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¡Dios mío! ¿Cómo crío a mis hijos? , Parte III

¡Dios mío! ¿Cómo crío a mis hijos? , Parte III

por Wayne Mack

Para muchos matrimonios el área de mayor conflicto son los hijos. Cuando en algunos los hijos son el factor unificador en otros son el elemento que provoca mayores desacuerdos. Esta serie trata las áreas importantes donde la unidad puede ser afianzada u obstaculizada. El tema se ha diviso en cinco artículos, en este tercer artículo estudia el término «criadlos» que aparece en Efesios 6.4 da para unificar los criterios que gobiernan la crianza de los hijos.

Una tarea con una meta


Lo que Pablo quiso decirExisten ciertas facetas del enfoque bíblico de la crianza de los hijos que están expresadas por la palabra «criadlos». En el texto griego el verbo que se traduce como «criadlos» está en voz activa, modo imperativo y tiempo presente. La voz activa indica que automáticamente los hijos no llegan a ser lo que Dios se ha propuesto que sean. También implica que no se pueden criar a sí mismos. Esto no puede ocurrir porque Dios dice que «la necedad está ligada en el corazón del muchacho» (Pr 22.15), y que «el muchacho consentido avergonzará a su madre» (Pr 29.15).

Hay padres que dejan que su niño se forme a sí mismo, o lo crían en un ambiente de total libertad. Otros permiten que el niño haga sus propias elecciones, o lo que quiere, o que se exprese libremente. Sin embargo, las Escrituras afirma que el resultado de dichas decisiones será vergonzoso. Dios jamás quiso que los niños se formasen a sí mismos. Les dio padres que deben ocuparse activamente para lograr que los hijos lleguen a ser lo que Dios desea que sean.

Además de estar en voz activa, el verbo griego está en modo imperativo. A veces cuando no sabemos qué hacer buscamos el consejo de otros. En ocasiones respondemos: «No le voy a decir lo que tiene que hacer pero si fuera yo, haría…». En otras palabras, la persona nos ha aconsejado como amigo y podemos o no seguir tal consejo.

Pues bien, lo que Dios dice en Efesios 6.4 no es solo un consejo de amigo ni tan solo una sugerencia que espera que tomemos en cuenta. Es un mandamiento que él quiere que obedezcamos. No es una entre muchas alternativas u opciones de las que podemos elegir para guiarnos en la crianza de nuestros hijos. Es la única opción válida para nosotros como cristianos. Es la única forma que podemos criar a nuestros hijos. Si no tomamos en cuenta estas pautas cometeremos un error o equivocación garrafal. Constituye una desobediencia o rebelión contra Dios, pues nos manda que criemos a nuestros hijos de esta manera.

Además de estar en voz activa y modo imperativo, este verbo está en tiempo presente. En ciertas ocasiones en mi experiencia como padre he mirado a mi esposa y le he dicho: «Yo sé que el Señor dice que los hijos son herencia suya y cosa de estima el fruto del vientre» (Sal 127.3), pero en este momento no me parece que son así. Es un gozo tener hijos, ¿pero no sería lindo tomarnos unas vacaciones lejos de la responsabilidad? ¿No sería lindo tomar un mes o dos de descanso y dejar que los hijos se ocupen de formarse ellos mismos, que se corrijan y se provean lo que necesiten?

Pero Dios dice: «No. No puedes hacer eso. Mientras los hijos estén en tu casa debes criarlos constantemente, persistentemente, sin resuello. No es una tarea que harás en un día o un mes ni en un año o diez. Es un trabajo que tomará mucho tiempo y esfuerzo constante. Es una tarea presente, no pasada ni futura. No es un trabajo que finalizó ayer, ni tampoco uno que se puede dejar para mañana. Mientras los hijos estén bajo tu cuidado, todos los días tendrás oportunidades para cuidarlos».

No estoy sugiriendo que los padres deban reprimir a sus hijos y no darles libertad. La represión es casi tan peligrosa y desastrosa como el libertinaje. Promueve hostilidad, inseguridad, ansiedad, resentimiento, excesiva dependencia, inestabilidad emocional, actitudes de inferioridad, y falta de decisión. Ni tampoco recomiendo que se espere que el hijo sea perfecto. Debe permitírsele cometer errores y fallar sin darle la impresión de que ha sido rechazado o que carece de valor. Sin embargo, sus defectos y fallas serias no pueden ignorarse totalmente. En forma correcta y en el momento oportuno se le debe corregir y ayudar a mejorar.

Dios les presenta a los padres el desafío de criar a sus hijos, y el tiempo presente del verbo indica que es una tarea en que los padres deben estar constantemente ocupados. Es un trabajo sin descanso. No hay francos ni de día ni de noche, no hay circunstancia o situación o lugar que permita liberarse de esta tarea.



