Por: Primeros Cristianos
En su defensa de los más débiles, como los concebidos y no nacidos o los que padecen injustas desigualdades sociales, y en su participación ciudadana con todas las personas de buena voluntad, los cristianos deben mostrar una actitud no de pura polémica, sino de clarividencia, que procede de la propia coherencia en el compromiso con Dios y con los demás. Esto no es posible hoy sin una vida espiritual intensa, que nada tiene que ver con intimismos o espiritualismos. Así lo enseña con claridad el Papa Francisco.
El último capítulo de Evangelii gaudium se titula “evangelizadores con espíritu”. Esto deben ser todos los cristianos. Y esto quiere decir “evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo”. Algo que requiere la oración, “sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía”, y también el convertir la fe en vida (cf. n. 260).
Evangelizadores que rezan y que trabajan
Una evangelización con espíritu significa que el evangelizador debe tener su corazón ardiendo en el fuego del Espíritu Santo, “ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora” (n. 261). A partir de ahí el Papa explica cuáles pueden y deben ser las “motivaciones para un renovado impulso misionero”.
Evangelizar con Espíritu quiere decir “evangelizadores que oran y trabajan”. En esta perspectiva “no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón” (n. 262).
En efecto, la unidad de vida del cristiano, en expresión de san Josemaría Escrivá, pide una intensa y sólida oración que se traduzca en ayudar a los demás en sus necesidades materiales y espirituales; como también toda praxis cristiana en favor de la justicia y de la caridad, del apostolado y de la promoción humana, pide una vida espiritual.
Y para ello, tiempos concretos dedicados a la adoración de la Eucaristía, a la oración, a los sacramentos –la confesión de los pecados– y a la formación bíblica y litúrgica. La evangelización requiere que, primero y a la par, se transforme el corazón del creyente que ha de convertirse en evangelizador. Son luces claras para la educación en la fe.
No refugiarse en una falsa espiritualidad
Respecto a la necesaria relación entre la espiritualidad y la preocupación por los demás, ya advertía Juan Pablo II: “Se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación” (Carta Novo millennio ineunte, 6-I-2001), n. 52.
Si la vida espiritual no lleva a entregar la vida en la misión (cada uno según sus propias condiciones de vida), se trataría de una falsa espiritualidad. Los educadores cristianos deben tomar nota para enfocar adecuadamente su tarea.
Francisco evoca el ejemplo de los primeros cristianos y de los santos, a lo largo de la historia. No cabe aducir que ahora es más difícil, pues cada época tiene sus propias dificultades. Propone cuatro motivaciones para evangelizar hoy.
Encuentro personal con Jesucristo
En primer término el encuentro personal con Jesucristo es lo que sobre todo enciende en el deseo de comunicarlo. Si no es así, escribe el Papa Francisco, entonces “nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial” (n. 264).
Y por eso nos aconseja meditar el Evangelio y contemplarlo con amor, leerlo con el corazón. Con ese “espíritu contemplativo” nos reforzaremos en la convicción de que “no hay nada mejor para transmitir a los demás” (Ibid.); pues, subraya, el Evangelio verdaderamente “responde a las necesidades más profundas de las personas” (n. 265) y de los pueblos.