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Causas, efectos e implicaciones para la iglesia hoy

Causas, efectos e implicaciones para la iglesia hoy

por Dr. Juan Kessler

En esta segunda parte se presenta las causas de los vientos doctrinales tanto positivos como negativos, lo efectos en la historia y las implicaciones para la iglesia de hoy.

Vientos de doctrina a través de la historia Segunda parte



1. Vientos doctrinales positivos a través de la historia



  • La lucha a favor de la doctrina de la divinidad de Jesucristo.
  • La lucha de San Francisco a favor de una mayor humildad y pobreza en la iglesia medieval.
  • El énfasis de los reformadores sobre la justificación por la fe, la gracia en la salvación y la autoridad de la Biblia, interpretada de acuerdo con su sentido gramatical.
  • La vivencia de la salvación en los avivamientos.
  • La visión renovada de la tarea misionera en los siglos dieciocho y diecinueve.
  • En el siglo diecinueve, el rechazo de la esclavitud como algo incompatible con el evangelio.
  • El renovado interés por los dones del Espíritu en el siglo veinte.
  • El creciente rechazo durante el siglo veinte de cualquier discriminación nacional, social y sexual en la iglesia.


2. Las causas de estos vientos de doctrina

Es fácil señalar la causa fundamental de los vientos positivos. Los hombres hicieron su parte pero, en el fondo, el Espíritu Santo guiaba a la iglesia a toda la verdad. Esta obra del Espíritu se distingue por tres características:

  • En todos los vientos positivos hubo un regreso al testimonio apostólico contenido en la Biblia. Todos estos vientos tenían, por lo menos, una clara semilla en la Palabra del Señor.
  • En todos estos vientos se manifestó el carácter bondadoso del Espíritu, quien ensalza a Jesús, busca rectificar desigualdades injustas, promueve la obra misionera y defiende a los oprimidos.
  • El fruto de estos vientos ha sido positivo no sólo en la iglesia, sino también en la sociedad.


3. Las causas de los vientos negativos

Las causas de los vientos negativos fueron más complejas, porque en ellos dominaron las influencias del mundo, de la naturaleza carnal y del poder demoníaco. Además, faltaba en ellos el impulso unificador del Espíritu Santo. Mencionaré algunas de estas causas, aunque no necesariamente en orden de importancia:



  • Muchos miembros de la iglesia no fueron verdaderos hijos de Dios

  • En su época el apóstol Juan escribió lo siguiente acerca de los desertores: «salieron de nosotros, pero no eran de nosotros» (1 Jn. 2:19). Las iglesias siempre han tenido personas que no nacieron de nuevo. Pedro escribió que tales personas se escaparon «de las contaminaciones del mundo por el conocimiento del Señor» para después enredarse de nuevo en ellas, de modo que «su postrer estado viene a ser peor que el primero» (2 P. 2:20). Judas se quejaba de miembros que «son manchas en vuestros ágapes» (Jud. 12). A mi juicio se trata de personas que dieron señales de recibir el evangelio, sin experimentar una verdadera obra de gracia en sus vidas.


    Debido a la influencia de la carne, tales personas nunca perciben bien «las cosas que son del Espíritu de Dios» (1 Co. 2:14), y llegan a ser fuente potencial de vientos negativos.


  • Los engaños de Satanás

  • Cristo, en su sermón profético, advirtió con respecto a los prodigios mentirosos que engañarían «si fuere posible, aun a los escogidos» (Mt. 24:24). Pablo dio una advertencia similar (2 Ts. 2:9-12), y también Juan (Ap. 13:13-15 y 16:14). Las palabras de Cristo ponen en claro que el peligro no se limita a los incrédulos. El diablo y sus demonios son, entonces, otra fuente de vientos doctrinales, especialmente de aquellos que afirman que la salvación depende de técnicas, o que tratan de la guerra espiritual.

