Los peligros del misticismo
por Hermano Pablo
«Hermano Pablo, el Señor me ha fallado». Su declaración me dejó totalmente confundido y respondí: «¿Cómo?» Ella repitió: «El Señor me ha fallado». Le supliqué que me explicara lo que quería decir. Entonces, con suma sinceridad, me respondió lo siguiente: «Hace dos años un ministro, un profeta de Dios, profetizó que me iba a ocurrir cierto hecho dentro de un período de seis meses. Han pasado ya dos años y todavía Dios no ha cumplido lo que el profeta me dijo». ¿Estaremos como iglesia cayendo en el misticismo?
Mi querido Timoteo:
Algunas experiencias en la vida lo afectan a uno tan profundamente que no puede olvidarlas o hacer caso omiso de ellas. Yo tuve una de esas experiencias.
Ocurrió en una iglesia cuando acababa de predicar. Después del culto, entre los asistentes que se me acercaron para saludarme, una señora me dijo: «Hermano Pablo, el Señor me ha fallado». Su declaración me dejó totalmente confundido y respondí: «¿Cómo?» Ella repitió: «El Señor me ha fallado».
Jamás creí que escucharía de lo que parecía ser una persona cristiana madura y seria, una creyente en Cristo Jesús, una declaración así. Sentí que era casi una blasfemia; sin embargo, mis oídos no me engañaban.
Le supliqué que me explicara lo que quería decir. Entonces, con suma sinceridad, me respondió lo siguiente: «Hace dos años un ministro, un profeta de Dios, profetizó que me iba a ocurrir cierto hecho dentro de un período de seis meses. Han pasado ya dos años y todavía Dios no ha cumplido lo que el profeta me dijo».
Esto me dejó tan desconcertado que ni siquiera se me ocurrió preguntarle en qué consistía la profecía. Lo triste del caso no fue solamente su declaración, sino la evidente molestia con que la hizo. Dios, decía ella, le había fallado.
Yo inmediatamente le respondí: «Hermana, ¿sabe usted lo que está diciendo? Esto es lo que yo escucho de sus labios», y continué tratando de hacerle ver no solamente lo aberrante de su declaración, sino también que era increíblemente dañina y antibíblica.
Ese profeta le dije que declaró que Dios le había dado una revelación para usted, y que le relató lo que Él supuestamente le había revelado, no pudo ser un profeta de Dios, ni su profecía pudo venir del Señor. Si hubiera sido Palabra de Dios, la profecía se habría cumplido al pie de la letra. ¿Cómo es que no se le ocurre cuestionar la autoridad del profeta?
Sin embargo, a ella le extrañó mi sugerencia de que esa palabra no había provenido de Dios.
Vivimos, mi querido Timoteo, en una época muy extraña dentro de la Iglesia de Cristo. Se están viendo y escuchando cosas que lo dejan a uno perplejo, especialmente si uno ha estado en el servicio del Señor por algunos años. No sé si las visiones, revelaciones y profecías, como el caso mencionado, se deben a la inquietud de buscar aquello que apela solamente a la emoción, o si implica un total abandono del estudio de la Palabra de Dios, o si estamos buscando alguna racionalización para justificar lo que en nuestra perversidad carnal deseamos que se cumpla. Algo sí sé, las personas que se entregan a un misticismo de esta índole no tienen, bíblica ni espiritualmente, sus pies plantados en tierra firme. Algo que presenta un peligro destructivo para el creyente en Cristo Jesús está ocurriendo hoy en día en el cuerpo de Cristo.
Considera, Timoteo, el siguiente caso, que me fue relatado por un colega en el ministerio a quien tengo años de conocer y cuya vida y testimonio me inspiran absoluta confianza. El copastor de cierta congregación se acercó a una de las hermanas de la iglesia diciéndole que Dios le había revelado que ella debía ser su mujer. No sólo era ésta una manera inusitada de proponer matrimonio, valiéndose de una supuesta revelación divina, sino que el copastor en cuestión tenía su propia esposa.
Lo más alarmante del asunto es que cuando la hermana llevó su queja al pastor principal y al consistorio de la iglesia, la respuesta del pastor fue: «Si Dios le reveló esto al hermano copastor, ¿quiénes somos nosotros para intervenir en lo que Él ha dicho?»
Parece increíble, Timoteo, que cosas así estén ocurriendo en la Iglesia de Cristo hoy en día, pero estos casos no son únicos. Hay dentro de la Iglesia un sector para quien las prácticas de esta índole forman parte de su doctrina. Es por eso que deseo hoy abordar este tema.
El peligro consiste en sustituir la Palabra de Dios con lo que hoy se denominan revelaciones, visiones y profecías espirituales, en otras palabras, manifestaciones místicas. Desgraciadamente a esto se le llama espiritualidad y, más aún, de acuerdo a estos grupos el creyente para quien estas cosas no son prácticas diarias en su vida cristiana no es considerado espiritual.
Mi querido Timoteo, cuando la fuente de instrucción y dirección para nuestra vida es alguna elusiva revelación mística, que muchas veces no es más que el producto de una imaginación muy fértil, y no la Palabra de Dios, corremos peligros muy serios.
