Biblia

De un potaje mortífero a un pan de vida

De un potaje mortífero a un pan de vida

por Leonardo R. Hussey

Ya estamos familiarizados con el hecho de que su maestro, Elías, también había profetizado una sequía. En ese tiempo fue traída en castigo por el culto a Baal. El pueblo se había entregado a Baal bajo el reinado del corrupto Acab y se concretó con falta de lluvia y de rocío (1 Re 17.1)

2 Reyes 4.38–44

El párrafo que consideraremos ahora nos presenta a Eliseo nuevamente en Gilgal en una época en que «había una grande hambre en la tierra» (v. 38). Es muy posible que este sea el mismo período mencionado en 8.1, donde Eliseo le dijo a la mujer de Sunem: «Jehová ha llamado el hambre».

Ya estamos familiarizados con el hecho que Elías también había profetizado una sequía. En ese tiempo fue traída en castigo por el culto a Baal. El pueblo de Israel se había entregado a Baal bajo el reinado del corrupto Acab y la malvada Jezabel, y se concretó con falta de lluvia y de rocío (1 Re 17.1). Según las palabras del Señor Jesús, en ese tiempo «el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una grande hambre en toda la tierra» (Lc 4.25). El apóstol Santiago también se refirió a esta época de sequía cuando afirmó que «no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses» (Stg 5.17). En el capítulo 1 del libro El profeta Eliseo se señala cómo culminó la crisis que produjo esta sequía. La indudable victoria de Elías condujo al pueblo a postrarse y decir en ese momento de excitación colectiva: «Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!», y la posterior «lluvia grande» (1 Re 18.39,41). Sin embargo, esto no dio como resultado un genuino retorno espiritual del pueblo de Israel a su Dios Jehová. No se eliminó a los baales y la idolatría patrocinada oficialmente prosiguió tanto bajo el rey Acab, como bajo los reinados de Ocozías y Joram.


Ahora, bajo el ministerio de Eliseo, sigue prevaleciendo la misma actitud. A pesar de sus notables milagros que beneficiaron tanto a individuos como a poblaciones enteras —como la de Jericó, y a toda la nación al salvarla de una inminente derrota frente a los moabitas— el pueblo persiste en su desvarío y se empecina en rendir culto a lo que no es. Dios no tiene otra alternativa que utilizar la vara del castigo y él mismo «llama» al hambre y establece que esta vez se prolongará por siete años en lugar de tres años y medio. ¡Exactamente el doble! Sin duda, «dura cosa es dar coces contra el aguijón» (Hch 26.14). Triste es la historia y funestas las consecuencias de los pueblos e individuos que rechazan la revelación y las evidencias del amor de Dios. En su lugar, estos abrazan la propuesta diabólica de adorar a cualquier baal según el apetito o antojo del adorador. ¡Algunos llegaron al absurdo de adorar a Baal-Zebub, dios de las moscas! (2 Re 1.1–6,16), sin tomar conciencia de que en realidad estaban ofreciendo culto al «príncipe de los demonios» (Mt 9.34; 10.25; 12.24, 27, etc.).


En la época en que los israelitas conquistaron a Canaán, descubrieron que cada sector de la tierra tenía su propia deidad o amo, de manera que había muchos baales. El plural hebreo baalim aparece en castellano traducido como «baales» (1 Re 18.18). Los dioses de cada localidad tenían nombres propios, como el caso de Baal-peor (Nm 25.3). Sin embargo, con el correr del tiempo Baal llegó a ser el nombre propio que representaba de una manera más generalizada al dios de la fertilidad. El culto a Baal afectó y desafió la adoración a Jehová a través de la historia de Israel. Los ritos baalistas no sólo involucraban prácticas lascivas de los cultos a la fertilidad, sino aun también sacrificios abominables de sus propios hijos. «Y edificaron lugares altos a Baal, para quemar con fuego a sus hijos en holocausto al mismo Baal; cosa que yo no les mandé, ni hablé, ni me vino al pensamiento», dijo el Señor por boca de Jeremías (Jer 19.5). El culto a Baal frecuentemente estaba asociado con el de la diosa Astoret y el uso de imágenes de Asera (Jue 6.28-30). Para la época de Eliseo se había tornado en el culto rival de Jehová, y Baal llegó a conocerse como el dios de la fertilidad. Pinturas primitivas que datan del segundo milenio antes de Cristo, presentan dibujos de Baal como el dios de la tormenta que hacía llover sobre la tierra.