  • El deseo de evitar el escándalo de la cruz (Gá. 5:11)

  • Existen en el ser humano dos instintos muy fuertes: el de sobrevivir y el de ser independiente. La cruz de Cristo apunta exactamente hacia el centro de los dos. De allí la reacción instintiva del ser humano de mantener su parte en el proceso de la salvación y de mantener cierta independencia después. Es sumamente humillante tener que reconocer que nuestra salvación, en todos sus aspectos, depende sólo de Dios. La insistencia en que nuestra salvación depende en parte de nuestros esfuerzos o conocimientos, y del cumplimiento de ritos, no es más que un esfuerzo por evitar el escándalo de la cruz.


    Otro instinto profundo es el de justificarse. Esto representa otra negación de la obra de Cristo en la cruz. En un sentido muy real, apegarse a la cruz de Cristo significa morir juntamente con Él.


  • El deseo de evitar el camino de la cruz

  • La cruz de Cristo no es sólo un acto; es también un proceso. El ser humano tiene el instinto de buscar lo fácil y lo cómodo. Por eso es que siente horror de quedar en ridículo o de sufrir persecución (Gá. 6:12). Pero tomar su cruz implica ambas cosas.


    El instinto de buscar lo fácil nos impulsa a cumplir con los mandatos del Señor en la forma menos onerosa. En vez de dedicarse a un arduo trabajo pastoral, se procura llenar los templos por medio de novedades que llaman la atención de la gente.


    Nunca me olvidaré de la contestación de un pastor salvadoreño cuando le pregunté por qué no había iniciado un programa de discipulado en su iglesia. Con una franqueza cautivadora me dijo: «Pero, señor Kessler, el discipulado es mucho trabajo y las iglesias se llenan sin ello».


    En vez de sembrar y esperar pacientemente la cosecha, el misionero está bajo la tentación de querer adelantarla, ajustándose en forma poco crítica a las costumbres locales, o adoptando los métodos novedosos de la guerra espiritual.


  • El deseo de justificar su separación de otro grupo

  • La iglesia medieval había colocado la unidad por encima de la verdad. Como reacción, los reformadores pusieron la verdad por encima de la unidad. En vista de la situación en aquel entonces es fácil entender la reacción de los reformadores, pero el costo ha sido tremendo. La credibilidad del protestantismo ha sido socavada por un creciente divisionismo que casi siempre se justifica por «diferencias doctrinales». Esta justificación sirve como fuente de nuevos vientos, porque, además de inventar vientos que justifican la división ocurrida, hay que buscar novedades para atraer a la gente necesaria para sostener una nueva iglesia.


    Cuando el evangelio penetra en un sector nuevo, el mensaje es novedoso. Después de cierto tiempo, la gente se aburre de escuchar lo mismo y va en pos de guías espirituales que les puedan decir cosas desconocidas. Si un predicador se dedica al estudio, siempre podrá decir cosas nuevas acerca del evangelio sin salirse de los límites bíblicos. Sin embargo, es mucho más fácil olvidarse de estos (2 Ti. 4:3,4).



4. Los efectos de estos vientos de doctrina

En el plan de salvación, el evangelio ofrece todo y pide nada. Pero en el proceso de la santificación esto cambia drásticamente. Es cierto que el fundamento de la santificación viene como un don gratuito, pero el proceso exige un compromiso total. Esto explica por qué tantas personas dan muestras de recibir a Cristo y después no continúan. Alguien ha comparado la vida cristiana con un club donde la entrada no cuesta nada, pero el requisito de membresía es todo lo que uno tiene.


Nuevas doctrinas acerca de la guerra espiritual y las manifestaciones que vienen supuestamente del Espíritu Santo llenan iglesias por un tiempo, pero hay indicios de que esto no es permanente. Una adaptación excesiva a las costumbres locales tiene el mismo efecto. Al principio hay mucha afluencia, pero después viene una deserción.


Este repaso muy resumido de los efectos de los diferentes vientos de doctrina, indica que es una ilusión pensar que la predicación fiel del evangelio nos asegurará el éxito. Si el propósito es tener iglesias llenas, varios de los vientos de doctrina descriptos con anterioridad (ver Apuntes Pastorales XVII – 1) darán un mejor resultado. ¿Por qué, entonces, hay una condena tan fuerte de los mismos en el Nuevo Testamento? La respuesta es que todo viento de doctrina trae separación.


