Biblia

Amabilidad para con los extraños

Amabilidad para con los extraños

por No Aplica

Texto de referencia Salmo 41; Lucas 10:25-37

Mi esposa Gabriela y yo volábamos en avión a Boston. Estábamos sentados casi a la cola de la nave, en dos asientos separados por el pasillo. Mientras cargaban el avión, una mujer con dos niños pequeños llegó por el pasillo para tomar el asiento exactamente frente a nosotros; y detrás de ella llegó otra mujer. Las dos mujeres tomaron los asientos A y C, uno de los niños se sentó en el asiento del medio, y el otro permaneció en las rodillas de una de las mujeres. Imaginé que se trataba de dos madres que viajaban juntas con sus pequeños, y esperé que estos no hicieran mucho ruido.


El avión arrancó, y mi oración no tuvo respuesta. Los dos niños pasaron un mal rato. Había turbulencia, los pequeños lloraban – les dolían los oídos -. Fue un viaje lamentable. Yo veía cómo aquellas dos mujeres trataban de ayudar y tranquilizar a las criaturas. La mujer en la ventanilla jugaba con el niño de asiento del medio, tratando de hacerlo sentirse bien y prestándole mucha atención.


Pensé: Estas mujeres tienen una medalla ganada por lo que están haciendo. Pero las cosas salieron de mal en peor a partir de ese momento. Cuando nos aproximábamos al tramo final del vuelo, el niño que estaba en el asiento del medio vomitó. Los siguiente que observé fue que la criatura estaba botando todo por cada parte de su cuerpo. El pañal no estaba lo suficientemente bien apretado, y al poco tiempo la fetidez comenzó a sentirse en toda la cabina. ¡Era insoportable!


Pude ver por encima del asiento que eso indescriptible lo había ensuciado todo. Había alcanzado la ropa de esa mujer. Había ensuciado el asiento. Había caído al suelo. Era lo más repugnante que yo había visto en mucho tiempo.


Observé cómo la mujer del lado de la ventanilla consolaba pacientemente al niño, y hacía lo posible por limpiar el desorden y por sacar algo bueno de una mala situación. El avión aterrizó, y cuando el avión llegó a la puerta de salida estábamos preparados para salir de la nave tan pronto fuera posible. La azafata llegó con toallas de papel y de las pasó a la mujer en el asiento de la ventanilla.


– Tome, señora, esto es para su pequeñín – dijo.


– Este niño no es mío – contestó la mujer.


– ¿No están ustedes viajando juntas?


– No, nunca antes en mi vida había visto a esta mujer ni a estos niños.


De pronto comprendí que esa mujer sí que había sido misericordiosa.


Muchos de nosotros sencillamente habríamos muerto en esta circunstancia. Ella había encontrado la oportunidad de mostrar misericordia. En palabras de Cristo, ella «fue el prójimo».

Tomado del libro Ilustraciones perfectas publicado por Unilit. Usado con permiso. Todos los derechos reservados.