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No estás loco …

No estás loco …

por David Lambert

Muchos padres enfrentamos una misma paradoja: Estamos divididos entre nuestro amor protector y feroz por los niños —con el deseo de amarlos más que nunca y buscar la forma de aligerar un poco su propio sufrimiento de tener una familia mutilada— y nuestro deseo desesperado de vernos libres de ellos por algún tiempo. ¿Está bien esto?

Me encuentro escribiendo esto en el Día del Padre, con una frase que retumba en mi mente: «No estás loco; no tienes escapatoria».


Como padre de cuatro hijos con edades que oscilan entre los cuatro y trece años de edad, debería haberme despertado este día con cuatro leones encima mío, reclamando por un desayuno urgente.


En cambio me desperté en una casa muerta; los únicos sonidos eran aquellos que yo mismo hacía al levantarme de la cama. Una casa desordenada, –no hubo mucho tiempo para limpiar y ordenar la casa en el último par de semanas, ya que estuve trabajando mucho y al mismo tiempo tratando de aprontar a los chicos para el viaje por tren, a fin de que pudieran pasar un tiempo con su madre y sus abuelos.


Ellos se fueron. Yo me quedé.


Si suena como que estoy teniendo lástima de mí mismo, déjenme explicarles: Estoy contento de poder tener esta pequeña vacación sin los niños, ya sea el Día del Padre o no. Estuve dejando de hacer una serie de cosas porque la ardua agenda de un padre sin pareja simplemente no lo permitía. Entonces ahora sí puedo hacer algo de todo eso. Esto me lleva a señalar la primera de las muchas paradojas que los padres sin pareja enfrentan: Estamos divididos entre nuestro amor protector y feroz por los niños –con el deseo de amarlos más que nunca y buscar la forma de aligerar un poco su propio sufrimiento de tener una familia mutilada– y nuestro deseo desesperado de vernos libres de ellos por algún tiempo. Es una tremenda tensión de emociones y necesidades que nunca acaba.


La vida no es fácil para nadie. Aun para aquellos que nacen en familias con muchas comodidades también existen las dificultades. No obstante, para aquellos que estamos solos en la vida, el hacer todo lo que nos toca por el solo hecho de ser personas, más todo lo que significa criar hijos, es agobiante, sofocante, hasta llegar a ser, a veces, desesperante.


Parece que todo lo que uno hace no alcanza ni para llegar a un mínimo razonable. Es una lucha terrible contra la impotencia, las inclemencias y la insensibilidad de muchos. Y si uno estuviera loco, pues tendría la escapatoria de la demencia, pero uno no está loco –¡aunque a veces sí a punto de estarlo! – y sabe que no hay nada que lo dispense a uno de toda la responsabilidad.



LA ESCUELA

El año pasado, con dos hijos en el nivel preescolar, tuve que pagar el 25% de mi salario –un precio moderado para una institución de este tipo– a una escuelita para preescolares. Ni qué decir del resto de los gastos teniendo otros dos más grandes. Estos me llevan un 30%, aunque van a un colegio gratis. Y lo hago porque tengo un buen trabajo. Pero imagínense la madre soltera, mamá de una nena que va al preescolar con los míos y que tiene otro en segundo grado. Ella no tiene un buen trabajo, y mucho me temo por algunas de las conversaciones que hemos tenido, que cada tanto «negocia sexo» con su ex marido –el cual la abandonó por otra mujer– para que le pase algunos pesos y con eso completar el pobre presupuesto que tiene al mes.


A una madre sin pareja que conozco, cuyo marido la abandonó después de diez años de matrimonio, dejándola con cuatro hijos, le ofrecieron un trabajo de empleada en una tienda por un salario pobrísimo. Y no pudo hacer otra cosa que aceptarlo. No consiguió otra cosa. El dinero no le alcanza y sus hijos tienen problemas, pero no le queda otra salida que, al menos, trabajar por eso. Luego, llega a casa y agotada por el trabajo diario debe lidiar con ellos para que terminen sus tareas del colegio y acomodar un poco la desordenada casa.



