¿Qué fruto buscar? El amor
Por: Carlos Padilla Esteban
El amor de Dios por nosotros es un amor vulnerable, lleno de misericordia y necesitado. Se arrodilla ante nosotros y espera nuestro sí. Nos sorprende un amor así.
El otro día leía: «¿Cómo puede ser esto en un Dios todopoderoso? Hay algo esencial en la naturaleza del amor, y, por tanto, en la naturaleza de Dios, que hace al amante vulnerable ante el ser amado, no por necesidad o carencia, sino por elección libre y soberana»[2].
El amor de Dios hacia nosotros se encuentra desarmado ante nuestra libertad. Es el amor del padre que espera el regreso del hijo cada mañana a la puerta de la casa. Es el dueño de la viña que espera el fruto del amor porque ha plantado, cavado, cuidado y anhela lo que la viña pueda darle.
El fruto de la viña es el mismo amor. El fruto de nuestra vida sólo puede ser el amor. Somos amados. Al ser amados recibimos amor y damos amor.
El amor, como bien sabemos, se juega en los detalles, no en las grandes palabras, no en las promesas dichas en momentos de entusiasmo, no en las grandes obras dignas de ser recordadas.
No, el amor se juega en esos detalles insignificantes que apenas se ven. En cada momento. En cada abrazo, cada caricia, cada palabra, cada gesto. Amamos al caminar por la vida. O dejamos huellas de desamor en nuestros actos. El amor es presencia. El amor es la entrega cotidiana.
Una persona me hablaba del valor de saber estar junto a sus padres ya mayores. Me hablaba de ese amor sin palabras que tanto expresa, porque la presencia lo dice todo:
«Cuando el estar tiene la fuerza de ser. Cuando basta con estar al pie de su cruz. Sostenidos en los brazos de María. Sin temor. Callados. Porque sobran las palabras. Sólo confunden y no importan. Porque el amor se expresa con caricias. Con miradas y abrazos. Cuando no importa ya de qué hablemos.
El tiempo pasa y es presencia. Presente. Silencio cargado de misterio. Amor hecho vida. Estar con ellos. Eso basta. El beso en la mano. La caricia en la cara. Sí, eso basta. La vida es larga. Ahora sólo queda el presente. El pasado son recuerdos ya olvidados que yo sí recuerdo. Fotos. Abrazos de niño. Sonrisas y risas. Lágrimas.
Largas conversaciones sobre la vida.
La vida esta llena de pasado. Cargada toda el alma. Y tampoco importa el futuro. Es incierto. No sabemos cuánto futuro habrá en el equipaje que sostengo. Cuántos días almaceno en mi mañana desconocido. No se puede hablar del futuro misterioso.
Sólo puedo estar. Y callar. Y mirar. Y esperar agradecido. Uno es al final de su vida lo que ha sido siempre, pero acentuado. Sin maquillaje. Sin tapujos ni mentiras. Sin apariencias. Cuando no controlamos ya nada. Poco importa ya lo que otros piensen. Basta con estar. Con amar. Con ser. En silencio».
Es el mismo amor con el que Dios nos ama. Está a nuestro lado. Callado, esperando, cuidando. Es el amor con el que yo quisiera amar siempre. A los míos. Mi propia viña.