por A. W. Tozer
Muchos dicen: «Yo no predico la reforma; yo predico la regeneración». ¿Es eso posible? ¿Qué dicen las Escrituras al respecto? ¿Estaremos predicando una falsa doctrina al separar la reforma y la regeneración o presentarlas como dos aspectos en contraposición?…
En la Biblia la oferta del perdón por parte de Dios está condicionada por la intención de reforma por parte del hombre. No puede haber regeneración espiritual sin que no haya una reforma moral. ¡El hecho de que tengamos que comprobar y defender esta declaración únicamente delata cuánto nos hemos alejado y descarriado de la verdad!
En nuestra teología popular actual, el perdón depende solamente de la fe. El mismo término reforma ha sido desterrado de entre los hijos de la Reforma.
Es muy común escucharla declaración: «Yo no predico la reforma; yo predico la regeneración». Por cierto, reconocemos esto como la expresión de una revolución encomiable contra la doctrina insípida y que no se basa en las Escrituras por eso hablan de la salvación por parte del esfuerzo humano. Pero la declaración tal cual la encontramos contiene un error real porque expresa que la reforma y la regeneración están en contraposición . En la realidad y la práctica, las dos nunca se oponen entre sí en la teología bíblica sana. La doctrina que predica la regeneración pero no la reforma nos presenta de modo incorrecto que debemos elegir entre una o la otra; es decir, o se queda con la reforma, o toma la regeneración. Esto no es exacto. El hecho es que sobre este tema se nos presenta no un enfoque «uno-o-lo-otro», sino un «ambos-y». La persona que ha creído es tan reformada como regenerada. Y a menos que el pecador esté dispuesto a reformar su estilo de vida, nunca va a conocer la experiencia interna de la regeneración. Esta es la verdad vital que se ha perdido bajo las hojas de la teología popular evangélica.
La idea de que Dios perdonará a un rebelde que no ha descartado su rebelión es tan contraria a las Escrituras como al sentido común. ¡Cuán terrible es contemplar una iglesia llena de personas que han sido perdonadas, pero que todavía aman el pecado y odian los caminos de justicia! Y ¡cuánto más horrible sería pensar que el Cielo está lleno de pecadores que no se han arrepentido ni cambiado su estilo de vida!
Una historia familiar ilustra esto. El gobernador de cierto estado estadounidense visitaba como incógnito la prisión estatal. Entabló una conversación con un joven reo y sintió un profundo deseo de perdonarle. «¿Qué haría usted» le preguntó en forma casual si tuviera la suerte de recibir el indulto?» El preso, sin saber con quién hablaba, gruñó su respuesta: «Si alguna vez saliera de este lugar, lo primero que haría sería vengarme del juez que me mandó acá.» El gobernador cortó la conversación y salió de la celda. El condenado siguió en su celda. ¡Perdonar a un hombre que no hubiera sido regenerado, no solo sería insensato, sino que sería absolutamente inmoral!
La promesa del perdón y la limpieza está también asociada en la Escritura con el mandato del arrepentimiento. «Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos.» Isaías 1.18 está ligado a los versículos que le preceden. «Lavaos y limpiáos; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda.» (Isaías 1.16.) Este pasaje enseña una reforma radical de la vida antes de que pueda haber una esperanza o expectación del perdón. Separar un concepto del otro es violentar las Escrituras y quedar convictos por el pecado de manejar las Escrituras con engaño y mentira.
No hay duda que la enseñanza de la salvación sin arrepentimiento ha bajado las normas y el nivel moral de la Iglesia. Además ha producido una multitud de maestros religiosos engañados que erradamente se creen salvos, cuando en la realidad están en hiel de amargura y en prisión de maldad. Ver a dichas personas buscando realmente la vida espiritual más profunda constituye una escena desilusionante y deprimente. Sin embargo, nuestros altares suelen estar llenos de penitentes que piden como Simón el Mago en Hechos 8.19: «Dadme también a mí este poder,» cuando no se ha sentado la base moral para ello. Todo tiene que reconocerse como una clara victoria para el diablo. Una victoria que no pudiera gozar si no hubiera maestros insensatos que predican la doctrina maligna de una regeneración separada de la reforma.
Tomado y adaptado del libro La raíz de los justos, A. W. Tozer, Editorial Clie, 1994. Usado con permiso. Todos los derechos reservados.