TRATANDO DE HACER LAS VECES DE AMBOS PADRES

«Años atrás, los padres tenían mayor apoyo para criar a sus hijos», escribe André Bustanoby. «La familia extendida de los abuelos, tías, tíos, primos, sobrinas y sobrinos, todos tenían una parte en la crianza de sus hijos, proveyendo para ellos buenos modelos de roles. Pero el deterioro social es tan grande y tan acelerado que en estos tiempos «la familia extendida» comenzó a encogerse, y la tarea de la crianza de los niños se volvió, en muchos casos, tarea exclusiva de la familia inmediata: marido, esposa e hijos. Irónicamente, esa tarea está recayendo muy a menudo sobre los hombros del padre o la madre sin pareja y en el peor de los momentos: cuando aún está lamentando la pérdida del cónyuge y de su matrimonio».


«El ser una madre sola me asustó mucho», dice Rosibel. «No tenía confianza alguna en mí misma, ni como persona ni como madre. No sabía cómo podría manejar a dos varoncitos, criándolos sola, tratando de tomar decisiones. Nunca pensé que querría pegarles a mis hijos, pero estaba cansada de tener que ser la única persona para disciplinarlos, preguntándome cómo lo lograría. Eric había hecho algo y yo simplemente quería levantarlo en el aire y tirarlo contra la pared. Una vez por poco lo hice. Pero de repente algo estalló, y supe entonces que debía componerme, y asumir la responsabilidad sola; no había ninguna otra persona para ayudarme».


El énfasis del problema cambia con el sexo del padre: Las madres sin pareja generalmente tienen la preocupación de no ser lo suficientemente firmes en la disciplina, mientras que los padres generalmente sufren del complejo del «duro», con miedo a no ser lo suficientemente tiernos, comprensivos, etcétera.


Cuando estaba casado, nunca me di cuenta de lo mucho que dependía de mi esposa para llenar los huecos en mi relación con mis hijos: ser duro cuando era cariñoso, y ser cariñoso cuando era duro. Ahora debo ser cariñoso con una mano y duro con la otra.


Por supuesto que puede ser hecho, pero intente hacerlo día tras día, semana tras semana, crisis tras crisis, cansado o descansado, en enfermedad y en salud, y usted comprenderá por qué Dios hizo a los padres en pareja.



ENCONTRANDO UN LUGAR

Una de las primeras realidades más duras que un padre sin pareja debe enfrentar, después del impacto de verse solo de repente, es que él o ella no tiene un lugar apropiado en la sociedad –ni aun en la iglesia– «Uno no se siente cómodo con los casados ni con los solteros», explica Luisa. «Exactamente, ¿dónde es que uno encaja? El encontrar un lugar es una cosa difícil».


Aun si uno llega a una iglesia que tiene un grupo de adultos sin pareja, en la mayoría de estos programas hay problemas. Los que no tienen hijos se comportan como niños. Están a la pesca de alguien. Conversan sobre ropa, viajes, y compras –actividades para las cuales el padre sin pareja no tiene tiempo, dinero ni energías.


«Cuando nos separamos –dice Marielos, una madre viuda con cuatro hijos– fui al grupo de solteros por un tiempo, y luego dejé de ir. Probé la clase de escuela dominical de casados por segunda vez, pero después de algún tiempo eso tampoco funcionó. Me cambié a otra iglesia, donde tienen un grupo para divorciados, pero allí me deprimí tanto que acabé llorando todos los domingos. Me sentía como que de pronto estaba en un mundo extraño, sin cabida; no encajaba en ninguna parte. No soy «soltera» –tengo cuatro hijos– pero no estoy casada tampoco. Me sentía como que no había un lugar para mí» .



LA BÚSQUEDA DE LA NORMALIDAD

Queremos simplemente ser normales de nuevo: para poder manejar nuestros propios asuntos razonablemente bien, para ser lo suficientemente fuertes. ¡Queremos alguna vez estar de nuevo en el rol del dador, en lugar de siempre estar necesitando algo!


