Con Cristo hasta la horca
por David P. Gushee
El pastor y teólogo Dietrich Bonhoeffer fue uno de los pocos cristianos en la Alemania nazi que se declaró públicamente en contra de las políticas de Adolfo Hitler. A pesar de todas las pruebas, nunca dejó de ondear la bandera del cristianismo real. Hasta el último segundo de su vida, Bonhoeffer mantuvo su fe en Dios y lo proclamó como su único Señor.
Temprano en la mañana del 9 de abril de 1945, hace poco más de 50 años, el teólogo y pastor Dietrich Bonhoeffer fue ejecutado en el campo de concentración de Flossenbürg por su participación en la conspiración para asesinar a Adolfo Hitler. El médico de Flossenbürg dio testimonio de los últimos momentos de Bonhoeffer: «El Pastor Bonhoeffer, antes de quitarse el uniforme de prisión, (se arrodilló) en el suelo orando fervientemente a su Dios. Me emocioné por la manera en que este hombre oraba con tanta devoción y tanta certeza de que Dios había oído su oración En el lugar de la ejecución nuevamente hizo una breve oración y luego subió los escalones de la horca, valiente y con tranquilidad Pocas veces he visto morir a un hombre tan enteramente entregado a la voluntad de Dios».
He allí Dietrich Bonhoeffer, colgado de la horca. Es una escena que ahora está profundamente grabada en la conciencia cristiana, una escena de extraordinario significado tanto para los días de Bonhoeffer como para los nuestros.
La sala de una casa en Grunewald
En su introducción a la vida de Dietrich Bonhoeffer en Costly Grace (Gracia de gran precio), el amigo y biógrafo Eberhard Berthge incluye una fotografía de la sala del hogar de los Bonhoeffer en la cómoda zona de Grunewald en Berlín. Espaciosa y llena de sol, adornada con óleos originales y tapices finos, la sala revela sofisticación, encanto y categoría.
En este tipo de entorno nació Bonhoeffer el 4 de febrero de 1906. Fue el sexto de ocho hijos de Karl, un reconocido profesor de psiquiatría, y Paula Bonhoeffer. Ambas partes de la familia habían sido parte de la élite bien relacionada y culta de Alemania.
A pesar de el compromiso nominal hacia Cristo por parte de sus padres, en el hogar de los Bonhoeffer se inculcó una gran gama de virtudes que más tarde producirían fruto en la vida de Dietrich: responsabilidad moral, preocupación por las necesidades de otros, objetividad intelectual, razonamiento crítico, integridad personal, autodisciplina, grandes expectativas de uno mismo y de otros. La familia se opuso a Hitler desde el comienzo, y durante el régimen nazi muchos familiares se involucraron en actividades de resistencia.
En el debate contemporáneo en cuanto a los valores de la familia, el ejemplo de los Bonhoeffer nos enseña que los cristianos necesitan más que una actitud de «defensa» cuyo foco sea proteger a nuestros inocentes de los vicios corruptores del mundo. También debemos tener una confiada estrategia de «ofensiva» para vivir en el mundo: una forma de vida que promueva el reino de Dios y obstruya la obra del maligno.
En la universidad
No debe sorprendernos que Dietrich Bonhoeffer, un estudiante terriblemente precoz, concluyera sus estudios con gran celeridad y completara su disertación doctoral en la Universidad de Berlín a los 21 años (Karl Barth la describió como «un milagro teológico»), y una segunda disertación a los 23 años. Evidentemente era un teólogo prometedor. Como escribió John De Gruchy: «Si hubiera vivido más años, podría haber dominado la escena teológica en la segunda mitad del siglo veinte.»
Aun en ese momento Bonhoeffer reconoció la elección básica a la que se enfrentaba: seguir la senda convencional de la comodidad y el ministerio «exitoso» en la «religión» cristiana, o en su lugar seguir a Jesucristo en medio de una cultura que estaba en colapso y en una iglesia sin fe. Tal vez sea por eso que, a diferencia de tantos de sus colegas, en el comienzo de la era nazi estuvo preparado para abandonar la seguridad de iglesias y universidades aprobadas por el estado, en vez de transigir y permanecer en instituciones nazificadas.
