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Historia de dos reyes

Historia de dos reyes

por Brian Bill

No es de sorprenderse que los dos reyes se enfrentaran. Ambos poseían un inmenso poder pero la forma cómo decidieron usarlo reveló cuán diferentes eran sus corazones. Uno era un tirano, el otro un siervo. Uno consumido por los intereses personales, el otro enfocado en agradar a su Padre y servir a los demás…

Siempre me ha gustado la película El Grinch que quiso robar la Navidad. Mi parte favorita es cuando el Grinch disfraza a su perro de reno. Creo que disfruto tanto esta película porque me recuerda el pequeño Grinch que vive en mí.
Justo antes de pedirle matrimonio a Elizabeth le pregunté si realmente era necesario que le diera un anillo de compromiso. Le expliqué que no tenía mucho dinero y que, si a ella no le molestaba, entonces prefería ahorrar ese dinero. Con su dulce voz, Elizabeth me dijo: «Cualquier decisión que tomes está bien para mí». Ahora me alegro mucho de que mis amigos me hicieran recapacitar y el 13 de julio de 1984 sorprendí a Beth con un hermoso anillo de compromiso.Nadie inventó a este personaje, al contrario, es muy real. Lo conocemos como Herodes, el Grande, y su historia se encuentra en Mateo 2. A unos días de nuestra boda, Beth empezó a preocuparse si mi actitud tacaña sería una característica en nuestro matrimonio. Lo pensó porque no quise pagar los $7 que me cobraban por cortarme el cabello. Al final no quise gastar esa cantidad de dinero pero ahora, cada vez que vemos nuestro álbum de bodas, Beth refunfuña y seguramente piensa: «¡Ese Grinch casi se roba nuestra boda!»
Durante nuestro primer año de casados, le dije a Beth que quizá lo mejor era que no nos regaláramos nada para Navidad porque, a mi parecer, se había comercializado a tal extremo que comprar obsequios era contribuir a la secularización de esa festividad. Ahora que reflexiono, creo mi decisión surgía por ser tacaño y no por estar preocupado por la Navidad en sí.
El hombre que intento hacer desaparecer la Navidad
En este artículo deseo compartir la historia de un hombre que odiaba tanto la Navidad que ni siquiera el Grinch y el Sr. Scrooge juntos se podrían comparar a él. De hecho, intentó hacer desaparecer la Navidad. Es una historia extraña que no encaja con los villancicos, las luces brillantes o la decoración que caracterizan esta época.
Asociamos la Navidad con villancicos como Santa la noche, Campana sobre campana, Noche de paz y muchos más. Decoramos nuestros templos y casas, y nuestras corazones rebosan de alegría, ¿no es así? Sin embargo, hay un hombre que es infeliz en Navidad, de hecho, se enfurece con solo pensar en ella.
Nadie inventó a este personaje, al contrario, es muy real. Odia la Navidad… y ni siquiera sabe que se le llama así. Este hombre es al que conocemos como Herodes, el Grande, y su historia se encuentra en Mateo 2.
Nacido en una familia que gozaba de conexiones políticas, Herodes estaba destinado a una vida de poder. A los 25 años, fue nombrado gobernador de Galilea, un alto puesto para alguien tan joven. Los romanos esperaban que Herodes pudiera controlar a los judíos que vivían en esa área así que para el año 40 a. C., el Senado lo nombró «Rey de los judíos». Era un título que los judíos odiaban porque Herodes era de todo, menos religioso.
Herodes era la maldad hecha carne y las siguientes cuatro características fueron las que marcaron su vida:
1. Obsesionado por el poder
Herodes era adicto al poder, que es una de las máximas obsesiones de los seres humanos. Si se le comparara con una bebida alcohólica, entonces Herodes sería considerado un alcohólico. La Biblia, muy a menudo, liga el poder con el pecado. Si el poder se define como la habilidad para controlar los recursos con el fin de asegurar el destino de una persona, entonces Herodes se puede considerar la personificación del poder.
La vida de este personaje y la forma cómo usaba el poder puede resumirse en tres adjetivos: capaz, astuto y cruel.
Herodes era capaz de llevar a cabo cualquier cosa que se le pidiera que hiciera. Poco tiempo después de convertirse en rey, desarticuló varias bandas de rebeldes que aterrorizaban las zonas rurales y hasta logró llegar a acuerdos de paz con muchos grupos contrarios a él. ¡Hoy en día sería considerado un gran diplomático!
