Pistas bíblicas para el liderazgo
por Arturo Menesses
El mundo en los últimos años ha experimentado una gran cantidad de cambios en todos los aspectos de la vida. A continuación encontrará algunas pistas para explorar componentes clave de una misión cristiana efectiva y perfiles de liderazgo cristiano en el «aquí y ahora».
Muchos de los lectores coincidirán conmigo en que el liderazgo cristiano sigue siendo un tópico de actualidad que no debe perderse en las telarañas de la indiferencia. Más que eso, creo que es un desafío relevante en la medida que abordemos con seriedad la misión cristiana en un mundo urgido del impacto transformador de las buenas nuevas del Reino de Dios.
Como introducción a una serie de reflexiones sobre el tema del liderazgo, me llamaron mucho la atención los hallazgos de un libro titulado La Cuarta Ola (Maynard, B. y S. Mehrtens, Berret Koehler Publishers, San Fco.) de reciente publicación. Dentro del ambiente académico sus autores son considerados genios en el campo de estudiar el futuro. Ellos predicen que algunas de las tendencias más importantes serían las siguientes:
Re-espiritualización de la sociedad
Re-examen de la conciencia
Avivamiento de fuentes «internas» de autoridad y poder
Desencanto con lo científico
Disminución del materialismo
Democratización política y económica
Más allá del nacionalismo
Notarán que, de alguna forma, estas tendencias parecen vinculadas al tema de espiritualidad y quizás se preguntarán: ¿Es esto acaso un nuevo descubrimiento? De ninguna manera; más bien parece una adaptación contemporánea del potente mensaje de los profetas del Antiguo Testamento dirigido a los líderes a quienes Dios llamó para ser parte de sus planes de redención para el pueblo escogido.
En seguimiento a esta perspectiva inicial, propongo a continuación algunas pistas para explorar componentes clave de una misión cristiana efectiva y perfiles de liderazgo cristiano en el «aquí y ahora». Buscando ser congruente con el esquema inspirado de la Escritura, me permito sugerir las dimensiones siguientes:
Trabajar para la causa correcta
Redescubrir nuestros roles
Compromiso con una misión de vida
Una visión de futuro transformadora
1. Trabajar para la causa correcta
Cuál sería la respuesta natural si preguntamos a un(a) líder cristiano(a): ¿Para quién trabaja usted? Quizá escucharíamos algunas muestras de «orgullo santo» que dirían:
Para la denominación «W»
Para la iglesia «X»
Para la asociación regional o internacional «Y»
Para la organización «Z»
Y otros ejemplos similares
Estoy convencido de que este tipo de «identidad organizacional» a nivel general ha probado no ser el modelo más exitoso. Posiblemente, por algunas razones como las siguientes:
Enfatiza el modelo secular de la revolución industrial que ha predicado por años: «Estamos separados, debemos competir». Sin duda, este enfoque no reforzará la unidad del cuerpo de Cristo.
El marco «institucional» de carácter gerencial, financiero y de liderazgo, tanto en organizaciones cristianas como seculares, ha demostrado ser vulnerable, sobre todo en las dos décadas más recientes. Hemos visto derrumbarse grandes empresas y ministerios cristianos que parecían invencibles. De ahí posiblemente surgió el adagio popular: «El empleo más seguro en este tiempo es no tener un empleo». O sea, tener un empleo no es suficiente, ni garantiza nada.
Investigaciones internacionales han demostrado que las personas son más eficaces y están más comprometidas si descubren un tipo de lealtad relacionada a «una causa en la que ellas creen y confían». Como diría John Stott, la búsqueda de la trascendencia es parte inherente de nuestros desafíos hoy en día.
Por otro lado, al preguntarnos: ¿cuál es la causa que ayudaría a todos los líderes cristianos a tener una misión y visión comunes?, nos aproximamos a un tipo de «identidad sobrenatural». De acuerdo con la Biblia, este enfoque tiene que ver con trabajar para la causa del Reino de Dios. Según el mandato del Evangelio, el llamado es a: «buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas serán añadidas» (Mt. 6:33).