Lo que Pablo no quiso decir


Ahora bien, toda esta información útil y desafiante se encuentra en la palabra «criadlos», pero nos enseña mucho más. Notemos que Dios no dice: «reprimidlos, dominadlos, refrenadlos o retenedlos», sino dice: «criadlos». Debemos criar a nuestros hijos para que conozcan y confíen en Jesucristo (Mr 10.13, 14; Mt 28.19; Sal 34.11). Pero más que esto, dice que los criaremos para que sean verdaderos discípulos de Jesucristo (Stg 1.21–25; Sal 1.1–3; 119.9, 11, 105).

Nuestra meta debe ser llevar a nuestros hijos al punto en que son disciplinados en el camino del Señor de modo que sus actitudes y patrones y estilo de vida comiencen a reflejar la imagen de Cristo. Nuestro objetivo debe ser formarlos de tal modo que sus pensamientos, actitudes y acciones comiencen a reflejar y a manifestar una semejanza al estilo de vida del cristiano descrito en la Palabra de Dios. Que tengan éxito en sus empleos, que sean buenos atletas o músicos, que sean buen mozos o tengan belleza física, que obtengan excelentes calificaciones en sus estudios, son aspectos de poca importancia en comparación con llegar a ser cristianos maduros, santos y piadosos.

Para llegar a ser cristianos maduros se requerirá la obra soberana de Dios. Solo él puede salvar y santificar. Sin embargo, Dios utiliza a hombres y medios. Como padres debemos procurar guiar a nuestros hijos a Jesucristo para su salvación, pero este no es el fin del camino. Es solo el comienzo. El destino hacia el cual vamos con nuestros hijos es nada menos que la madurez en Cristo, la madurez descrita en las bienaventuranzas y el resto del Sermón del Monte, en 1 Corintios 13, en Efesios 4–6, en Romanos 12–15, y en muchos otros pasajes de las Escrituras. Debemos procurar formar a nuestros hijos no sólo para que conozcan la verdad sino que la cumplan; no solo que conozcan lo que es correcto sino que lo pongan en práctica. Debemos procurar criar a nuestros hijos para que sus vidas honren a Dios, para que sean la luz del mundo y la sal de la tierra, para que ejerzan una influencia positiva, vencedora, y transformadora en este mundo.

En la gran comisión Jesús dijo: «Id, y haced discípulos a todas las naciones… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mt 28.19–20). Observe que no dice solamente: «Id, y solicitad decisiones». Al contrario, él dijo: «Id, y haced discípulos…» Ni tampoco dijo: «Enseñándoles a conocer todas las cosas que os he mandado». Lo que en verdad dijo fue: «Enseñándoles que guarden (obedezcan, practiquen) todas las cosas que os he mandado». El conocimiento de los hechos es importante. El conocimiento de la verdad es esencial. Él quiere no solo que conozcamos la verdad sino que la obedezcamos. Quiere que vivamos la verdad, que la practiquemos y seamos conformados por ella, y que nos transforme. Entonces, nuestra meta como padres debe ser criar a nuestros hijos para que obedezcan la verdad.

Por supuesto que la palabra «criadlos» indica que debemos procurar preparar a nuestros hijos para dejar el nido y volar exitosamente solos. Nuestra meta debe ser conducir a nuestros hijos al punto en que puedan tomar decisiones inteligentes y bíblicas por sí mismos y que no dependan de nosotros para su guía. Nuestro objetivo debe ser lograr una separación amistosa e independiente, no una dependencia forzada y servil y el apego a nosotros. Nuestro blanco debe ser ver que nuestros hijos lleguen a depender primordialmente de Cristo y de su Palabra, en segundo lugar sobre sus respectivas parejas y solo en forma casual de nosotros. (Consideren las implicaciones que esta meta bien clara y definida en la crianza de los hijos puede tener en su matrimonio. ¿Es esta la meta que tienen para sus hijos? ¿En verdad es este su objetivo y procuran lograrlo? Piensen en la armonía y la unidad que un mutuo compromiso con el mismo objetivo producirá en un matrimonio. Un acuerdo sobre el destino o la meta como padres será un gran factor de unidad en su matrimonio. Quizá sea este el momento de detenerse y conversar acerca de los objetivos generales además de las metas específicas que tienen para sus hijos).


Consulte los artículos de la serie:


  • Parte I: Pongámonos de acuerdo
  • Parte II: No es solo para uno, ¡es para los dos!
  • Parte IV: Una sola estrategia
  • Parte V: ¡Manos a la obra!

Tomado y adaptado del libro Fortaleciendo el matrimonio, Wayne Mack, Ediciones Hebrón – Desarrollo Cristiano.