La elección de Bonhoeffer de integridad por sobre ambición representa un desafío a los cristianos en cualquier contexto. El desafío es particularmente crítico para quienes, como Bonhoeffer, tienen aspiraciones. Queremos que nuestra vida tenga valor para el reino de Dios. Queremos que después de nuestra muerte nos recuerden por haber hecho una contribución significante.
Y sin embargo, esa ambición cristiana fácilmente puede estar mal dirigida y puede ser abusada. Por cierto que la ambición llevó a algunos colegas de Bonhoeffer a aferrarse a sus privilegios académicos a costa de sus propias conciencias. Si hoy se los recuerda, no es con aprecio. Pero Bonhoeffer renunció a la tentación del éxito a corto plazo en nombre de la fidelidad a Jesucristo.
La Escuela Dominical en Harlem
En 1930 y luego de sus estudios doctorales, Bonhoeffer decidió pasar un año en el Union Theological Seminary en la ciudad de Nueva York. Su correspondencia de este año refleja su desdén por el bajo nivel de sofisticación teológica que percibió en Norteamérica. Pero aprendió mucho, especialmente de sus experiencias con dos compañeros de estudio: Frank Fisher y Jean Lasserre.
Fisher, un estudiante afroamericano, ayudó a Bonhoeffer a tomar parte activa en la afamada Iglesia Bautista Abisinia en el Harlem, donde Bonhoeffer regularmente estaba a cargo de una clase de Escuela Dominical. Allí Bonhoeffer fue testigo del histórico y apasionado compromiso de esta iglesia negra en cuanto a justicia social, igualdad racial y derechos humanos, inspirados estos por una gozosa espiritualidad cristiana. Como resultado, vio desde una nueva perspectiva el creciente racismo en su propia nación.
La amistad de Bonhoeffer con Lasserre, un pacifista francés, lo llevó a considerar que el Sermón del Monte era el punto central del discipulado cristiano, y a comprometerse con la pacificación internacional como un deber fundamental del cuerpo de Cristo en el mundo. Con posterioridad Bonhoeffer se convirtió en un activo líder para la paz internacional en el movimiento ecuménico, para disgusto de sus colegas teológicos en Alemania, personas militaristas y de tendencia nacionalista.
Estos compromisos, tanto con la justicia social y racial como para con la paz internacional, colocaron a Bonhoeffer en oposición a la culturalmente transformada cristiandad germánica de sus días.
Uno de los pecados que asedia a ciertas ramas de evangelicalismo en el continente americano es precisamente nuestra tendencia a la asimilación cultural de la fe cristiana al estilo de vida occidental. Con frecuencia confundimos ser cristiano con ser occidental, con amar a la patria, con amar a Dios. A menudo hemos mezclado normas culturales injustas y opresivas (como racismo e indiferencia a la injusticia), y el resultado es una desagradable mezcolanza que llamamos cristianismo. Bonhoeffer da testimonio de que el verdadero cristianismo a veces lleva a oposición fundamentada a la nación y a la cultura; aun a la horca, o a la cruz.
Un discurso a pastores alemanes
Él regresó a Alemania y comenzó a trabajar como prometedor conferencista en teología en la Universidad de Berlín. Su fama aumentaba, pero también la de Adolfo Hitler. El 30 de enero de 1933 Hitler se convirtió en canciller de Alemania. A los tres meses había conseguido destruir la democracia en Alemania y establecerse como dictador de la nación.
El 7 de abril de ese mismo año Hitler consiguió la «Ley para la restauración del servicio civil», el primer gran estatuto antijudío de la nueva era. Una disposición de esta ley, la llamada cláusula aria, obligaba la expulsión del servicio civil (incluyendo universidades e iglesias) de todas las personas en la categoría de judíos.