En cambio, luchamos con nuestros trabajos, recogemos a los hijos de la guardería y corremos la noche entera logrando hacer las cosas de la casa, pagar las facturas y tener los estantes llenos de comida. Luego nos damos cuenta, al acostar a los niños, que nos olvidamos de ir a una consulta con el médico, de levantar algo en la tintorería, que no dijimos nada constructivo a los niños en todo el día, etcétera, etcétera. Demasiado tarde. Nos detenemos y miramos las caritas dormidas por algunos minutos, y luego caemos exhaustos en cama. «Tal vez mañana».


Pero mañana será exactamente como hoy. Tiene que ser así. Como dijo un padre sin pareja: «Tener una carrera, una casa bien cuidada, y criar a los hijos como se debe, no puede ser hecho en un día de veinticuatro horas. O bien uno tiene que dedicarse a una cosa o a la otra, o hacerlas no tan bien como pudieran ser hechas si uno se dedicara a una sola cosa». «No estás loco; no tienes escapatoria».



SE REQUIERE DE UNA AYUDA REAL

¿Dónde está la iglesia en todo esto? Los padres sin pareja escuchan muchos mensajes donde se hace mención de ellos. Es una de las «aristas cortantes» del ministerio cristiano. Pero para la mayoría de los padres sin pareja, es un fastidio.


«El pastor ha estado hablando mucho sobre las familias de padres sin pareja últimamente, sobre hogares rotos», dice Luisa. «No veo realmente ningún cambio. Una cosa es predicar sobre ello; otra cosa es hacer algo al respecto. No veo que estén formándose grupos para padres sin pareja. No veo que la iglesia esté extendiéndose hacia nosotros en ningún sentido. No veo que esté sucediendo otra cosa más que el que se esté hablando de ello. Las personas están conscientes de ello. Ese es el único progreso que veo».


Una madre sin pareja sin otro ingreso que el último salario, fue despedida recientemente. La palabra corrió enseguida entre los empleados, pero la mayoría de ellos la ignoraron absolutamente, sin saber qué decir. Cuando desviaban su mirada la herían tremendamente.


Otros trataban de decir alguna cosa, como para poder animarla, diciendo cosas tales como: «No te preocupes; encontrarás otro trabajo pronto. Dios tiene todo bajo control». Pero esas palabras, aunque si bien eran bien intencionadas, provenían de personas que no tenían de qué preocuparse, y estas sólo acrecentaban su depresión.


Una o dos personas, sin embargo, sin saber qué hacer, pero no queriendo que sufriera sola, se detuvieron para darle un abrazo, si decir nada, mirándola con compasión, y eso hizo posible que ella pudiera perseverar ese día y los siguientes.


En un sentido, los padres sin pareja son otro grupo de interés especial, a ser incluidos en la lista donde aparecen los niños hambrientos, las víctimas del abuso de menores o las esposas maltratadas, los que padecen disturbios emocionales, los discapacitados, los pobres y los ancianos.


Lo que los padres sin pareja precisan no son simplemente programas más completos para satisfacer sus necesidades específicas –a pesar de que eso definitivamente es necesario. Más allá de eso, lo que están pidiéndole a la iglesia es que comprenda la clara enseñanza de las Escrituras en el sentido de que la vitalidad de nuestra fe puede ser medida por el grado en que «buscamos el juicio, restituimos al agraviado, hacemos justicia al huérfano, amparamos a la viuda» (Is. 1.17).


El apóstol Juan lo pone de esta forma: «Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él» (1 Jn. 3.17-19). Puedo escuchar un eco detrás de estas palabras de Juan: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Jn. 13.35).


«Puedo recordar tantas veces en que deseé que alguien simplemente me dijera ‘no estamos de acuerdo con lo que ha sucedido, pero te amamos de cualquier manera y estamos aquí por ti, y si podemos hacer algo, háznoslo saber’. Pero nadie estaba diciendo eso», dijo María Rosa, una madre sin pareja, con dos hijos.

© Moody Monthly, 1987. Usado con permiso.

Los Temas de Apuntes Pastorales, volumen II, número 6. Todos los derechos reservados