyen la obra del Señor, y ninguno de nosotros, incluyendo a quienes somos obreros cristianos y espirituales, debe nunca dejar de cumplir con estos requisitos.



FIDELIDAD EN EL TESTIMONIO

Una vida de hacer bien debe ir aparejada con la proclamación positiva y directa del evangelio (2 Co. 4.1). El hacer bien simplemente sin dar testimonio es sólo un evangelio social; por otra parte, el testificar sin hacer cosas buenas es un evangelio sin adornos. Si desfallecemos en este campo. ¡Cuán trágicos serán los resultados para otros y cuán vacías estarán nuestras vidas espirituales!


Hay dos razones manifiestas en este versículo para proclamar el mensaje en todo momento. La primera es el mensaje en sí mismo. Según 2 Corintios es un mensaje de vida, gloria, justicia, libertad y poder transformador. La segunda razón es sencillamente que nosotros mismos hemos experimentado este poder transformador y, ya que conocemos por experiencia propia lo que el evangelio puede hacer, nos vemos impelidos a decirlo a otros. Nunca debemos desmayar porque conocemos el mensaje y porque vivimos el mensaje.


El obtener resultados (conversiones) del testimonio es cosa que sólo Dios puede hacer, pero el dar testimonio es cosa que nosotros debemos hacer. Nuestro Señor nos advirtió que habría muchos que, aparentemente, recibirían el mensaje, pero que, después de un tiempo, mostrarían por falta de dar frutos que no habrían creído para salvación (Lc. 8.4-15). Pablo nos advirtió que en los últimos días habría mucha de la llamada piedad, pero que sería de ese tipo que no muestra novedad de vida ya que no tendría poder (2 Ti. 3.5). A pesar de ello, nuestra responsabilidad permanece igual, o sea sembrar la semilla de la Palabra.


El que desmaya en este campo no tiene verdadera vida espiritual.

Estas son, pues, cuatro áreas del vivir en que demostraremos nuestra espiritualidad o falta de la misma cada día. El saber cómo vivir triunfalmente en medio de los problemas, el ser constante en la oración, incluso cuando se tarda la contestación, el ser sencillamente bueno con la gente y el testificar fielmente del evangelio de la gracia de Dios son los campos en que podemos con fidelidad en la rutina, mostrar la medida de nuestra espiritualidad.


O, poniéndolo de otra forma, (y espero que inofensiva), el énfasis de esta enseñanza respecto a no descorazonarse es simplemente este: más importante resulta ceñirse uno para las dificultades de la vida que lanzarse disparado hacia los asuntos grandiosos de la misma. Cuanto más vivo, más convencido estoy de que la verdadera espiritualidad no se prueba realmente desde el púlpito, ni en la clase bíblica, ni en la Escuela Dominical, ni en la reunión de diáconos o ancianos, etc., sino que se demuestra mejor mediante una vida constante de fidelidad a Dios, sobre todo, y luego ante aquellos que nos son más íntimos en el hogar.


Cierta clase de espiritualidad puede exhibirse para la galería, pero la espiritualidad que Dios quiere hay que cultivarla y practicarla consistente y persistentemente en la rutina de la vida diaria.

Tomado del libro «Equilibrio en la vida cristiana», por Charles C. Ryrie © Editorial Portavoz, 1974. Los Temas de Apuntes Pastorales. Volumen V, número 3.