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¿Pobre en espíritu?, Parte II

¿Pobre en espíritu?, Parte II

por José Belaunde M.

El siguiente artículo es la segunda parte de una reflexión que nos insta a autoanalizarnos y a revisarnos para ver si somos pobres en espíritu. Además, nos empuja a reflexionar nuestra actitud hacia las posesiones materiales. ¿Estamos poniendo nuestra confianza en Cristo Jesús o en nosotros mismos y nuestras riquezas?

En la primera parte de este artículo discutimos la pobreza en espíritu, que es el tema de la primera bienaventuranza. Para recapitular brevemente lo tratado vamos a definir lo que constituye a mi entender ser pobre en espíritu: Pobre en espíritu es el que está ante Dios disponible, abierto, dispuesto a escuchar y a creer, y a hacer todo lo que Dios quiera de él. Pobre en espíritu es el que adopta ante Dios la actitud de un niño. Por eso es que Jesús dijo: «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de los cielos.» Y añade: «el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él.» (Lc18.16,17).

¿Por qué pone Jesús a los niños como ejemplo de lo que debe ser la actitud del que quiera entrar en el reino de los cielos? El niño pequeño acepta y cree todo lo que le dicen sus padres; no duda ni analiza con su intelecto, no discute. Él confía en ellos. Igual debe ser la actitud del hombre ante Dios. Por eso, es necesario volverse como un niño para entrar en el reino porque sólo el que tiene una semejante actitud de confianza y humildad puede recibir y aceptar el evangelio. El que no tiene esa actitud lo rechaza porque piensa que no está a la altura de su intelecto. Es indigno de él y no lo entiende.

Jesús en otra parte habló así: «Te alabo Padre porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos y las revelaste a los niños.» (Mt11.25). Dios escogió no revelar los misterios del reino a los sabios y entendidos, porque no lo pueden recibir, porque están absortos en sus riquezas espirituales, orgullosos de sus conocimientos. La soberbia que su sabiduría les inspira les impide aceptar enseñanzas tan simples como las de Jesús. En cambio Dios escogió a los niños, y a los que son como ellos, porque no siendo ricos sino pobres en espíritu, no tienen ninguna sabiduría humana de qué enorgullecerse ni conocimientos elevados de qué jactarse. Por eso, sí pueden aceptar con simple confianza y sin discutir lo que Dios les diga.

Esta idea la desarrolla también Pablo en uno de los pasajes más bellos de la primera epístola a los Corintios: «Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.» Y sigue diciendo: «Mirad hermanos que no son muchos entre vosotros los sabios según la carne, ni muchos son poderosos ni muchos nobles, sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.» (1Co 1.25–29) ¿Qué cosa es lo necio del mundo y lo débil del mundo, lo vil y lo menospreciado y lo que no es, sino los que son pobres en espíritu? Ellos que son necios entienden mejor los misterios del reino que los sabios del mundo. Y los que son débiles y despreciados según el mundo entienden mejor que los fuertes y los poderosos las maravillas del poder de Dios.

Humillémonos pues bajo la poderosa mano de Dios para que él nos exalte a su tiempo, (1Pe 5.6) para que él nos revele los tesoros de su sabiduría y de su ciencia. ¿No dice también lo mismo el cántico de María, llamado también Magníficat?

«Esparció a los que eran soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos los mandó vacíos.» (Lc 1.51b–53) ¿A qué humildes exaltó y a qué hambrientos colmó de bienes, sino a los pobres en espíritu? ¿Y a qué ricos envió vacíos sino a los que se ensoberbecen en sus pensamientos, a los que se consideran ricos en espíritu, a los que están absortos en sus riquezas espirituales y materiales?

¡Ah, qué profundos son los misterios del reino que parecen tan simples! ¡Y qué maravillosa es la coherencia de la palabra de Dios que en multitud de pasajes y de maneras tan diferentes nos enseña la misma cosa!

Ahora bien, cabe preguntarse: ¿Cuál es la relación entre la pobreza en espíritu y las riquezas materiales? ¿Hay contradicción, conflicto entre ellas? Este es un punto que conviene dilucidar claramente porque se presta a malas interpretaciones.

El episodio del joven rico en San Lucas puede servirnos para examinar este importante tema. Un hombre principal le preguntó a Jesús qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Esa es una pregunta que yacía en el corazón de mucha gente en tiempos de Jesús y que todavía yace. Jesús le dijo los mandamientos que debía guardar, a lo que él le contestó que siempre los había guardado. Entonces Jesús le dijo: «Aún te falta una cosa: Vende todo lo que tienes, y dáselo a los pobres para que tengas tesoro en el cielo; y ven, sígueme.» (Lc18.22)

Lo radical de la respuesta de Jesús sorprendió a ese hombre y nos sigue sorprendiendo todavía. ¿Cómo puede Jesús pedir una cosa semejante de nosotros? Va contra el sentido común. Sin embargo, esa es la actitud frente a las posesiones que Jesús demanda de todos nosotros, no sólo de ese hombre, sino de todos. Despójate de todo y sígueme. Al oír esto, dice el evangelio, que el joven se puso triste porque era muy rico. Era demasiado pedirle que se desprendiera de lo que más valor tenía para él. La frase que pronuncia Jesús a continuación resume bien su pensamiento: «¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios!» (Lc 18.24).

