Por qué no debes perder tu capacidad de asombrarte
Por: Carlos Padilla Esteban
Me gusta el alma libre de Jesús. Me gustan sus sueños y sus vuelos. Me gusta el alma libre de los santos. De los que ya se fueron y están en el cielo. Y el alma libre de los santos vivos que conozco y caminan a mi lado.
Me gusta también el alma libre del Papa Francisco, que se conmovió ante Glyzelle, una niña filipina de 12 años.
Se presentó ante el Papa acompañada de Jun Chura, otro niño de la calle de 14 años, y leyó un conmovedor testimonio sobre la vida de los pequeños filipinos abandonados y que afrontan abusos, drogas y prostitución.
Ante el testimonio de esta niña dijo el Papa Francisco conmovido: «Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta, y no le alcanzaron las palabras, necesitó decirlo con lágrimas».
Ante sus lágrimas, el Papa cambió su discurso. Y finalizó pidiendo perdón por no haber leído lo que traía escrito: «La realidad que me plantearon fue superior a lo que había preparado».
¿Cómo entender tanto dolor? La realidad nos supera. Supera nuestras expectativas, nuestros propios prejuicios, lo que pensamos que hará falta para la ocasión. La realidad, definitivamente, supera siempre la ficción. Supera la imaginación, las pretensiones. Es más fuerte que nuestros pensamientos y anhelos.
La realidad se impone siempre sobre nuestros deseos. Pero, ¿yo me abro a ella? ¿Me dejo tocar por lo que el día me regala? A veces me turbo cuando no se corresponde con lo que espero.
Traemos nuestros discursos escritos, todo claro. Pero luego la vida nos sorprende. Hace falta mucha flexibilidad para vivir cambiando, para abrir el corazón ante la sorpresa.
La capacidad de asombro mide si el corazón es puro y si es un corazón de niño. Los que creen que lo saben todo, los que tienen todas las respuestas ya escritas, han perdido normalmente esa docilidad.
A nosotros nos pasa a veces. Nos falta la capacidad para asomarnos a una ventana y emocionarnos con lo que vemos. El asombro ante la bondad del otro, ante una persona que nos descubre algo.
El asombro ante la belleza que siempre es nueva. Ante la vida llena de secretos. El asombro ante el dolor injusto, ante el daño que ya no se puede evitar, ante la herida abierta que busca consuelo.
El asombro nos pone en disposición de aprender, porque algo nuevo llega a nuestra vida y no lo controlamos.
Una persona escribía: «Quiero abrazar los silencios como los niños traviesos. Quiero empezar de nuevo a tejer la historia, sin escatimar en gastos. Vivir y vivir, amar y amar. Como los niños que se abren a la vida. Así, de repente».
La realidad nos puede ayudar a cambiar si nos dejamos tocar por ella. El mirar como los niños nos ayuda a ser flexibles. A empezar de nuevo.
En realidad, el asombro, no depende tanto de la vida, de que haya cosas nuevas y excitantes, de que haya cambios en situaciones o personas. Depende de mi mirada. De mi capacidad de admirar en lo que ya conozco, la novedad y la belleza.
Depende de mi capacidad de enamorarme de la vida, de reconocer algo que no es mío y que, de alguna forma, desafía mis esquemas bien montados. Los esquemas de mi vida.
A Jesús lo siguieron los que fueron capaces de asombrarse y admirarse al contemplar su vida. Por su novedad. Por su amor. Por su humanidad.
Algunos lo encasillaron, le pusieron la etiqueta. Se dejaron llevar por sus prejuicios y se alejaron de su realidad. Lo miraron como a un rebelde, como a un blasfemo, como a un traidor.
Así tenían poder sobre Él, así no los desconcertaba. No respondía a sus esquemas de siempre. No cabía en ellos y no podía ser controlado. No lo podían meter en una categoría que les diese seguridad. No despertó en su alma admiración, ni asombro.