Aun los vientos doctrinales buenos traen separación. El ejemplo más dramático es la Reforma en el siglo dieciséis. Pero los avivamientos y esfuerzos misioneros, en menor grado, han hecho lo mismo. La diferencia con los vientos negativos es que, sin excepción, las doctrinas buenas han promovido mayor unión, tanto entre Dios y sus hijos como entre los creyentes mismos. En cambio, los vientos negativos han diluido la unión entre Dios y sus seguidores y han traído divisiones entre los creyentes verdaderos.



5. Las implicaciones para la iglesia hoy

Antes de poder establecer algunas implicaciones para la iglesia hoy creo que debemos plantearnos tres preguntas:



  • ¿En qué se basa la calificación de vientos positivos y negativos?

  • Con la excepción de las categorías «Los diezmos pertenecen al pastor» y «Vientos de doctrina como disfraz de una lucha por el poder» (ver Apuntes Pastorales XVII – 1), los vientos doctrinales categorizados tienen algo de positivo y verídico. Es igualmente cierto que todos los vientos que he calificado de buenos, tienen sus defectos. Afirmo que la diferencia radica en que los vientos buenos unifican a los verdaderos creyentes, y que los negativos hacen lo opuesto. El problema con esta definición es que muchos evangélicos no ven la separación como algo dañino; de otra manera no habría tantas iglesias y entidades evangélicas independientes.


    El Nuevo Testamento es muy claro en que el propósito de Dios es unificar a todo sus hijos (Jn. 10:16, 17:20-22 y Ef. 1:9-10). Si nos declaramos creyentes, nuestra calificación de algo como bueno o malo tiene que descansar no en consideraciones humanas, sino en el propósito declarado de nuestro Señor.


  • ¿Qué se podría hacer para reducir las causas de los vientos negativos?

  • En la reforma radical del siglo dieciséis, y en varios movimientos evangélicos posteriores, se manifestó el anhelo por una iglesia pura, compuesta solamente de miembros renacidos. Lograr esta meta acabaría con muchos vientos doctrinales negativos. Sin embargo, nuestro Señor advirtió contra tal política en una de sus parábolas (Mt. 13:24-30 y 36-42). ¿Por qué? Por la sencilla razón de que los esfuerzos evangelísticos en las iglesias, con pocas excepciones, no alcanzan a los de afuera sino a los inconversos de la congregación. Con tal de que haya un liderazgo sano en la iglesia, la cizaña está propensa a convertirse en trigo.


    No debemos, entonces, expulsar a los inconversos. Lo que se puede hacer para reducir los vientos negativos es, más bien, disciplinar y santificar al liderazgo.


  • ¿Qué queremos: el éxito o la voluntad de Dios?

  • Durante el avivamiento que comenzó en Costa Rica en 1971 pareció por unos años que no había mucha diferencia entre estas dos cosas. Pero se trataba de una situación especial que no duró. Ahora tenemos que escoger. ¡Claro que todos van a decir que quieren la voluntad del Señor! Pero muchos añaden a esta declaración la urgencia de hacer crecer a su iglesia o su ministerio. Sin embargo, el asunto no se resuelve tan fácilmente porque, para el Señor, un crecimiento sin santidad y sin unidad sencillamente no es un éxito.


    Bien dijo el profeta: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas» (Jer. 17:9). Nuestros deseos de ver crecer la obra del Señor, en la práctica se mezclan en forma imperceptible con anhelos de reconocimiento y de seguridad financiera. Tenemos que tener el valor de clausurar nuestro ministerio cuando llegue el tiempo, o de fusionarlo con otro.



6. Implicaciones concretas para la iglesia

  • La importancia de una actitud crítica y amorosa frente a los vientos actuales de doctrina.

