Crisi de vocaciones en Occidente: un enfoque espiritual
Por: Carlos Padilla Esteban
Jesús hoy, en este mundo tan convulso, sigue llamando. A cada uno, a una vocación determinada.
Pienso que la vocación a estar con Él en una vida consagrado sigue ocurriendo hoy igual que siempre. ¿Por qué nos parece que hay menos vocaciones a la vida consagrada?
No es fácil comparar los tiempos. A veces lo hacemos y pensamos que en esta época en la que vivimos o Dios llama menos o los jóvenes responden menos a la llamada.
No creo que sea así. Dios sigue llamando. Lo que sí pasa es que para que una persona pueda escuchar la llamada a la vocación son necesarias ciertas premisas. Sin hondura no es posible escuchar la voz.
A veces me da la impresión de que muchos jóvenes viven tan volcados sobre el mundo que han perdido hondura. No hacen silencio. No navegan en su mar interior.
Hay preguntas profundas que no oyen y temas fundamentales que no abordan. Falta profundidad. La vida va muy rápido. Falta silencio. El mundo con sus ruidos, con sus prisas, con sus voces, aturde.
Estamos llamados a formar personas religiosas, unidas a Dios en lo más hondo de su alma. Que sepan discernir la voz de Dios, su llamada, su vocación, sea la que sea. Cuando los jóvenes son religiosos, hondos, si Dios los llama, seguro que lo oyen.
Puede ser que también hoy falten modelos a los que seguir. O que haya personas consagradas que no vivamos de una forma que invite al seguimiento. El aburguesamiento invade el alma y podemos perder el fuego y la pasión. En esos casos nuestra vida no despierta la pregunta: “Maestro, ¿Dónde vives?”.
Pienso también que a veces falta osadía para dar el salto. Seguir una vida consagrada es una llamada que sigue chocando en el mundo de hoy. Sorprende. Es como una ruptura con la línea recta que siguen los pasos de cualquier joven.
Lo mismo que a esos hombres junto a sus barcas, la llamada de Jesús supuso una ruptura. Ellos no dudaron. Creyeron y se fiaron. El joven rico, sin embargo, temía perder demasiado.
A veces creo que muchos jóvenes ya están instalados. Estar instalados no tiene que ver con la edad. Cualquier persona, sin importar su edad, puede vivir así. Tiene más que ver con una actitud ante la vida. Un miedo profundo e irracional a perder su seguridad, su comodidad, sus cosas, sus planes.
Cuando uno vive acomodado prefiere no escuchar la voz de Dios. No quiere que haya cambios. Teme las sorpresas de la vida. En un corazón acomodado no cabe la vocación. Hay mucho que perder y no parece tanto lo que se puede ganar.
Muchos jóvenes viven acomodados, instalados. En ellos una llamada a dejar las redes, sus redes, sus costumbres, su tierra incluso, sus planes profesionales, sus amores, parece excesivo.
¿Y si luego uno se equivoca? Es hoy muy grande el miedo a equivocarse. Creo que por eso hay tanta indecisión. Los corazones indecisos son muchos. Cuesta tomar decisiones. Más aún si las decisiones son importantes.
Hay un miedo profundo a la soledad. Una vida consagrada se ve como un páramo sin flores, sin descanso, sin compañía. Sí, Jesús viene conmigo, pero, se preguntan, ¿no hay nadie más? El temor a la soledad es hondo.
Y la soledad, lo queramos o no, siempre nos va a acompañar. Tendremos que aprender a vivir con ella, sea cual sea nuestro estado de vida. Es bonito aprender a hablar con ella, a quererla en las noches duras del invierno, a besarla con cariño.
Es importante aprender a apreciar su dureza y aceptar que será mi compañera de viaje en cualquier viaje que emprenda. Ya sea en la vida consagrada, como soltero o si formo una familia.
Creo entonces que la llamada de Jesús a seguir sus pasos, a ser pescador de hombres, sigue hoy sonando con fuerza.