«Oremos por Lucy»
por Noelle Ingram
Una familia descubrió los interesantes métodos que Dios utiliza a la hora de responder nuestras oraciones. Una joven madre se dio cuenta de que una gatita herida ayudó a su familia a profundizar en su fe y reconocer que Dios tiene el control de todo. ¿Cuál será el método que Dios está utilizando en su vida?
¿Quién hubiera pensado que una gatita herida ayudaría a mi familia a profundizar en su fe?
Eran las 10:05 p.m. y los niños todavía estaban despiertos. Mientras doblaba la ropa limpia y la ponía en la canasta, les pedí por tercera vez que se fueran a la cama. Antes de que les llamara de nuevo la atención, regresé al cuarto de lavado solo para descubrir que los niños escalaban una montaña que acaban de formar con la ropa limpia. Tres, dos, uno y perdí mi temperamento. «¡Vayan a la cama en este mismo instante!» grité.
El dúo dinámico sabía que no debía jugar conmigo cuando me expresaba en ese tono, por eso, se escabulleron rápidamente para esconderse bajo las cobijas. Después, en el justo momento en que se fueron a dormir, esa vocecita empezó a hablarme. Noelle, fuiste muy dura con ellos. Tan solo míralos, no son más que angelitos. ¿Cómo pudiste salirte de tus casillas con estas preciosas criaturas? Mi oración de esa noche fue muy sencilla: «¡Dios mío!, permíteme darme cuenta de que hago lo correcto como madre. Permíteme conocer si van por el sendero correcto.»
Un día, después de dejar a los niños en la casa de una amiga para que jugaran, fui al pueblo para realizar algunas diligencias. De repente, el auto de adelante hizo un giro inesperado. De su neumático delantero, salió un animalito peludo, el cual se escabulló desesperadamente hasta el otro lado de la carretera. Rápidamente, me detuve y empecé a buscar al animalito. Después de casi veinte minutos bajo el ardiente sol de Alabama, decidí renunciar a mi búsqueda infructífera y reanudar mi día.
Casi quince minutos más tarde, tuve que volver a pasar por el lugar del percance. Mientras manejaba por ahí, eché un rápido vistazo desde mi auto para buscar al animal herido. Al otro lado de la carretera, observé entre el césped la colita gris de un animal. Decidí dar la vuelta para inspeccionar.
Me acerqué de puntillas, sin estar segura qué tipo de criatura encontraría. Luego, una pequeña gatita me miró desde la maleza. «Hola», dije. La gatita estaba sentada en un hormiguero y abrió su boca, pero ningún sonido salió de ella. A la hora de tomarla, intentó huir pero estaba demasiado herida. Sus patas traseras no respondieron y luchó por alejarse de mí con solo las fuerzas de su piernas delanteras. La tomé y la abracé. Pronto, bajó su cabecita y empezó a jadear. Abrió de nuevo su boca, pero no salió ningún maullido. Mis instintos maternales se apoderaron de mí y decidí ponerla en el auto para llevarla al veterinario más cercano.
Mi esposo y yo nos vimos en la clínica veterinaria. El doctor rápidamente nos informó acerca del estado de la gatita. «Definitivamente está conmocionada y no tiene ninguna sensación o movimiento en sus patas traseras» dijo el veterinario. «Tal vez se deba a que su espina dorsal sufrió daños. Si el problema tiene que ver con la espina dorsal, no hay mucho que podamos hacer. Si es una inflamación alrededor de la espina dorsal, en cuestión de días veremos algunas mejoras. Le daremos un tratamiento de esteroides para ayudar si hay inflamación. Aparte de eso, lo mejor que podemos hacer es esperar y ver cómo evoluciona durante la noche» nos explicó.
Dejamos a la gatita con el veterinario, y mi esposo y yo hablamos acerca de si debíamos contarle a los niños. Tal vez velar y cuidar a una gatita herida sería una buena lección para ellos. Por otro lado, si era necesario ponerla a dormir dentro de unos días, los pondríamos en una situación bastante desgarradora. Podíamos sencillamente dejar a la gatita con el veterinario y nunca sabrían lo que ocurrió. Sin embargo, después de analizar el asunto, decidimos contarles acerca de la gatita.
Busqué a los niños y les conté lo que ocurría. «Saben, tal vez deberíamos orar por la gatita. Es lo mejor que podemos hacer por el momento» les expliqué.
Los niños estuvieron de acuerdo y tomaron esa responsabilidad con la mayor seriedad posible. Nos sentamos, inclinamos nuestras cabezas, y oramos para pedirle a Dios que ayudara a la pobre gatita.
Horas más tarde, mientras orábamos para bendecir la cena, me sorprendí al escuchar a mi hija, Madeline, preguntar: «Mami, ¿podemos decir otra oración por la gatita?»
«Por supuesto, preciosa. ¿Vas a orar tú?» le pregunté.
«Querido Dios, por favor acompaña a la gatita con estas palabras empezó su petición. De verdad queremos que se recupere. Sabemos que tú puedes hacer cualquier cosa, por eso, por favor ayúdala a que se sienta mejor. Y bendice estos alimentos. Gracias.»