Aparte de ser capaz, Herodes también era muy astuto. Acomodó todas sus relaciones de tal forma que se convirtieran en conductos de poder (lo que para él nunca era suficiente). Su astucia no tenía límites.
Por otro lado, debido a su desconfianza patológica, Herodes también era un hombre cruel que haría cualquier cosa por defender su posición en el trono y quitar brutalmente a cualquiera interfiriera en sus planes. Con el pasar de los años, mató a mucha gente, entre ellos a su cuñado, a su madrastra, dos de sus hijos e incluso a su esposa.
Herodes, el Grande, era por naturaleza un asesino cruel. La vida humana no significaba nada para él. El gran historiador Josefo lo llamó «bárbaro», otro escritor lo bautizó como el «maniaco malévolo».
La crueldad de Herodes crecía en proporción directa al poder que obtenía. Al menos podemos decir que vivió una vida consistente.
2. Obsesionado por las posesiones
Herodes quería tenerlo todo y asemejarse a un César romano. Mandó a construir: siete palacios y siete teatros, uno de ellos tenía espacio para 9.500 personas sentadas, varios estadios para eventos deportivos, el más grande albergaba a 300.000 fanáticos y hasta un nuevo templo para los judíos.
3. Obsesionado por el prestigio
Herodes amaba impresionar a la gente. Construyó ciudades enteras con «la última moda» en arquitectura y comodidades y las nombró en honor a sus superiores. También era muy diestro para hablar y para ganar cualquier debate ante sus oponentes. Muchos de sus diez matrimonios fueron impulsados por el deseo de lograr prestigio y alcanzar intereses políticos. Una vez se casó con la hija de su rival solo por el prestigio y el poder.
4. Paranoico
El padre de Herodes también fue rey pero murió envenenado por uno de sus enemigos. Con ese incidente de trasfondo, Herodes empezó a comportarse en forma paranoica y llegaba a extremos para asegurarse de que ninguno de sus alimentos tuviera ingredientes secretos. Cuando se convirtió en rey, ordenó que diez mil esclavos construyeran diez fortalezas en caso de emergencia, totalmente armadas y con las provisiones necesarias. Además, organizó una elaborada red de espías para evitar que alguien tramara destronarlo, y si alguien se atrevía, no vivía para contarlo. Las personas que se opusieran a sus ideas eran asesinadas en un abrir y cerrar de ojos.Probablemente Herodes pensó al escucharlos: «¿Qué rayos pasa con esta gente?». Gobernó por más de cuarenta años hasta que se enfrentó a otro Rey que sería también llamado Rey de los judíos.
Y todos se turbaron…
Con esa información de trasfondo, ahora repasemos los últimos meses de la vida de Herodes. Herodes, el Grande, rey de los judíos, está muriendo lentamente debido a una enfermedad. Su cuerpo convulsiona, su respiración falla, su piel está cubierta de llagas y rápidamente está perdiendo la cordura. Pero todavía es el rey. Y, de repente, llega hasta sus oídos el rumor de que en Jerusalén hay unos visitantes procedentes del Oriente.
Eran unos hombres extraños… con una pregunta aún más extraña. Cuando estos hombres se presentaron ante Herodes, preguntaron algo que lo hizo temblar. En Mateo 2.2 encontramos esta parte del relato: «¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos?, preguntaron. Vimos levantarse su estrella y hemos venido a adorarlo.»
Ellos buscaban a alguien que había nacido como Rey de los judíos. Probablemente Herodes pensó al escucharlos: «¿Qué rayos pasa con esta gente?». Él era el rey de los judíos pero no había nacido como rey, tuvo que pelear y matar para ganar ese título. ¿De qué estaban hablando estos hombres? ¿Por qué sus espías no le informaron sobre esta amenaza al trono?
Mateo 2.3 dice que «cuando lo oyó el rey Herodes, se turbó y toda Jerusalén con él». La palabra «turbar» significa «estremecerse violentamente». Y con toda razón. Por fin había dominado a sus enemigos, había matado a sus opositores y estaba listo para morir triunfante. Ahora estos extranjeros llegaban y le hacían tan extraña pregunta. Ahora ya no podría descansar porque tenía que matar a una persona más, a un niño que se proclamaba rey. Con razón la Biblia dice que toda Jerusalén se turbó porque nadie sabía lo que este lunático haría ahora.