Si durante el ministerio de Elías «el cielo fue cerrado por tres años y seis meses», y esta severa disciplina no logró desterrar el culto a Baal en Israel, Dios ahora se dispone a duplicar el rigor del castigo. Cabe observar cómo el proceder y la conducta del pueblo de Dios no sólo afectan a su estado espiritual y de relación con él sino también a la naturaleza. De esta manera grandes sequías, terremotos y cataclismos pueden estar estrechamente ligados a las malas relaciones del hombre con su Creador. Es durante este período de adversidad y como consecuencia de escasez de los vitales elementos para la supervivencia, que Eliseo está en Gilgal atendiendo a las necesidades espirituales y temporales de sus «alumnos», los hijos de los profetas.


A medida que se desarrolla la historia, y la personalidad de Eliseo se revela con más claridad, observamos que él representa de una manera cada vez más acentuada características y verdades neo-testamentarias, y en particular al propio ministerio de Jesús, nuestro Señor.


El primer relato que vamos a considerar (vs. 38–41), tiene su paralelo en Marcos 16.18: «Si bebieren cosa mortífera, no les hará daño». El segundo (vs. 42–44), si bien mucho más limitado en su alcance, nos hace recordar cómo Jesús multiplicó los cinco panes y dos peces (Mr 6.38), para alimentar a una multitud de cinco mil personas además de sus propios discípulos.


El potaje mortífero (vs. 38–41)


El valle del Jordán en la zona de Gilgal, en otro tiempo fértil y fructífero, se había transformado en un terreno muy árido como consecuencia de la prolongada sequía. Lastimosamente, sus efectos también alcanzaban al remanente piadoso. Los juicios de Dios enviados a causa del pecado de la sociedad también afectan a su pueblo, si bien él les da a la vez una gracia especial para sufrirlos. «Los hijos de los profetas estaban con él» —Eliseo— (v. 38), en medio de esta grande hambre. Obviamente sus reservas ya habían llegado a su fin. Eliseo, diligente en la enseñanza y capacitación espiritual de este grupo de futuros responsables de mantener encendida la lámpara y el plan del gobierno de Dios para Israel, se preocupa también por sus necesidades temporales. En efecto, le instruye a su criado: «Pon una olla grande, y haz potaje para los hijos de los profetas» (v. 38). Entre líneas debemos leer que no tenía a su disposición suficientes verduras y legumbres para el potaje, pues uno de ellos tuvo que salir al campo a recoger hierbas y halló una planta semejante a la parra montés. La antigua versión de Martín Nieto señala que esta «cepa silvestre es probablemente el citrullus colocynthis, especie de calabaza silvestre de hojas parecidas a la vid y de fruto semejante a meloncillos, de sabor amargo. No es comestible, produce trastornos intestinales y aun la muerte». Quizás con una dosis de muy buena voluntad, pero con una evidente carencia de conocimientos botánicos, (¡no es requisito obligatorio que un teólogo sea un experto botánico!), «llenó sus faldas» con estas calabazas. Pensó que había realizado un gran hallazgo, se volvió y diligentemente cortó las calabazas en la olla del potaje con la sensación de haber hecho una gran contribución para el bienestar de la comunidad. Es una buena ilustración de lo que puede llegar a ser el «celo… no conforme a ciencia» (Ro 10.2), pues al fin del versículo 39 nos dice que «no sabía lo que era».


La lección práctica que desprendemos de este relato es que no debemos incluir en ninguna dieta, sea esta culinaria o espiritual, sustancias que no conocemos como buenas, sanas y alimenticias. En cuanto a la dieta natural leemos a continuación que puso en peligro de muerte a toda la comunidad. En cuanto a la espiritual, tenemos claras advertencias sobre la importancia de hablar acerca de lo que sabemos y no acerca de lo que desconocemos. El mismo Señor Jesucristo dijo: «De cierto, de cierto, te digo, que lo que sabemos hablamos» (Jn 3.11), y el apóstol Pablo advierte acerca de los que «trastornan casas enteras enseñando… lo que no conviene» (Tit 1.11). Para alimentar adecuadamente al rebaño, debemos adquirir un conocimiento cabal del tema que estamos tratando y conformarnos a «las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ti 6.3). Debemos, además, exponerlo con seguridad y convicción. Si no lo conocemos adecuadamente, mejor será estudiarlo con más detenimiento antes de exponerlo. Así nuestras palabras tendrán sustancia, estarán sazonadas con sal, y suministrarán verdadera nutrición espiritual al rebaño.