Ese mismo mes Bonhoeffer habló a un grupo de pastores alemanes. Su ponencia La iglesia y la cuestión judía, es ampliamente reconocida como la mejor y más temprana respuesta de líderes eclesiásticos a esta temprana expresión de antisemitismo nazi. Él alega que la iglesia tiene la obligación de desafiar al estado cuando éste hace mal uso de su poder; de ayudar a todos, incluyendo a judíos, cuando son víctimas del estado; y finalmente, de frustrar los propósitos del estado si éste continúa oprimiendo al pueblo. Algunos pastores se retiraron indignados durante la conferencia, considerándola demasiado «política», demasiado «radical», y demasiado favorable para con los judíos.
Tal como han escrito los estudiosos Geffrey Kelly y Burton Nelson, la solidaridad con los judíos (bautizados o no) era la pregunta indicativa de la fidelidad cristiana en la era nazi. Bonhoeffer entendió esto, y bregó para que la resistencia masiva de la iglesia confrontara el antisemitismo nazi, aun si eso significaba una persecución extrema hacia la iglesia. Hasta su muerte Bonhoeffer apoyó a los judíos, hasta participando en actividades de rescate como parte de su tarea de resistencia durante la guerra. A través de ese período se dolió por los crímenes de su país, uno de los cuales (y por cierto no el menor) fue que la iglesia abandonara al pueblo judío.
¿Llama Jesucristo a los cristianos de hoy a ser solidarios? ¿Para con quién? ¿Por quién deben arriesgarse a ser perseguidos? Bonhoeffer nos enseñaría a fijar la mirada en «los más pequeñitos», y especialmente en aquellos a quienes el gobierno abandona u oprime. ¿Podrían ser inmigrantes, tal vez? ¿Los que aún no han nacido? ¿Las madres pobres con sus hijos? ¿Los presos? ¿Los judíos, incluso hoy? ¿Cómo sería posible que veamos la realidad de nuestro contexto tan claramente como Bonhoeffer vio la de él, y cómo sería posible que respondamos como respondió él, con «oración y acciones justas»?
Resistencia implacable
El compromiso mayor de Bonhoeffer en la lucha eclesiástica alemana tuvo lugar entre abril y octubre de 1933 (en ese tiempo dejó Alemania para dedicarse a un pastorado en Londres). Estaba horrorizado por la nazificación de las iglesias por parte de Hitler, y por la masiva cooperación que el Führer obtuvo en el protestantismo alemán, especialmente en la adopción de la cláusula aria como política oficial (septiembre de 1933). Este racismo ordenado por el estado en la vida de la iglesia era, para Bonhoeffer, nada menos que herejía.
La resistencia fue implacable y pública, pero ni él ni sus aliados pudieron mantener el control de la iglesia evangélica alemana. Intentando preservar la integridad del protestantismo alemán; que la iglesia siguiera dando auténtico testimonio de Jesucristo y que la fidelidad a la Palabra de Dios continuara; en mayo de 1934 nació la Iglesia Confesante. Su famosa «Declaración de Barmen» denunciaba lo que Kelly y Nelson justamente denominan «el consentimiento idólatra a las políticas nazis para la iglesia» dentro de la iglesia protestante oficial. La Iglesia Confesante se convertiría en el centro de operaciones de la resistencia protestante en Alemania.
Cuando Bonhoeffer regresó de Londres en 1935, se convirtió en director de un seminario de la Iglesia Confesante en Finkenwalde. Su liderazgo inspirado e innovador se destaca como una de las contribuciones más significantes de su carrera. (Ver Vida en comunidad, las reflexiones de Bonhoeffer sobre la experiencia en Finkenwalde, y El precio de la gracia, también concluso durante este período).
Bonhoeffer se embarcó en este nuevo proyecto reconociendo que el protestantismo alemán había demostrado estar casi en la ruina. El presintió que su contexto demandaba una revolución que requeriría de los ministros y pastores de la Iglesia Confesante profunda disciplina espiritual, teología bíblica pura (enfatizando el Sermón del Monte), más servicio que privilegios, y una vida en comunidad enraizada en intimidad e intensidad excepcionales.
La Gestapo clausuró el experimento de Bonhoeffer en Finkenwalde en octubre de 1937. Pero para entonces la Iglesia Confesante ya había perdido gran parte de su ímpetu debido a amenazas nazis y a la fatiga por la lucha. Sólo un puñado de bravíos no conformistas como Bonhoeffer permanecieron.
Entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938, el régimen nazi organizó la vergonzosa Kristallnacht (Noche de vidrios rotos), una noche de terror y violencia contra los judíos de Alemania y sus instituciones. Esta acción radical requería una respuesta igualmente radical, y sin embargo, para consternación de Bonhoeffer, no se oyó ni una sola palabra de protesta por parte de la Iglesia Confesante.
Como su nación esta dominada por la maldad y preparándose para la guerra, y como lo que quedaba de la verdadera iglesia en Alemania era incapaz de responder adecuadamente por más tiempo, Bonhoeffer nuevamente se embarcó para los Estados Unidos de América en junio de 1939 para una segunda visita a Union Seminary pensando en la posibilidad de emigrar.
Nunca se sintió en paz con la decisión, y pronto decidió regresar a Alemania. Su amigo norteamericano Paul Lehman, un moralista cristiano, inmediatamente se dirigió a Nueva York para tratar de persuadirlo a que se quedara, pero no lo logró. El 8 de julio, Bonhoeffer se embarcó para Alemania. La imagen de Bonhoeffer en el barco, preparándose para regresar a la gran posibilidad de su propia muerte, es una escena inolvidable y un momento conmovedor en la historia de la iglesia del siglo XX.
Despidiéndose de Reinhold Niebuhr, Bonhoeffer escribió: «Cometí un error al venir a Norteamérica. Debo vivir este difícil período de nuestra historia nacional con los cristianos de Alemania. No tendré derecho a participar en la reconstrucción de la vida cristiana en Alemania después de la guerra si no soy parte de las pruebas por las que pasa mi pueblo en este momento.»
El regreso de Bonhoeffer se destaca como una acción de profunda valentía moral, de discipulado en el más profundo sentido de la palabra, y de auténtico patriotismo cristiano. Su ejemplo también nos recuerda que los objetivos de Dios van más allá de preservar nuestra comodidad, y que a veces Dios nos llama a ser sus testigos durante momentos oscuros, aun si el costo es nuestra propia vida.
Un encuentro con conspiradores
A su regreso a Alemania en julio de 1939, Bonhoeffer tenía toda la intención de participar en el derrocamiento de su nación. A través de su cuñado, Hans von Dohnanyi, pronto se unió a los esfuerzos de un pequeño pero importante grupo de resistencia centrado en el Abwehr, el servicio de contrainteligencia militar. La intención era nada menos que la derrota del nazismo con el asesinato de Adolfo Hitler. Para julio de 1940, Bonhoeffer se había asegurado participación oficial en el Abwehr, y a partir de entonces actuó como agente doble.
Para la mayoría de nosotros no es fácil imaginar a un teólogo y pastor cristiano en una reunión para planear un asesinato. Muchos admiradores de Bonhoeffer sienten haber llegado al límite en este punto. ¿Sigue siendo esto seguir a Jesús? ¿Y qué del Sermón del Monte? ¿Qué del pacificador?
Relacionando esto a nuestro contexto, uno no puede dejar de pensar en quienes están de acuerdo en matar a los médicos que realizan abortos. Se ha mencionado que Bonhoeffer conspiró para matar a fin de evitar el mal, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros?
La respuesta es que Bonhoeffer quiso actuar de manera responsable en un contexto que se había tornado tan pernicioso que ninguna alternativa se podía considerar totalmente «buena» o sin delito. En una situación límite tan sombría, en vez de no hacer nada y esperar hasta que aparezca algo bueno en el más absoluto sentido de la palabra, la persona responsable debe de acuerdo a Bonhoeffe en Ethics (Ética) «preferir lo que es relativamente mejor a lo que es relativamente peor». En su caso, él creyó que eso significaba participar en el complot para matar a Hitler en vez de permanecer inmóviles observando asesinatos masivos y una guerra interminable.
