Nuestra verdadera necesidad
Por: Carlos Padilla Esteban
Siempre me impresiona la escena del evangelio de hoy. Tiene lugar después de la multiplicación de los panes y los peces. De nuevo Jesús se retiró después del milagro a la montaña para estar solo y luego se fue con sus discípulos en la barca a descansar:
“Cuando vio la gente que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús”. Lo siguen por todas partes, lo sacan de su descanso.
Decía el Papa Francisco: “No le dejaban tiempo ni para comer. Pero el Señor no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba”.
Nosotros a veces nos cansamos, nos hastiamos de las demandas de los hombres. Nos escondemos. Nos protegemos. Nos falta ese corazón siempre renovado de Jesús, siempre abierto, siempre misericordioso.
Jesús alzaba la mirada y contemplaba el sufrimiento de los hombres. Y esa necesidad le ponía en camino. No se cansaba de amar. Esa tiene que ser mi propia vocación. Al mirar al que necesita más que yo, mi necesidad parece pobre e insignificante. Mi descanso se vuelve superfluo.
Decía el Papa Francisco: “El sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos”.
Cuando veo el hambre de los hombres y su sed, me descentro. Dejo de perseguir tontamente todos mis deseos. Me vuelco en el más pobre, en el más débil, en el más herido. Y sufro menos. Son las paradojas del amor. Cuanto más doy, más recibo, más paz tengo.
Jesús vivió así en su vida. En estos momentos de éxito y después en la pobreza del abandono. Porque llegará un momento en su vida en que no le sigan tantos, en que ya no convenga estar tan cerca de Él.
Porque será un hombre sospechoso, peligroso, condenado a muerte. En ese momento nadie querrá ser su amigo. Y sus amigos negarán serlo. En esa hora crucial le abandonarán. Ya nadie querrá interrumpir su descanso. Ya no esperarán milagros. Ni querrán más pan de sus manos.
En ese momento no tendrá amigos, ni ayuda, ni compañía. Sólo algunas mujeres. Algún hombre. Pero Él seguirá alzando la mirada y compadeciéndose del que sufre. Lo hará desde la cruz, con las manos clavadas.
Me impresiona siempre lo fugaz que es la fama y la necesidad. Son pasajeras. De la multitud a la soledad. De repente hay gente que lo busca sin reposo. Algo que quema en su alma. Pasa el tiempo y se olvidan. La fama y la necesidad pasan y vuelan.
Así es en nuestra vida. Hoy somos requeridos. Importamos. Nos consultan. Nos toman en cuenta. Nos quieren. Puede que después pasemos al olvido. Dejen de querernos. Es sencillo. De un milagro al olvido. De una necesidad a la falta de necesidad. Dejo de ser necesario, imprescindible, importante.
Tenemos que estar preparados para ello. Todo pasa. La santidad de vida se medirá en esos momentos. No cuando seamos importantes en el trabajo, o cuando a todos les interese ser nuestros amigos.
No cuando sea yo tema de conversación y todos hablen de lo bien que me va en la vida. No. En esos momentos la santidad se juega en tener paz, conservar la humildad y la vida sencilla.
En esos momentos en los que nos buscan será necesario comprender que no soy yo, que es Dios el que me lo ha dado todo. En ese momento la santidad se dará cuando soy capaz de descentrarme y amar al que me busca. Sin perder la paz y la humildad.
Porque si dejo de ser niño, si pierdo la humildad, puedo perder la conciencia de hijo, la sensación de impotencia, la pobreza, la desnudez de mi vida. Y entonces a lo mejor no estoy preparado para los momentos peores.