No había nada que yo pudiera hacer, más que conmoverme con su sincera oración. Inmediatamente hice mi propia petición. «Por favor Dios, escucha sus oraciones. Permíteles ver lo bueno que eres. Si no lo haces, tendré mucho que explicar.»
Pensé que eso sería el fin de todo el asunto por un buen tiempo. Pero a medida que avanzaba la tarde, mis hijos oraban por la gatita en el mismo instante en que se acordaban de ella; en el auto, viendo televisión, incluso cuando estaban listos para ir a la cama. Mientras los escuchaba, le pedía a Dios: «Mucho está en juego, Señor. Te pido que ellos vean que tú sí respondes a las oraciones. Por favor, escucha lo que sus corazones puros piden desinteresadamente. Te suplico que me ayudes a saber cómo reconfortarlos cuando la gatita muera.»
Al día siguiente, como los niños preguntaron si podían conocer a la gatita, hicimos un rápido viaje hasta el veterinario para visitarla. Su condición no había cambiado mucho, la única mejoría era que ya comía. No obstante, los niños se enamoraron de ella instantáneamente, se maravillaron de lo pequeña que era. Al final, le dieron un beso y dejamos que descasara por el fin de semana.
Durante todo el fin de semana, la respuesta de los niños fue la misma, oraban espontáneamente cuando recordaban a la gatita. ¿Eran estos los mismos niños que constantemente hacían berrinches y protestaban a gritos cuando era tiempo de ir a la iglesia o al coro? Parecía como si algo maravilloso había ocurrido en mi familia.
Al siguiente lunes, mis ojos se humedecieron cuando la recepcionista de la clínica me llamó para informarme acerca de la condición de la gatita. «La revisamos esta mañana y está moviendo tres de sus patas perfectamente. La cuarta pata todavía la arrastra pero parece que no le molesta. Ha estado comiendo y ronroneando. El veterinario dijo que ya podían llevarla a casa, pero debe mantenerla en un lugar tranquilo y traerla el próximo lunes.»
Colgué el teléfono y dos lágrimas brotaron de mis ojos. Todo este tiempo me había preocupado por saber qué iba a decirles a los niños cuando sus oraciones no fueran respondidas. Ni siquiera había pensado qué hacer si pasaba lo contrario. Ahora teníamos a una gatita en casa. Los niños saltaron de alegría por unos cinco minutos antes de calmarse.
«¿Qué decimos cuando alguien nos regala algo?» les pregunté.
«Gracias» dijo mi hijo, Lanier.
«¿Hay alguien a quien deberíamos agradecer?» continué.
«¡A Dios!» respondieron ambos. Inclinamos nuestras cabezas e hicimos la mejor oración de agradecimiento que alguien haya escuchado.
Camino a la clínica del veterinario, les expliqué una vez más la condición de la gatita. «Debemos tener mucho cuidado con ella. Todavía está herida y necesitamos darle un tiempo de tranquilidad. Cuando la llevé al veterinario ni siquiera podía maullar así que tenemos que ser muy cuidadosos. No podemos andarla por toda la casa. Tendremos que mantenerla en una o dos habitaciones.»
«Mami, le voy a pedir a Dios que haga que la gatita maúlle» dijo Lanier con un tono serio.
«Bueno, cariño, Dios ya ha hecho mucho por la gatita. Agradezcámosle una vez más por haberla ayudado a recuperarse.» A pesar de mis palabras, Lanier no tenía temor de pedirle a Dios que ayudará a la gatita a maullar.
Así fue como la gatita llegó a nuestra casa. Con toneladas de amor y constantes oraciones, la gatita mejoró. Pudo empezar a mover un poco su cuarta pata así que no hubo necesidad de amputarla como primero se había creído.
Después de un mes, nuestro «hogar adoptivo» llegó a su fin y ya era hora de buscar un nuevo hogar para la gatita. Una pareja, mis padres, decidió hacerse cargo de ella. Cuando escucharon la historia de la gatita y conocieron al lindo animalito, no se pudieron resistir. Ahora vive en el soleado estado de Florida junto a los dos más grandes amantes de animales que conozco. Cada vez que los visitamos, Madeline y Lanier buscan a la gatita, ahora bautizada Lucy.
¡Ah!, y yo aprendí otra lección. Varias semanas después de la oración de Lanier, fuimos de paseo y llevamos a la gatita cuando de repente escuchamos un sonido casi imperceptible. La gatita aprendió a maullar. Dios respondió a la valiente oración de Lanier.
Poco tiempo después de tal hermosa respuesta, leí un versículo que describe perfectamente la lección que mi esposo y yo aprendimos gracias a la gatita callejera. «Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos» (Mt 18.4). Dios también respondió a esa oración desesperada que a menudo decía. Mi Señor me ha estado ayudando a cumplir con mi función de madre en la forma más apropiada y mis hijos definitivamente caminan por el sendero correcto. Me irá bien si tengo fe y confianza en Dios como mis hijos lo hacen.
Noelle Ingram es escritora y madre de dos hijos. Su familia vive en Alabama, Estados Unidos.
Este artículo se publicó por primera vez en Christian Parenting Today magazine, usado con permiso.
Título del original: Praying for Lucy
Copyright © 2002 por el autor o por Christianity Today International/ Christian Parenting Today magazine.