Biblia

Misión retardada

Misión retardada

por No Aplica

Texto de referencia Genesis 12:4; Exodo 7:7; 1 Corintios 1:18-25

Cuando Luis Secrist tenía quince años le prometió a Dios que iría como misionera al extranjero, quizá a África o a India, para ayudar a los necesitados. Pero nunca realizó ese viaje de misericordia.


A los veintitrés años se casó con Carlos Prater, un apuesto peón de labranza que con el tiempo se volvió un bebedor empedernido.


Muchos años después Carlos se convirtió al cristianismo y testificó a sus compañeros de bebida acerca de la paz de Jesús. Pero ya en ese entonces tenía casi ochenta años y su muerte estaba cerca. Cuando murió, el 9 de febrero de 1988, Lois recuperó su anhelo de la infancia de convertirse en misionera.


Al principio sintió algo de resistencia interior. A sus setenta y seis años creyó que su oportunidad de servir como misionera en el extranjero había pasado.


Dije: «Señor, ahora soy demasiado vieja para ir. No puedo hacer esto», confiesa Luis.


Pero esta fabulosa abuela estaba decidida a cumplir su inolvidable promesa. Remordida por el recuerdo de no haber hecho caso al llamado de Dios cuando era adolescente, no rechazaría una segunda oportunidad de convertirse en misionera.


De modo que a los ochenta y siete años Luis Prater se ha convertido en la increíble constructora de un orfanato en Filipinas, una cuerda de salvamento para treinta y cinco niños cuyas vidas rescató del rechazo, la mendicidad en las calles y el maltrato paterno.


Hoy día, los treinta y cinco huérfanos que viven en la casa blanca ornamentada, de setecientos metros cuadrados en dos plantas, llaman a Luis «Lola», que significa «abuela» en el lenguaje nativo de ellos, el tagalo.


Los «niños» de Luis, como ella los llama, oscilan entre los ocho meses y los diez años. Y cada una de sus historias es desgarradora.


Luis ha levantado el orfanato sin pedir préstamos, confiando en el apoyo económico individual que le llega de todos los Estados Unidos. Debido a su edad, ninguna denominación eclesial la apoya, y depende únicamente de donaciones privadas.


Cuando se le pregunta si eso la pone nerviosa, Luis dice con confianza: «Sirvo a un Dios poderoso. Él tiene el control. No me siento con suficiente talento como para hacer nada de esto, pero Dios me capacita. Mi responsabilidad es hacer lo que puedo».


Tomado del libro Ilustraciones perfectas publicado por Unilit. Usado con permiso. Todos los derechos reservados.