Abrirse a lo nuevo
Por: Carlos Padilla Esteban
Con frecuencia nos cuesta lo distinto, el que no se adapta al molde, el que no puedo controlar. Nos cuesta aceptar al que piensa diferente, al que hace peligrar mi influencia, mi imagen, al que me pone en evidencia con lo que hace y ama.
Así era Jesús para los fariseos. Lo seguía una multitud. Por eso había que rebajarlo públicamente. Dejarle mal delante de los que lo admiraban. Nosotros somos así muchas veces. Al que nos rompe esquemas y no se adapta a lo que hemos hecho siempre, lo criticamos. La envidia.
Es verdad que nos cuesta abrirnos a lo nuevo, nos sentimos inseguros. Nos cuesta aprender de otros. Dejar todo lo que sabemos y dejarnos sorprender. Nos cuesta aprender, hacernos niños, despojarnos de todo lo que sabemos, de nuestras verdades.
Los fariseos no fueron capaces de ver a Jesús. Sólo miraron por fuera. Surgen la envidia, los celos y la cobardía. Se pusieron de acuerdo para acabar con Él. Me impresiona mucho ese «ponerse de acuerdo» para acabar con Jesús, para ganar poder delante de otros.
¿Hace cuánto tiempo que no me pongo de acuerdo con alguien para ensalzar a una persona, para hablar bien de ella, para decir públicamente cómo la admiro, lo que aprendo de ella?
Creo que hoy es un día para pensar en las personas a las que critico, en aquellos a quienes juzgo. ¿Cuáles son mis intenciones, mi mirada, mis palabras?
Hoy es el día para pedirle a Jesús que modele nuestro corazón en el molde del suyo, que nos ayude a mirar como Él, sin doblez, sin mentiras, sin envidia, sin miedo a perder poder por ensalzar a otro, sin afán de agarrarme a lo que controlo.
Hoy es el día para entregar nuestra vida y dejar que Dios deje su cuño, su impronta en mi corazón. Hoy soñamos con tener su mirada, su pureza, sus palabras de vida.
La pregunta « ¿es lícito?», ¡cuántas veces la hacemos! Implica buscar el mínimo, ir a la norma por lo bajo. ¡Cuántas veces preguntamos eso en lugar de tomar nuestras propias decisiones!
Me gustaría que mi alma perteneciese por entero a María. Ojalá no haya nada de mi vida, de mi corazón, de mi rutina, que no le pertenezca a Ella. Le queremos decir que somos suyos del todo, sin división.
Y le pedimos que nos enseñe a mirar con pureza, como Ella, que nos haga niños para empezar a caminar cada día, reconociendo que no sabemos nada.
Jesús mira la pureza de intenciones. Mira el corazón. Hasta lo más hondo, allí donde están los deseos, los impulsos, los sueños, los sentimientos, los instintos. Hasta allí tiene que entrar Dios. Queremos pertenecer por entero a Dios.
¡Cuántas veces nombramos a Dios pero Él no habita en nosotros! Dios mira en lo más hondo, ve nuestra verdad.
Pienso que tenemos que pedirle a Jesús que nos ayude a pensar bien, a no ver intenciones ocultas donde no las hay, a confiar de primeras, a creer en el otro, a alegrarnos por su bien, aunque ese bien no tenga que ver conmigo, aunque le alaben más, aunque yo salga perdiendo. Cuando pierdo, gano.
La mirada de niños, la mirada pura sobre la vida, sana a otros y nos sana a nosotros. Es la mirada de Dios grabada en la nuestra. Su cuño. Su huella.