Esta sublime declaración parecería dar un mejor sentido a la declaración filosófica popular: «Si sabes por qué vivir, sin duda encontrarás el cómo». Vivir y trabajar para la causa del Reino de Dios está ligado a ser discípulos de Jesucristo, quien, en forma categórica, nos enseña: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará» (Mr. 8:35,36). Ésta es una afirmación radical que implica la existencia de una causa por la que vale la pena vivir. Más aún, una causa por la que vale la pena perder la vida al desinstalar nuestro propio ego y preferencias egoístas.
En esencia, la Biblia nos lleva a descubrir que el Reino de Dios es la causa correcta.
Esto se ilustra con algunos principios y características:
El Reino conlleva caminar por la senda de la voluntad de Dios, de acuerdo con el paralelismo sinónimo: «Venga tu reino, hágase tu voluntad » (Mt. 6:10).
El Reino está a nuestro alcance, es inconmovible, e inspira nuestra gratitud y servicio inherente al Señor (He. 12:28). No existe otra causa con este tipo de fundamento sólido.
De acuerdo con 1 Corintios 4:20 el Reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder. Es decir, va más allá de la comunicación verbal y se torna en demostración concreta, lo cual le da una dimensión integral.
Pablo también afirma que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino Justicia, Paz y Gozo en el Espíritu Santo (Ro. 14:17). Esto parece decir no al reduccionismo y enfatiza un carácter transformador de orden sobrenatural.
2. Redescubrir nuestros roles
En el mundo empresarial, los expertos dicen que los líderes se deben mover en roles de: directivos, coordinadores, monitores y asesores, etcétera. A partir de estas categorías, es interesante ver el énfasis que en nuestras culturas se ha dado a los cargos de los líderes de alto nivel. Así fue quizá como se inventaron los presidentes, directores, secretarios generales, gerentes, superintendentes y otros similares. Pero, ¿qué pasa en las organizaciones cristianas? Tal vez no sean la excepción. Por eso, si asumimos la conclusión del capítulo anterior de que nuestro trabajo es para el Reino de Dios, es bueno preguntarnos: ¿cuáles son los roles más apropiados y congruentes para un líder cristiano en la causa del Reino?
«Señor, concédenos que en tu reino, nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». ¿Recuerdan esa historia de la pareja entusiasta de discípulos de Jesús? Quizá a algunos de nosotros le gustaría este tipo de nombramiento. Sin embargo, al responder contundentemente: «No sabéis lo que pedís » el Maestro preparaba el terreno para edificar una hermosa verdad para el liderazgo de todos los tiempos: «El que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos» (Mr. 10:44).
Esta declaración estremeció los cimientos jerárquicos y legalistas de la época y nos confronta aún hoy para optar por un primer rol: líder siervo.
El Centro Greenleaf para liderazgo de servicio en Indianápolis, USA, define así al líder siervo: «Aquel que comienza con el sentimiento natural de querer servir, y servir es primero antes de aspirar a ser llamado líder. La diferencia se manifiesta en el cuidado que toma el siervo para asegurar que las más altas prioridades de su prójimo sean servidas».
El otro rol propuesto no es menos importante y surge de un debate entre los corintios: «¿Soy de Pablo o soy de Apolos?» El apóstol responde: Pablo y Apolos son servidores que siembran y riegan, pero el crecimiento lo da Dios. Nadie es algo, sino Dios, aunque conforme a la labor recibiremos recompensa. Al final concluye en 1 Corintios 3:9a: somos colaboradores de Dios una definición poco modesta han opinado algunos. Otros, por su parte, creen que es el rol más grandioso para dar sentido de dirección a la vida. A lo mejor, el sentido de esta afirmación tiene que ver con la convicción de Pablo de ser participante activo y no sólo observador de la causa más grande de todas: el Reino de Dios.
Hasta ahora, nuestro bosquejo de «descripción del puesto» para un líder cristiano, nos haría decir lo siguiente: «soy siervo de Jesucristo, colaborador de Dios y trabajo para la causa de su Reino».
3. Compromiso con una misión de vida
El diccionario define misión como: «tarea especial o propósito para el cual una persona está destinada en la vida. Es decir, su razón de ser».
Sin embargo, ¿será suficiente decir que nuestro propósito y destino es el de ser siervos y colaboradores, trabajando para la causa del Reino de Dios? Posiblemente no. Si fuera verdad el mundo sería diferente, ya que muchos líderes en la historia han usado estos calificativos y sus causas se han disipado. Si no lo creen pregúntenle a Gamaliel, quien afirmó que sólo las causas vinculadas a la obra de Dios prevalecen (Hch. 5:38,39).