  • He notado que varias personas no quieren expresarse sobre ciertos vientos de doctrina para no ofender a sus amigos. Es cierto que tenemos que seguir «la verdad en amor» (Ef. 4:15), pero hay formas de expresarse claramente acerca de ciertas doctrinas sin referirse a las personas que las sostienen. He notado, también, que ciertas personas quieren disculpar ciertos vientos de doctrina, señalando sus aspectos verídicos. Es una táctica de Satanás confundirnos con verdades a medias. Los vientos doctrinales tienen que ser juzgados, no por sus partes, sino por su totalidad. Si esta totalidad no concuerda con el propósito de Dios, tal como se expresa a través de la Biblia, entonces el viento es negativo sin importar que algunos de sus aspectos sean ciertos.


  • Frente a los vientos de doctrina tenemos que buscar la unidad de los hijos de Dios.

  • Si el efecto de los vientos negativos de doctrina es dividir la grey del Señor, debemos hacer todo lo posible por buscar la unidad de los que son hijos de Dios. Si estos hijos se encontraran solamente en un sector de la iglesia, sería relativamente fácil hacerlo. Pero los escogidos de Dios están esparcidos en muchas diferentes iglesias. Una iglesia más unida estaría en mejores condiciones de hacer frente a los vientos equivocados.


    Buscar la unidad implica también establecer disciplina entre el liderazgo de la iglesia. Necesitamos apoyar a las Alianzas Evangélicas en sus intentos de establecer un Tribunal de ética.


  • Tenemos que regresar a nuestra verdadera herencia.

  • Muchos de nuestros problemas, en cuanto a vientos de doctrina, tienen que ver con el desconocimiento de la historia de la iglesia. Los supuestos vientos modernos son, con pocas excepciones, antiquísimos. Las luchas de nuestros antepasados espirituales pueden servir de base para los diálogos de hoy. Mencionaré tres posibilidades:


    La lucha de Atanasio por salvaguardar la doctrina de la divinidad de Cristo. No hay diferencia entre católicos y protestantes ortodoxos al respecto. Juntamente con algunos católicos se podría invitar a los testigos de Jehová y a los mormones a un diálogo al respecto.


    San Francisco de Asís retó a la iglesia de su época en cuanto a la humildad y la pobreza. Se podría organizar un diálogo para examinar el significado de la herencia de San Francisco para nosotros hoy.


    Los reformadores del siglo dieciséis dejaron una rica herencia en cuanto a la justificación por la fe, la salvación por gracia y la autoridad de la Biblia. Hace poco un amigo me señaló que, en las bibliotecas que él había visitado, no pudo encontrar un sólo libro escrito por un latinoamericano sobre el tema de la justificación por la fe. Se podría pensar en una publicación, escrita por un latinoamericano, sobre el significado de la herencia reformada.


Sin lugar a dudas, nuestra herencia más grande es la Biblia misma. Siento que en los años venideros la inspiración, la autoridad y la interpretación de las Sagradas Escrituras van a ser temas cruciales dentro del movimiento evangélico. Creo que es importante que empecemos un diálogo al respecto.


Los reformadores insistieron no sólo en que la Biblia tenía que interpretarse en su sentido gramatical, sino que, gracias a la operación de Dios en su formación, las Sagradas Escrituras tenían en sí todos los elementos necesarios para su correcta interpretación (el principio de «sola scriptura»).


Dicho principio tiene una consecuencia importantísima. Cada vez que introducimos elementos ajenos a la Biblia en nuestra interpretación de ella estamos distorsionado su significado. Esto es exactamente lo que ha pasado con la mayoría de los vientos negativos de doctrina que hemos examinado en este estudio. En unos pocos vientos (como el modernismo) el énfasis cae, más bien, en quitar elementos de la herencia bíblica.




Juan Kessler trabajó como misionero en Perú y luego se desempeñó como asesor del Instituto Internacional de Evangelización a Fondo (IINDEF) en Costa Rica, país donde reside.

Apuntes Pastorales Volumen XVII, número 2 / enero – marzo 2000. Todos los derechos reservados