Para comenzar, nada que sea subjetivo puede, con total certeza, ser absoluto. Si lo único a lo cual puedo apelar para comprobar que algo proviene de Dios es una revelación hecha a algún miembro o líder de una iglesia o recibida por sí mismo, esa autoridad no es suficiente. Por supuesto Dios puede dar algún mensaje a uno o más de sus siervos. Si estos mensajes son verdaderamente de Dios, estarán respaldados siempre por su Santa Palabra y por el cumplimiento de lo que fue revelado.
En muchos de los casos, las visiones, revelaciones y profecías son producto de afanes, depresiones y cargas en la vida de quien se denomina profeta de Dios, o de la necesidad de controlar, dando a entender que tiene autoridad y que es muy espiritual y santo. Cualquier persona puede decir que Dios le reveló algo y, si está sufriendo algún trauma emocional, puede fácilmente ser víctima de sus propias ilusiones.
Lo cierto es que toda dirección, exhortación, admonición o advertencia que no viene de la única fuente absoluta, la Santa Biblia, debe ser cuestionada.
¿Puede Dios hablar directamente al corazón de una persona? Sí puede. ¿Podrá el Señor hablarnos a través de algún siervo suyo? Sí. Pero si ese mensaje es de Dios, ya sea que venga en forma de profecía, o advertencia, o consejo, vendrá como una confirmación de algo de lo cual Dios nos ha estado hablando, y siempre estará de acuerdo con todas las leyes y ordenanzas doctrinales y morales de Dios encontradas en las Sagradas Escrituras. Dios nunca nos revelará algo que no esté de acuerdo con su Santa, Divina y Eterna Palabra.
No toda idea que se nos viene a la mente, aun cuando no viole ningún precepto bíblico, es necesariamente de Dios. Si alguien se presenta ante mí diciendo que tiene una palabra de Dios para mí y ésta es algo totalmente nuevo, algo que yo nunca había considerado ni de lo cual Dios me había estado hablando directamente, yo debo cuestionarla.
Ahora, Timoteo, habiendo dicho todo lo anterior, reconozco que hay un mover de Dios, un viento muy especial que está soplando en la Iglesia de Cristo hoy en día. Hay un «sonido de una marcha en las copas de los árboles» (1 Cr. 14:15): «Y así que oigas venir un estruendo por las copas de los árboles, sal luego a la batalla, porque Dios saldrá delante de ti y herirá al ejército de los filisteos». Aunque hay algunas prácticas que no son de Dios, no debemos, al rechazar lo que no está respaldado por las Sagradas Escrituras, descartar lo sano, lo importante y lo bíblico. Cito a un líder de una de nuestras denominaciones del presente: «Hay algunas fibras que son parte del telón de estos soberanos movimientos del Espíritu de Dios en nuestros días que fueron también parte de la Iglesia primitiva, tales como el amor genuino de unos para con otros, un espíritu de unidad en toda la hermandad cristiana, y carga evangelística, con almas viniendo a Cristo».
Rogamos a Dios que nos envíe un genuino avivamiento espiritual, y estamos viendo este mover de Dios en la medida en que en oración, ayuno y búsqueda de su Divina Palabra nos acercamos a Él. Sin embargo, mi querido Timoteo, tengo que dejar contigo algunas advertencias.
El apóstol Pablo nos dice: «Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él (el Espíritu Santo) quiere». (1 Co. 12:5-11).
No es nuestra la responsabilidad de conferir o impartir dones a los hermanos y hermanas. En primer lugar, todas las manifestaciones espirituales que recibimos de Dios son únicamente dadas por el Espíritu Santo, de quien dice el apóstol: «todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él (el Espíritu Santo) quiere».
Permíteme traer a cuenta las palabras del apóstol Pablo a Timoteo en 1 Timoteo 4:14: «No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio». No hay ninguna referencia aquí a que algún individuo haya impartido algún don. Esta fue una acción del presbiterio. Inclusive, este tipo de casos no fueron práctica común en la iglesia primitiva. La palabra cierta y final la da el apóstol en 1 Timoteo 4:16: «Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren». Mi deseo, mi querido Timoteo, es que vivas en la Palabra de Dios. No debes pasar ni un día tan sólo sin darte tiempo para el estudio de la Santa Biblia. Si te sientes tentado a abandonar su lectura o, peor todavía, si te sientes tentado a abandonar su lectura a cambio de visiones y revelaciones, te ruego por amor a tu Dios, por amor al llamado que Dios te dio, y por amor al pueblo a quien eres llamado a ministrar, que no abandones el estudio diario de la Divina Palabra. Cita con frecuencia el Salmo 1. Nota cómo el salmista enfatiza la importancia de vivir en el estudio de la ley de Jehová. Advierte, también, el efecto de meditar en la ley de Dios de día y de noche: «Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará».
Cierro esta carta citando el bello y significativo
SALMO 1
Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos,
Ni estuvo en camino de pecadores,
Ni en silla de escarnecedores se ha sentado;
Sino que en la ley de Jehová está su delicia,
Y en su ley medita de día y de noche.
Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,
Que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae;
Y todo lo que hace prosperará.
No así los malos, que son como el tamo que arrebata el viento.
Por tanto, no se levantarán los malos en el juicio,
Ni los pecadores en la congregación de los justos.
Porque Jehová conoce el camino de los justos;
Mas la senda de los malos perecerá.
Apuntes Pastorales Volumen XVII, número 1 / octubre-diciembre 1999. Todos los derechos reservados