En la búsqueda de relevancia el verdadero líder cristiano aprende tarde o temprano que:
Es más importante «hacer lo que decimos», en vez de limitarnos a «decir lo que hacemos».
Hay que tener la integridad para «caminar en el mismo camino que construimos con nuestras palabras», ya que a veces no hay congruencia entre nuestro discurso y nuestra práctica.
Un compromiso cristiano genuino está basado en el modelo de Jesús, sus enseñanzas acerca de comisionarnos de la misma manera que el Padre lo envió a Él (Jn. 20:21), y de hacer las obras que Él hace y aún mayores (Jn. 14:12).
Esto nos lleva a la necesidad de identificar una «misión para la vida», pisando el terreno seguro del modelo de Jesús. Al inaugurar su ministerio en la sinagoga (Lc. 4:18), el Maestro definió los componentes claves de su misión:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para:
Dar buenas nuevas a los pobres,
Sanar a los quebrantados de corazón,
Pregonar libertad a los cautivos,
Dar vista a los ciegos,
Poner en libertad a los oprimidos,
Predicar el año agradable del Señor».
Otra ilustración sobre misión para la vida podría encontrarse en el texto conocido como el gran mandamiento en Mateo 22:37,38, el cual incluye los componentes siguientes:
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento».
«El segundo es semejante: Amarás a tu prójimo, como a ti mismo».
En una hermosa y consecuente interpretación, John Stott (El Cristiano Contemporáneo, Nueva Creación) parecería retomar el gran mandamiento cuando sugiere una triple búsqueda en la definición de nuestra misión:
Búsqueda de trascendencia o encuentro con Dios.
Búsqueda de significado o encuentro con nosotros mismos.
Búsqueda de comunidad, o encuentro con el prójimo.
Con este tipo de referencias, un buen ejemplo de misión para un líder cristiano, sustentada bíblicamente, podría ser:
Mi misión en la vida es aprender y trabajar continuamente para lograr trascendencia, significado y comunidad dentro de los parámetros de la voluntad de Dios para la creación.
Para ser congruente con la Biblia este tipo de misión requiere algunas definiciones concretas de acción, tales como:
a) Participación eficaz
No hay misión sin participación. Esto puede relacionarse con involucramiento serio. En algunos pasajes del NT incluso se traduce como complicidad; es decir, no hay neutralidad para un participante eficaz. Este protagonismo implica:
Ser participantes de la naturaleza divina y de los sufrimientos de Cristo (1 P. 4:4).
Que la participación de nuestra fe sea eficaz en el conocimiento de todo el bien que hay en nosotros por Cristo Jesús (Flm. 1: 6).
Aprovechar bien las oportunidades, porque los días son malos (Ef. 5:16).
b) Hacer lo bueno
Por otro lado, la participación debe vincularse con acciones de bondad, teniendo en mente que «no es lo mismo hacer las cosas bien, que hacer lo bueno». Recordemos que:
Hacer lo bueno es la voluntad de Dios y nos permite ser consecuentes, aún a los ojos de los insensatos» (1 P. 2:15).
Dios define lo que es bueno, lo relaciona con hacer justicia y misericordia, y lo pide como parte de nuestra responsabilidad (Mi. 6:8).
Somos bienaventurados cuando hacemos lo bueno y concretamos nuestra misericordia en favor de los pobres (Pr. 14:21).
c) El poder del amor
El amor al poder ha destruido a muchos líderes. Sin embargo, el poder del amor tiene un impacto transformador, ya que:
El amor no se apaga y nunca deja de ser (1 Co. 13:8).
El verdadero amor se encarna al abrir nuestro corazón a la necesidad del prójimo (1 Jn. 3:17).
El que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Pablo nos anima a no tener ningún tipo de deudas con nadie, sino a amarnos unos a otros (Ro. 13:8).
En resumen, el compromiso con una misión de vida se inspira en el ejemplo de Jesús, integra nuestro encuentro con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo, se sustenta en la Palabra, y se hace realidad a través de participación eficaz, hacer lo bueno y ejercitar el poder del amor.
