Biblia

¿Te has enfrentado al dolor de un sueño roto?

¿Te has enfrentado al dolor de un sueño roto?

por Liddieth Méndez

Toda la existencia está llena de sorpresas
buenas y malas. Si bien Dios nos da oportunidades y nos llena de una
esperanza que el mundo no conoce, no basta con ser moralistas y
religiosos. Es necesario entender quién es él y cuál es su propósito
para nosotros.

«Había una vez»… Palabras emocionantes que en la niñez
nos llenaron de sueños y fantasías… Cuando se es joven los castillos en
el aire están muy cercanos a nuestros sentidos. Luego, con el
matrimonio, creemos alcanzar estos sueños, pero de pronto nos
despertamos y nos encontramos en un campo de batalla. El «había una
vez» fue sólo una ilusión.

Esto sucedió en mi vida. Servía al Señor en una iglesia
evangélica como maestra de niños en la escuela dominical y además era
coordinadora de jóvenes. Cinco años después me casé y fuimos con mi
esposo a vivir a la capital. Asistíamos regularmente a la iglesia y los
primeros años de casados fueron maravillosos.

De pronto mi esposo cambió, su actitud dejó de ser la
misma. Su nuevo trabajo le quitaba tiempo para ir a la iglesia y,
además, tuve dos abortos espontáneos —a pesar de tratamientos médicos—
por los que él me culpaba. A partir de ese momento empezaron los
sufrimientos. Decidí asistir sola a la iglesia, pero esto le causaba
unos celos enfermizos. Según sus palabras, ¡quizás tenía a alguien allí!

Nunca dejé de pedirle al Señor un hijo y muy pronto él
contestó mi oración. Por un tiempo las cosas estuvieron bien, pero esta
etapa no duró mucho; con la llegada del segundo niño el sufrimiento
aumentó. Ahora mi esposo consumía licor, se ausentaba en las noches, me
insultaba y me era infiel. Empezó a mostrarse totalmente indiferente a
mis necesidades, lo cual me dejaba sola frente a situaciones muy
difíciles como hospitalizaciones, partos y otras complicaciones.

Mi padre, un santo hombre de Dios, me aconsejaba que «lo
que Dios unió, no lo separe el hombre». Él no dejaba de apoyarme en
todo momento y, a la vez, yo estaba convencida de que algún día mi
esposo cambiaría. Así pasó el tiempo y tuve dos hijos más.

Permanecí casada y sufriendo cerca de catorce años.
Durante todo ese tiempo pasé necesidades económicas; cinco o seis veces
mi esposo se fue de la casa por lapsos de uno, dos y hasta tres meses
en los cuales no sabía nada de él. Regresaba, me pedía perdón y las
cosas volvían a empeorar. Sus agresiones verbales y su constante
infidelidad eran mi pan y mis lágrimas de cada día. Experimenté un
intenso dolor en mi corazón —el cual sentía aun físicamente—, y perdí
los  deseos de reír.
Sin embargo, lo más triste fue experimentar una soledad total. La
iglesia no tuvo respuestas para mi situación, nunca me dio el apoyo que
necesitaba, y mi familia estaba a muchos kilómetros de distancia.
Mientras el tiempo me iba haciendo pedazos, sentía como si no pasara.
Había vacíos en mi vida que me producían dolor y preguntas que nadie
quería responder.

Verdaderamente mi refugio, mi amparo y mi fortaleza fue
Dios. Me encerraba en el baño y ahí de rodillas hablaba con él. Le
contaba todo, sin ocultarle ninguno de mis pensamientos. Por las noches
acostaba a mis hijos muy temprano para tener una comunión íntima con mi
Creador y que ellos no vieran mis lágrimas. Su palabra nunca se apartó
de mí y jamás nos faltó alimento espiritual ni material. El Señor
siempre escuchó mi clamor y me dio salidas cuando me sentía atrapada.

Sin embargo, ¿eran éstas pruebas o consecuencias? A veces
nos equivocamos porque no dejamos que Dios actúe y nos guíe hacia su
voluntad. Finalmente decidí disolver el matrimonio y a menos de un año
del divorcio mi esposo murió en un accidente.

Han pasado quince años ya desde su muerte y a veces
pienso en cuántas bendiciones perdió aquí en la tierra. Mis cuatro
hijos son profesionales y siervos del Señor. Además, tengo cinco
hermosos nietos que son una gran bendición. Él también hubiera podido
disfrutarlos…

Me casé nuevamente en el año 2002 con un hombre muy
especial. Nos amábamos y él amaba a mis hijos. Dos meses después de
casarnos murió a consecuencia de un accidente. Me sentía destrozada al
experimentar de nuevo una pérdida tan grande. No comprendía las razones
de su partida y debía volver a enfrentar la vida por mis propios medios.

En definitiva, toda la existencia está llena de sorpresas
buenas y malas. Si bien Dios nos da oportunidades y nos llena de una
esperanza que el mundo no conoce, no basta con ser moralistas y
religiosos. Es necesario entender quién es él y cuál es su propósito
para nosotros. El mundo nos ofrece un gozo que siempre termina
produciendo tristeza; sus delicias son pasajeras. Por eso, una buena
ayuda para la soledad es estar en comunión con Dios y la salida de una
vida vacía es alegrarse en él. Ese gozo va más allá de nuestra
comprensión.

Cuando mi alma estaba triste, trataba de envolver mi
mente con las palabras del Salmo 42.11: «Por qué te abates, oh alma
mía …» ¡Cuán difícil es reconocer la paz cuando no se ha
experimentado la tormenta!

Estoy agradecida con Dios por sus cuidados, su
misericordia, porque aunque nos alejemos de él jamás nos deja, y por la
oportunidad que nos da de rectificar el camino, pues no hay que
conformarse con lo que se ve sino con lo que se espera.

Hermana, nunca permita que Satanás le robe la paz. Cuide
y renueve su mente cada día; pese todo lo que llega a ella en la
balanza de Dios. Si sus pensamientos no se conforman a la voluntad
divina, deséchelos inmediatamente y trabaje por tener la mente de
Cristo.

Tenga en cuenta que nuestros problemas no son más grandes
que Dios y que si la mirada está puesta fijamente en él, habrá
recompensas y será posible reír, como yo lo hago hoy.

Es necesario permitir que el Espíritu Santo sea quien
esté en control y no devolver ofensa por ofensa, sino bondad por
maldad. Esto ayuda a tener una actitud correcta y produce paz. Todos
fallamos, pero Dios es fiel y nos recompensa tanto aquí como por la
eternidad. Así, porque yo sé en quién he creído, estoy segura de que es
poderoso para guardar mi depósito para aquel día (2Tim 1.12).

Apuntes Mujer Líder, volumen III, número 4. Todos los
derechos reservados.