¿Por qué les es difícil? Porque les es difícil poner toda su confianza en Dios y dejar de ponerla en las riquezas. Porque les es difícil renunciar a todas las ventajas y privilegios que otorga el dinero y que constituyen su seguridad en la vida. El libro de los Proverbios lo dice así: «Las riquezas del rico son su ciudad fortificada y como un muro alto en su imaginación.» (18.11)

El rico está acostumbrado a la seguridad que le dan sus riquezas y cree que por ellas ninguna calamidad puede alcanzarle. Piensa que sus riquezas le ponen al abrigo de los problemas que acechan a la mayoría de los mortales, y en parte, tiene razón. El rico corre menos riesgos y si se halla en peligro tiene más recursos para salvarse, o para curarse si se enferma. Pero, como consecuencia, él suele trasladar a la esfera de lo espiritual la seguridad que sus riquezas le dan en lo terreno. Cree que no necesita buscar a Dios porque con su dinero lo tiene todo asegurado. Y aquí se equivoca trágicamente. Lo material y lo espiritual son dos esferas diferentes; lo que se aplica a una no es válido para la otra. Nadie puede comprar su salvación con dinero.

Nadie puede tampoco comprar un año de vida con dinero. Ni siquiera un día. Un hecho trágico ocurrido hace pocos años, pero que no se ha borrado de la memoria popular, nos da un buen ejemplo. La princesa Diana —ex-esposa del príncipe Carlos de Inglaterra— era una mujer rica y famosa, y más rico aún era su acompañante, propietario de uno de los grandes almacenes de Londres. Ellos tenían todo lo que el dinero puede dar. Pero cuando llegó el momento que Dios había decretado para que fuera el final de su vida terrena, de nada les valieron todas las comodidades y seguridades que da el mundo. Al contrario estas constituyeron su trampa mortal. Ellos murieron en el mejor automóvil que puede comprar el dinero y acompañados del mejor guardaespaldas que podían pagar para protegerse de los intrusos. Tenían a su servicio a un chofer experto y muy bien entrenado. Pero llegado el momento de la verdad su dinero y todo lo que el dinero puede comprar no les sirvió de nada. Murieron como puede morir el más pobre de los pobres y el más miserable de los miserables: en un accidente de tránsito.

¡Cuánto mejor les hubiera sido no ser ricos sino pobres en espíritu y no haber puesto su confianza en el dinero, sino en Dios! ¡Cuánto mejor no les hubiera sido ser pobres en espíritu y haber puesto su dinero al servicio de sus semejantes y no al de sus egoístas placeres! Hubieran vivido de una manera distinta y no hubieran tenido la trágica muerte que puso fin a sus vidas. Ellos en verdad eran prisioneros de su dinero y de su fama. Murieron tratando de escapar a toda velocidad de los fotógrafos «paparazzi» que —ávidos de una foto de escándalo— los perseguían precisamente porque eran ricos y famosos. Su dinero fue el que preparó las circunstancias de su muerte.

¡Y cuántos hay en nuestro país y en el mundo cuyo dinero es la carnada que atrae a los asaltantes y secuestradores! Sí, su dinero es un muro alto en su imaginación, ciertamente, pero ese muro está más lleno de fallas y hendiduras de lo que sospechan.

Pero aún no hemos terminado con el tema.


Un diálogo para meditar


Pedro y Tomás se encuentran a la salida del templo y comentan la prédica que acaban de escuchar.


—¿Qué te pareció el sermón?


—Primera vez que oigo decir que el evangelio sirve para hacerse rico.


—¿No te parece formidable?


—Al diablo le debe parecer formidable.


—¿Por qué?


—Porque desvía al creyente del camino de Cristo.


—¿Cómo así?


—Nunca leí que Jesús dijera: Haceos ricos para que podáis entrar al reino de los cielos.


—Bueno, no lo tomes así. Se trata de otra cosa.


—¿De qué otra cosa?


—De que Dios bendice a los que le sirven y confiesan su palabra.


—Podría ser, aunque yo conozco a muchos excelentes cristianos que son pobres.


—Eso es porque no han sido correctamente enseñados.


—¿En qué?


—Que la palabra de Dios nunca vuelve vacía.


—Yo creo que eso lo saben muy bien. Si le predicamos a alguien para llevarlo a Cristo, aunque no veamos el resultado inmediato, sabemos que algún día dará su fruto. Y si oramos con fe, sabemos que Dios responde.


—Bueno, está bien, pero ese es sólo un aspecto.


—Pero no me digas que nos hacemos cristianos para hacernos ricos.


—¿Por qué no?


—Yo creía que era para ser salvos.


—Bueno, ser salvos de la pobreza entre otras cosas.


—No necesito a Cristo para eso. Hay muchos paganos que son ricos sin Cristo.


—Pero Pablo dice que Jesús se hizo pobre para que nosotros fuéramos enriquecidos.


—Sí, enriquecidos espiritualmente.


—No, materialmente, porque en ese pasaje se está hablando de dinero.


—Si así fuera Jesús se contradeciría.


—¿Cómo así?


—Claro, porque de un lado nos enriquece y, de otro, dice que es muy difícil que los ricos se salven. De un lado muere para salvarnos y, de otro, nos tiende trampas para que no nos salvemos.


—Oye, me parece que tienes una visión limitada del evangelio.


—Yo creo más bien que tú tienes una visión torcida del evangelio.

—Mira, mejor cambiemos de tema. Vamos a terminar peleándonos.


Acerca del autor:José Belaunde M. nació en los Estados Unidos pero creció y se educó en el Perú donde ha vivido prácticamente toda su vida. Participa activamente en programas evangelísticos radiales, es maestro de cursos bíblicos es su iglesia en Perú y escribe en un semanario local abordando temas societarios desde un punto de vista cristiano. Desde 1999 publica el boletín semanal «La Vida y la Palabra», el cual es distribuido a miles de personas de forma gratuita en las iglesias de su país. Para más información puede escribir al hno. José a jbelaun@terra.com.pe