4. Una visión de futuro transformadora
Una mezcla del diccionario Webster y el Diccionario Bíblico Ungers hizo surgir lo que me parece una interesante definición del término visión:
Visión es la habilidad de percibir algo no visible actualmente, a través de intuición sobrenatural, agudeza mental o anticipación optimista.
Al explorar referencias bíblicas, ya es de uso común una versión inglesa de la Biblia que afirma con dramática advertencia: «sin visión el pueblo perece». Por otro lado, citando al profeta Joel, Pedro relaciona la llenura del Espíritu con una aplicación muy específica: « vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños». (Hch. 2:17). El profeta Habacuc también recibió instrucciones de Jehová, quien dijo: «Escribe la visión y declárala en tablas, para que corra el que leyera en ella» (Hab. 2:2).
Dichas referencias nos animan a destacar la importancia del compromiso con una visión para los líderes cristianos de hoy. La siguiente declaración es atribuida a Monseñor Ronald Knox de Oxford: «El hombre sin visión no vivirá; esa máxima haremos bien en retener luego de contemplar, de maneras distintas, la historia de los visionarios. Si nos conformamos con la rutina, la mediocridad y la vida vivida de momento en momento como quien avanza por un andarivel, una mano tras otra no nos será perdonado».
En línea con dichas referencias y siguiendo nuestro esquema de reflexión, encontramos congruente afirmar: nuestro rol de siervos, el trabajo para la causa del Reino de Dios y el compromiso con una misión integral de vida se complementan con nuestro alineamiento responsable con el tipo de visión transformadora que Dios tiene para el mundo.
Es necesario considerar los siguientes elementos como condiciones importantes en la construcción de una visión de futuro transformadora:
Los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables, irrenunciables e irreversibles. El que mira para atrás no es apto para el Reino (Ro. 11:29; Lc. 9:62).
Hacer nuestros los ideales de Dios, quien promete cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia (Is. 65:17). Los pobres de este mundo sufren y claman por la solidaridad de agentes de buenas nuevas.
Una negación del conformismo o status quo y una búsqueda de renovación de nuestro entendimiento para comprender la voluntad de Dios (Ro. 12:2).
Un compromiso creciente con la calidad (y no sólo cantidad) de nuestros ministerios. La Palabra ilustra que nuestra senda debe ser como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto (Pr. 4:18). Al buscar este crecimiento, tendremos en mente que el fin último es llegar a la estatura de la plenitud de Jesucristo.
Para cerrar este capítulo y como un insumo a la propia reflexión y aplicación a la experiencia de los lectores, me permito sugerir un ejemplo de visión:
«Mi visión del futuro es que la confirmación de mi fe cristiana facilite en el prójimo frutos integrales de amor, comunión, integridad, justicia y transformación, en congruencia con el plan de redención de Dios para la creación».
En conclusión, espero que esta reflexión haya al menos estimulado a los estimados lectores a pensar en relación al trabajo que desarrollan y su relación con una misión cristiana integral.
Se resumen, entonces, que el reto para el ejercicio del liderazgo cercano a una misión integral incluye los siguientes aspectos:
Ver más allá de las paredes de la propia organización y atreverse a decir que nuestro trabajo es para la causa del Reino de Dios.
Redescubrir que esta causa, más allá de papeles jerárquicos, implica asumir roles de líder siervo y colaborador de Dios.
Definir una misión de vida que sea congruente con el modelo de Jesús, incluyendo el encuentro con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo.
La misión requiere un puerto de llegada y la búsqueda de una visión transformadora que comienza con nosotros mismos y se extiende al prójimo, en consecuencia con el ideal de Dios para un mundo transformado en donde mora la justicia.
A aquellos interesados en profundizar, enriquecer o complementar esta reflexión, los animo a formularse las preguntas siguientes:
¿Qué señales encuentra en su organización, que muestran que la causa última es el Reino de Dios?
¿Cuáles son los roles principales que los demás observan en usted como líder? ¿Qué iniciativas harían estos roles más congruentes con el perfil del líder siervo?
Con base en su experiencia y tomando en cuenta su propio contexto, cómo definiría en sus propias palabras:
Su misión de vida.
Su visión de futuro transformadora.
Arturo Menesses es salvadoreño y se desempeña actualmente como director de Visión Mundial en México.
Apuntes Pastorales
Volumen XVII, número 1 / octubre-diciembre 1999. Todos los derechos reservados