Este mismo profeta-estudiante, probablemente orgulloso de su gran «hallazgo», sirvió él mismo para que comieran los demás, pero tan pronto comenzaron a comer del guisado, gritaron: «¡Varón de Dios, hay muerte en la olla!» Inconsciente e involuntariamente el veneno se había introducido en la olla y su efecto era mortífero. Así ocurre con muchas enseñanzas que se introducen y entretienen sin verificar que estén conformes a las Escrituras. La historia de la Iglesia se encarga de enseñarnos cómo las herejías se han introducido sin aparente mala intención, y por falta de suficiente discernimiento espiritual. Las herejías no fueron rechazadas de plano desde el principio, sino que fueron toleradas y aun entretenidas. Se evidenciaron sus efectos justo después de mucho tiempo, cuando el mal ya se había propagado. Pongamos especial cuidado en los aportes que realizamos para la «olla» que ha de alimentar al rebaño de Dios. Que nadie tenga que gritarnos: «¡Hay muerte en la olla!», y la comida que hemos preparado pensando en contribuir para el fortalecimiento de la vida espiritual del pueblo de Dios, resulte en una comida mortífera.


Es aquí donde actúa el varón de Dios y toma medidas para contrarrestar el efecto del veneno. Pide algo muy sencillo; en realidad, el más elemental de los alimentos. «Traed harina». La harina es la substancia con la cual se elabora el alimento básico del hombre, y al cual el Señor Jesucristo se compara de una manera tan impresionante en el capítulo seis del evangelio de Juan. «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre» (Jn 6.51). La olla que contenía muerte, recibe de manos del hombre de Dios la harina que anula sus efectos mortíferos, y la transforma en alimento nutritivo para preservar y sustentar la vida de los hijos de los profetas. Cuando el Señor Jesucristo es recibido como el verdadero pan que desciende del cielo, como «el pan de vida», la muerte queda anulada. «El que come de este pan, vivirá eternamente» (Jn 6.58). «Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él coma, no muera» (Jn 6.50). Jesús es el alimento que el siervo de Dios debe suministrar a los creyentes.


La alimentación de los cien


Esta historia, aunque muy concisa, ofrece también valiosas enseñanzas que tienen su confirmación en el Nuevo Testamento.


El hombre de Baal-salisa


Muy poco se nos dice acerca de él, incluso, es difícil identificar la localidad de donde vino. Aunque su nombre se asocia con Baal, podemos deducir por sus hechos que pertenecía a una minoría piadosa en dicha localidad. Es evidente que era labrador pues trajo «panes de primicias, veinte panes de cebada, y trigo nuevo en su espiga». De acuerdo a la ley mosaica, los israelitas debían concurrir para esta época a Jerusalén para celebrar la fiesta de las primicias y presentarlas al sacerdote. Bajo su reinado, Jeroboam prohibió que los israelitas concurrieran al templo en Jerusalén y estableció como lugares de culto a Samaria y a Bet-el. Como el culto en dichos lugares se degeneró y desembocó lisa y llanamente en el baalismo, este hombre piadoso supuestamente rehusó presentar allí las ofrendas de las primicias de su labranza. Además, ante la imposibilidad de concurrir a Jerusalén para hacerlo, prefirió llevar sus ofrendas a Eliseo en Gilgal. Sin duda, así cumpliría con el espíritu de la ley, y ofrendaría a Eliseo «el hombre de Dios», el verdadero líder y representante del pueblo espiritual de Israel, el fruto de su trabajo.


También es de admirarle el hecho de que, a pesar del tiempo de extrema hambre, no suspendió el ofrecimiento de las primicias al Señor que muy bien podría haber utilizado para su propio alimento o el de su familia. Dios aprobó y honró su ofrenda, aumentándola y empleándola no sólo para el sostén de su profeta Eliseo, sino también para alimentar a cien discípulos suyos. ¡Qué privilegio para este anónimo pero auténtico israelita el poder contribuir para la alimentación de los fieles en un periodo de tanta escasez y apostasía!


