¿Expectativa o esperanza?
Por: Carlos Padilla Esteban
Esperar nos abre el corazón, nos ablanda para recibir, nos libera para amar. En ocasiones, la llegada es más de lo que pensamos, nos sorprende, nos descoloca. A veces podemos desilusionarnos. El otro día pensaba en las expectativas que tenemos en la vida. Es distinto a la esperanza.
Creo que la expectativa tiene mucho de derecho y exigencia. La esperanza nos habla de gratuidad.El que espera normalmente no queda nunca defraudado. Sobre todo cuando su esperanza está puesta en Dios.
La esperanza que nos salva, que nos sostiene, es la que nos dice que, pase lo que pase, Él estará con nosotros todos los días de nuestra vida. Por eso nunca nos defrauda. En el desierto o en el vergel. En soledad o en compañía. Él nos sostiene, nos levanta, nos anima. Es la esperanza que tiene que ver con Navidad.
Por el contrario, el que tiene expectativas, casi siempre se frustra. Porque no es posible ver satisfechas todas nuestras expectativas.
Eso me llama la atención. ¡Cuánta gente sufre porque no le agradecieron por algo, porque no valoraron su entrega, porque no apreciaron su amor, porque no fueron capaces de acogerlos en su dolor, porque no reaccionaron como ellos esperaban! Son expectativas muy humanas, poco de Dios. Algunas de ellas son muy lógicas, esperables, comprensibles. Tan humanas como el miedo o como el hambre.
Nos las cuentan y comprendemos sus sentimientos de rabia o de tristeza. Nos ponemos en su lugar. Es normal tener expectativas. Porque estaría bien que nos acogieran siempre, entendieran siempre nuestro dolor, supieran cómo calmar la herida, respetaran nuestros tiempos. Sí, todo eso está muy bien, es comprensible.
El problema es que a veces, cuando no ocurre lo que deseamos, nos amargamos, perdemos la alegría, nos llenamos de ira, hacia el mundo, hacia Dios. Y lo cierto es que lo que no es derecho no puede ser exigido.
No podemos exigir el amor, ni el acogimiento, ni una palabra de agradecimiento, ni una sonrisa. No son derechos, es gratuidad.
El Adviento nos enseña a esperar bien. A esperar con sentido. A esperar sin frustrarnos, sin perder nunca la alegría. A esperar como Juan lo hizo, confiado, seguro de que Dios lo acompañaba siempre.
Juan nos enseña a preparar una morada para Dios en la pobreza, en la sencillez del desierto. Allí donde estamos solos y miramos nuestro corazón, allí donde todo nos sobra para quedarnos libres y poder así desear la pronta llegada de Jesús. Hoy esperamos con Juan. Porque él sí sabía esperar, toda su vida fue una espera.