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¿Cómo lograr transmitir? Lo que más importa es crecer hacia dentro

¿Cómo lograr transmitir? Lo que más importa es crecer hacia dentro

Por: Carlos Padilla Esteban

La vida es un camino largo. Un camino en el que las cosas cambian y hay etapas. El crecimiento no es lineal, aunque a veces lo pretendamos. Queremos que sea lineal y siempre ascendente. Siempre más, siempre mejor, sin altibajos. Pero no es así. Hay ascensos y descensos.
 
Corremos hacia una meta y, al alcanzarla, nos calmamos. Dejamos de correr. Surge otra meta. Parece que retrocedemos. Pero todo el crecimiento verdadero surge desde dentro y se manifiesta en el exterior. Va desde el alma a la vida. Desde lo más hondo del lago a la superficie cambiante.
 
Unos pocos actos que reflejan la hondura del alma. La vida crece desde dentro. Con el tiempo vemos que muchas cosas que pensábamos que eran nuestras, no son nuestras en realidad, no son asumidas, no nos pertenecen. Se nos habían pegado a la piel torpemente y, con la llegada de momentos difíciles, entre idas y venidas, con saltos y caídas, se desprenden de la piel rápidamente y caen.
 
Decía el P. Kentenich: «De esta forma la pedagogía de actitudes quiere superar todo tipo de ‘amaestramiento’ formalista, donde las formas o costumbres que se generan no son asumidas ‘desde dentro’ por las personas»[1].
 
Queremos crecer desde dentro, no adiestrarnos, no adquirir formas exteriores que con el tiempo nos muestren que no son verdaderas. No aplicamos moldes y esperamos que la vida se adapte a ellos.
 
A veces nos gustaría educar así a los hijos. Vestirlos a todos iguales y lograr que brille así su uniformidad, cuando son distintos. Las diferencias inquietan. Que tengan buenos hábitos y costumbres, y sean presentados con dignidad en sociedad. Que no desentonen, que se adapten a lo que los demás esperan de ellos.
 
En la educación hay cosas que pueden ser captadas en lo más profundo. Otras que se quedan en la superficie y no duran. Lo auténtico, lo que está dentro, permanece para siempre. Lo que sólo está en la superficie, puede que acabe muriendo.
 
La educación ha funcionado cuando las cosas aprendidas quedan marcadas para siempre en el alma. Es lo auténtico, lo verdadero, lo que no caerá cuando lleguen tiempos difíciles.
 
Somos lo que somos en momentos en los que no estamos protegidos por el ambiente, por las personas que nos ayudan a cuidar nuestros actos. Somos lo que somos en momentos de tensión y dolor, cuando dejamos de lado la diplomacia y las apariencias. Cuando nos liberamos del qué dirán y dejamos trasparentar nuestro verdadero yo. Allí la persona es lo que es, sin tapujos, sin máscaras, sin pretender ser políticamente correcta.
 
Cuando la educación ha calado lo instintivo, lo más hondo del alma, podemos decir que ha dado fruto. Lo mismo sucede en la educación en la fe. El hombre religioso lo es cuando ha tenido una experiencia honda de Dios.
 
Cuando ha visto su rostro en lo más hondo del lago. Cuando lo ha tocado en su vida torpemente. Cuando ha navegado en las aguas profundas y se ha encontrado con el Dios de su historia y lo ha mirado sin miedo.
 
Decía el Padre José Kentenich: «Conocimiento experiencial de Dios. ¿Qué quiere decir esto? Vivencias de Dios, interiorización de Dios; el intimar con Dios, tener vivencias divinas, tener la vivencia de Dios. Así pues, no sólo conocer a Dios. Vivencias de Dios hasta lo profundo del subconsciente, de la vida del alma»[2].
 
Cuando es así, cuando Dios ha calado en lo más hondo de mi mar, entonces podré decir que el crecimiento espiritual es verdadero y permanente. Crecer hacia dentro, más que en muchas formas exteriores por las que otros puedan creer que estoy más cerca de Dios. Lo de fuera importa poco.
 
La hondura de Jesús era tan grande que los actos de un día apenas desvelan el misterio. Hacía cosas, pero