El lenguaje de Eliseo


En los versículos 42 y 43 el hombre de Dios empleó términos por demás sugestivos. «Da a la gente para que coma». A esta orden su sirviente objetó: «¿Cómo pondré esto delante de cien hombres?», evidentemente era ridículo poner veinte panes de cebada para alimentar a cien hombres. Apenas se le podría dar una quinta parte de un pan a cada uno. Eliseo insistió diciendo: «Da a la gente para que coma, porque así ha dicho Jehová: Comerán y sobrará». Eliseo había recibido de parte de Jehová una palabra que le inspiró fe y convicción. Dios le había dicho: «Comerán y sobrará»; él acepta y confía en esta palabra dada por su Señor, y además actúa en base a ella. El hombre de Dios siempre ha sido y será un hombre obediente a la Palabra de Dios.


Es muy difícil leer este relato, y en particular las palabras de Eliseo, sin que nuestras mentes viajen inmediatamente hasta el Nuevo Testamento. Podemos comparar estas palabras con las ocasiones en que nuestro Señor proveyó de enormes cantidades de alimentos para multitudes que desfallecían. Por ejemplo, aquella ocasión cuando empleó como punto de partida apenas «cinco panes de cebada y dos pececillos». Andrés, el hermano de Simón, reaccionó de la misma manera que el sirviente de Eliseo, pues dijo: «¿Qué es esto para tantos?» (Jn 6.9). La ciega incredulidad le llevaba a cálculos y conclusiones racionales, por eso, olvidó o desconoció que el Señor era poderoso para multiplicarlos hasta la superabundancia. «Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos que de los cinco panes sobraron» (Jn 6.13). «Comerán y sobrará» (2 Re 4.43).


La frase: «Da a la gente para que coma», tiene su paralelo en Mateo 14.16 donde Jesús ordena a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer». Tanto Eliseo como nuestro Señor quisieron presionar a sus discípulos con respecto a la responsabilidad que tenían de alimentar a sus semejantes. Ambos, al hacerlo, tomaron como base lo poco que se ponía a su disposición. Y mediante el ejercicio de la fe, y apoyados en la Palabra del Señor, sobrepasaron con creces las expectativas y los apetitos de las personas que tenían a su cuidado.


Esto constituye, quizás, uno de los rasgos más importantes que conforman el perfil de un verdadero hombre de Dios. Nos referimos a su preocupación permanente por la adecuada alimentación y sustento de aquellos que han sido confiados a su cuidado pastoral. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, resuenan las palabras: «Da a la gente para que coma». «Dadles vosotros de comer». Para el Señor Jesucristo la prueba más contundente del amor del apóstol Pedro hacia él sería el cuidado pastoral que debía ejercer sobre los creyentes y por eso le dijo: «¿Me amas?… Apacienta mis ovejas» (Jn 21.17).


El mismo Señor volvió a recalcar este sentir, cuando sobre el cierre de su sermón profético en Mateo 24 dijo: «Por tanto también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente al cual puso su señor sobre su casa para que le dé el alimento a tiempo? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá» (Mt 24.44–47).


El párrafo de 2 Reyes que estamos analizando concluye con las palabras: «Comieron y les sobró, conforme a la palabra de Jehová». Es muy significativa la forma en que las palabras del hombre de Dios se entrelazan con la palabra de Jehová. En primera instancia, Eliseo dijo: «Da a la gente para que coma». Ante la incredulidad del sirviente, Eliseo insistió agregando las palabras: «Porque así ha dicho Jehová». Con esto evidenció que el mandamiento tenía su origen en el dicho de Jehová. Con cuánto acierto el apóstol Santiago afirma que «los profetas hablaron en nombre del Señor» (Stg 5.10).


Al cumplirse la alimentación en forma abundante de los cien «hijos de los profetas», el cronista cierra el relato del incidente atribuyendo la gloria al Señor, pues escribe: «Conforme a la palabra de Jehová». El hombre de Dios se inspira y actúa inmerso en la Palabra de Dios y no se atreve a obrar independientemente de ella. Su mente, su espíritu y su acción, son moldeados, impregnados e impulsados por la Palabra y así su ministerio es coronado con el éxito. Finalmente, el mismo éxito se atribuye cuidadosamente al Señor y no a su siervo, «para que nadie se jacte en su presencia» (1 Co 1.29). Un ministerio fructífero y espiritual será siempre «conforme a la Palabra de Jehová», y solamente para su gloria pues él ha dicho: «A otro no daré mi gloria» (Is 42.8).

Tomado y adaptado del libro El profeta Eliseo, Leonardo Hussey, Desarrollo Cristiano Internacional, 2002. Para obtener más información acerca de este libro haga click AQUÍ.