Ahora bien, a pesar de que Herodes es un anciano, no olvide los tres adjetivos que usé para describirlo: capaz, astuto y cruel. Él sabía que en alguno de los oráculos ancestrales había una predicción exacta del lugar donde el Mesías, o el Hijo de Dios, nacería. Así que llamó a todos sus ministros y líderes religiosos para averiguar si las Escrituras tenían algo qué decir sobre el futuro rey. Específicamente quería saber donde se suponía que nacería. Sin pensarlo mucho, estos le respondieron en Mateo 2.5-6:
«En Belén de Judea, le respondieron, porque esto es lo que ha escrito el profeta: Pero tú, Belén en la tierra de Judá, de ninguna manera eres la mejor entre los principales de Judá; porque de ti saldrá un príncipe que será el pastor de mi pueblo Israel.»

Herodes seguramente se entristeció cuando escuchó la palabra «príncipe». De repente las cosas están empeorando para él y quizá estos extraños hombres andan detrás de algo. ¿Qué pasaría si el niño que buscan es el mismo predicho en las Escrituras? Ahora deberá hacer algo para desaparecerlo.
Los misteriosos hombres del Oriente
Herodes entonces llama a los sabios y averigua exactamente el momento en que la estrella apareció, los envía a Belén y finalmente les dice: «Vayan e infórmense de ese niño y, tan pronto como lo encuentren, avísenme para que yo también vaya y lo adore» (Mateo 2.7-8).
Y así se marcharon los sabios. La estrella que los hizo recorrer más de mil kilómetros a través del desierto reapareció milagrosamente y los guió al lugar exacto dónde estaba Jesús. Cuando encontraron al niño se arrodillaron y lo adoraron ofreciéndole obsequios costosos.
Por cierto, vale aclarar que este acontecimiento ocurrió mucho tiempo después del nacimiento que muestran nuestras tarjetas navideñas. Los sabios no llegaron la noche en que Jesús nació, sino que su viaje a través del desierto tomó muchos meses. El versículo 9 dice que la estrella se detuvo sobre un lugar donde el niño estaba. Esta palabra es usada para un niño pequeño, no uno recién nacido. También el mismo pasaje menciona que llegaron a la casa donde estaba el niño Jesús. En ninguna parte menciona algún establo o pesebre. Jesús y sus padres estaban en la casa de alguien más cuando aparecieron los sabios.
Los hombres misteriosos del Oriente sabían algo que Herodes no: el niño en esa sencilla casa gobernaría un día al mundo entero. No se avergonzaban de darle obsequios porque Él era el verdadero Rey.
Justo antes de que los sabios se marcharan, el versículo 12 nos dice un último dato sobre ellos: «advertidos en sueños de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino».
El carnicero de Belén
Al darse cuenta de que ha sido engañado, Herodes pierde la razón (recuerde que es un asesino sangriento) y vuelven a surgir los peores instintos de un hombre que ha vivido según su crueldad.
No se olvide de este detalle porque es la única forma de entender lo que ocurrirá después. Cuando Herodes se da cuenta de que estos sabios le han tomado el pelo, se enfurece y toma una decisión que nos recuerda a hombres como Hitler y Stalin. Herodes manda a matar a sangre fría a todos los niños menores de dos años y así como se convierte en el Carnicero de Belén.
Rara vez en la historia ha habido una guerra tan «desigual» entre reyes. Herodes, el dictador capaz, astuto y cruel lleno de poder, posesiones, prestigio y paranoia, armado y con ejércitos a su disposición avanza en contra del pequeño Jesús, quien está seguro en los brazos de su amorosa madre.
Un impacto repentino
Decir que los dos reyes, Herodes y Jesús, sencillamente se cruzaron en sus caminos es restarle importancia a tan relevante acontecimiento. Según una ley fundamental de física, la fuerza de impacto depende de la velocidad y la dirección. Jesús y Herodes se estaban moviendo muy rápido pero en direcciones totalmente opuestas. El rey Herodes representa la perspectiva popular que hay sobre el poder: Obtenlo, mantenlo, úsalo. Mientras que el rey Jesús tenía una filosofía más simple pero radical: Usa el poder para servir a los demás.
No es de sorprenderse que los dos reyes se enfrentaran. Ambos poseían un inmenso poder pero la forma cómo decidieron usarlo reveló cuán diferentes eran sus corazones. Uno era un tirano, el otro un siervo. Uno estaba consumido por los intereses personales, el otro se enfocaba en agradar a Dios y servir a los demás. Uno manipulaba, mentía, engañaba y coaccionaba; el otro sanaba, enseñaba y amaba.
¿Habrá un Herodes en su interior?
