Por: Manuel Bru
Qué el 20% de la población mundial consume y gasta el 80% de los recursos totales del planeta es bien conocido por todos. ¿Cuántas veces lo hemos oído, cuántas veces lo hemos dicho? ¿Y de que ha servido?
También sabemos que 178 millones de niños menores de 5 años sufren de retraso en el crecimiento a causa de la desnutrición, y que el 60% de los niños de África subsahariana sufre de anemia por insuficiencias en su dieta. En su conjunto, en el mundo hay 5000 millones de personas hambrientas, de las cuales 1000 millones padecen desnutrición crónica.
También sabemos que cada vez con las nuevas tecnologías podemos obtener mayores rendimientos agrarios, pero también que se siembran enormes extensiones de terreno con una sola variedad y que este fenómeno, el monocultivo, hace que la tierra sembrada sea más vulnerable a las plagas y enfermedades. Para solucionar esta situación provocada se han producido agresivos fertilizantes, pesticidas y herbicidas, además de la modificación genética de las semillas, que están contaminando el agua creando gravísimos riesgos para la salud humana y para los ecosistemas del Planeta.
También sabemos que el 82% del mercado mundial de semillas está bajo patentes, y que sólo 10 multinacionales controlan el 67% de la producción de semillas en el mundo. Sobre el maíz, el algodón, la soja, el trigo, el azúcar, el cacao, la leche, se especula en el mercado internacional exactamente igual que con el oro, la plata, el aluminio, el gas natural, o la gasolina; y por tanto, sobre ellos se contratan por igual “futuros” y “opciones”, pasando de necesidades básicas para la vida humana a meros productos financieros sometidos a los vaivenes de la inversiones bursátiles.
Y, como les decía el Papa Francisco a los miembros de la FAO, también todos sabemos que “la producción actual de alimentos es más que suficiente y, sin embargo, hay millones de personas que sufren y mueren de hambre”. Y, ante este “verdadero escándalo” el Papa pregunta a los dirigentes del mundo: ¿Qué estamos haciendo? “Es necesario –les dice- encontrar la manera de que todos puedan beneficiarse de los frutos de la tierra, no sólo para evitar que aumente la diferencia entre los que más tienen y los que tienen que conformarse con las migajas, sino también, y sobre todo, por una exigencia de justicia, equidad y respeto a todo ser humano”. Pero les entra por un oído y les salé por otro.