La mayoría de quienes están en contra del asesinato de los médicos que hacen abortos, lo hacen con la premisa de que nuestra situación es significantemente distinta a la de Bonhoeffer. Si existen opciones responsables que son mejores que la mala opción de optar por la violencia, deben elegirse estas otras opciones. En el caso de quienes protestan por los abortos, existen tales opciones: consejo a mujeres embarazadas, provisión de hogares maternales, el voto por candidatos que estén en contra del aborto, cartas a los distintos políticos. La acción de Bonhoeffer en la Alemania nazi durante la guerra no se puede usar en una sociedad democrática como licencia para la violencia.
De cualquier modo, el legado de Dietrich Bonhoeffer siempre incluirá su participación en la conspiración para asesinar a Hitler y en las tortuosas cuestiones morales que emergen de tal participación. Pero ésta debe ser vista en el contexto tanto de la vida de Bonhoeffer como de la situación de Alemania en esa época.
En prisión
El complot se descubrió, y el 5 de abril de 1943 Bonhoeffer fue arrestado. Nunca volvería a ser un hombre libre.
La publicación de posguerra de sus Letters and Papers from Prison (Cartas y escritos desde la prisión), que él escribió durante ese tiempo, creó agitación en el mundo teológico occidental. La naturaleza provocadora de muchos de sus escritos (que no estaban destinados para publicación) y especialmente el mal uso por parte de personas tales como los «teólogos de la muerte de Dios» en la década del 60, ha hecho que muchos evangélicos desconfíen del Bonhoeffer de prisión.
Si bien estos temores están fuera de lugar, uno no debe apresurarse a suavizar los escritos de prisión. Nuevamente, consideremos el contexto. Bonhoeffer estaba encarcelado en una prisión nazi, como cientos de miles de seres humanos. Escribió en medio de un mundo empapado en sangre; más de 50 millones de personas morirían en esos seis años de guerra. Su nación había organizado el asesinato masivo del pueblo judío en Europa y de millones de otros civiles; muchos de sus amigos y alumnos había sido apresados o matados; las bombas de los aliados llovían por doquier. Su iglesia había hecho muy poco para protestar contra el nazismo y para proteger a los inocentes. En su lugar la mayoría de los líderes eclesiásticos habían nazificado su fe por completo, mientras otros cristianos se escondían tras las consignas piadosas de su religión moralmente vacía, y cerraban sus ojos al mundo.
¿Quién puede culparlo, entonces, por criticar tan amargamente esa «religión vacía, y por sugerir la necesidad de un «cristianismo no religioso»? ¿Quién puede desafiar la declaración de Bonhoeffer de que en vez de esperar en Dios para un rescate dramático, la iglesia es llamada a tomar parte responsable en el mundo, o que la iglesia es llamada a ser la iglesia «para los demás» así como Jesús fue un «hombre para los demás»? ¿Quién puede condenar porque sintió más solidaridad con el mundo secular que actuó para detener la matanza que con los cristianos que no hicieron nada?
Al observar a Bonhoeffer en prisión y luego camino a la horca, no podemos menos que ver otros héroes de la fe (gente como Pablo) que fueron antes que él, que se vieron en sitios similares, y cuyas vidas terminaron de la misma manera. Vienen a nuestra mente las palabras de Bonhoeffer: «Cuando Cristo llama a un hombre, hasta le pide que muera».
Alguien dijo que la iglesia ha sido regada con la sangre de los mártires. Poco más de cincuenta años después de su martirio, el testimonio de Dietrich Bonhoeffer continúa alentando a la iglesia que él tanto amó, y al mundo que también tanto amó, aun hasta la muerte.
David P. Gushee es profesor de estudios cristianos en Union University en Tennesee. Sus escritos incluyen una amplia gama de temas de la vida y testimonio cristianos, especialmente en áreas de ética social. Gushee es especialmente reconocido por sus estudios sobre el holocausto, incluyendo su libro The Righteous Gentiles of the Holocaust: A Christian Perspective (Los gentiles justos del holocausto: Una perspectiva cristiana).
Traducido y adaptado para AP por Leticia Calcada. Usado con permiso de Christian History. Todas las citas de Vida en comunidad y El precio del discipulado son traducción libre. Apuntes Pastorales. Volumen XIV, número 4. Julio septiembre 1997.