Herodes, el Grande, quizá sea el mejor ejemplo de lo que es un oxímoron. Materialmente era rico como pocos pero humanamente estaba en bancarrota. Era adicto al poder, estaba obsesionado con las posesiones, se enfocaba en el prestigio y era una persona paranoica.
Para entender totalmente los caminos opuestos de Herodes y de Jesús, echemos un vistazo al final de la historia. Herodes, con toda su riqueza y poder, estaba en la ruina. En su último año de su vida, su cuerpo sucumbía por lo infectado que estaba y el dolor eran tal que era común escuchar sus gritos durante la noche.
Jesús, después de una vida pobre y humilde, fue aún más allá al punto de morir en una cruz de madera. Sus lamentos, como los de Herodes, también se escucharon. Al ceder completamente Su poder, también murió. Pero había una diferencia trascendental… Herodes no se podía salvar a sí mismo de la muerte; Jesús sí pero decidió no hacerlo.
En vida, Jesús estuvo dispuesto a sufrir el abuso de los líderes religiosos, la ignorancia, el endurecimiento de corazones, el rechazo de la gente, las constantes amenazas hacia su vida, los engaños de sus amigos, las golpizas y, al final, llegó al punto de entregar su vida en favor nuestro. Todo lo soportó con un propósito en mente: demostrar el sorprendente amor de Dios. Mientras que Herodes ejercía el poder del odio y de la autoprotección —formando ejércitos, construyendo fortalezas y matando a su antojo, Jesús ejercía el poder del amor liberador.
Seamos honestos con nosotros mismos. Si usted y yo reflexionamos un poco más sobre todo lo que hacemos, es muy probable que encontremos a un Herodes en nuestro interior. Según las circunstancias, cada uno de nosotros es capaz de trabajar según el estilo de Herodes, especialmente si eso nos ayuda a obtener lo que queremos. Sé que hay un Herodes en mi interior que sale a la luz cuando prefiero ordenar, en vez de servir; cuando me concentro en lo que tengo y en lo que quiero comprar, en lugar de lo que puedo dar; cuando quiero que me reconozcan en vez de buscar formas para honrar a los demás; y cuando veo a los demás como una amenaza en lugar de verlos como personas importantes para Dios.
¡Autoevalúese!
Tómese unos momentos para reflexionar sobre su vida. ¿Cuál rey está gobernando su vida? ¿Acaso esta Navidad podría estar infectado con el virus del egoísmo y de crueldad? ¿Piensa más en usted que en los demás? ¿Ansía el poder y la adrenalina que se siente al controlar sus recursos y las personas que están a su alrededor? ¿Se preocupa más por lo que los demás hacen que por lo que usted puede hacer por ellos? Si es así, entonces la influencia de Herodes podría estar controlando su vida.
En una escala del 1 al 10, ¿qué tan importante son estas cosas para usted en Navidad? Tómese unos minutos para contestar.
1. Poder: ¿Qué tan importante es para usted tener el control?
2. Posesiones: ¿Qué tan importante es para usted sus posesiones?
3. Prestigio: ¿Qué tan importante es para usted su estatus?
4. Paranoia: ¿Qué tan importante es para usted protegerse de los demás?
Si obtuvo un puntaje de 7 o mayor en alguna de las respuestas, probablemente hay más de Herodes en usted que lo que pensaba y sus seres queridos son los más que están sufriendo por esta situación.
¿A cuál rey está siguiendo?
El rey Herodes y el Rey Jesús todavía se siguen enfrentando hoy en día. De hecho, compiten por el control de nuestra vida y por eso debemos reflexionar sobre a cuál de los dos estamos siguiendo.
Herodes afirmó que quería ir y adorar a Jesús pero la verdad es que no tenía ningún interés de humillarse ante Él. ¿Podría existir la posibilidad de que usted esté actuando como Herodes en este aspecto de su vida? ¿Acaso dice que está interesado en el cristianismo cuando en realidad no desea doblegarse ante nada? ¿Está haciendo todo mecánicamente y sin un interés verdadero?
Existen por lo menos dos acciones que pueden ayudarlo a erradicar la influencia de Herodes en su vida:
1. Entréguele su vida a Jesús
Romanos 12.1 dice: «Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.»
Cuando entrega su vida entera a Jesucristo, este acto de adoración es agradable para Dios y la influencia de Herodes empieza a desaparecer.
El poder pierde su control sobre nosotros cuando nos humillamos ante el Rey de reyes.
Las posesiones dejan de ser nuestras y pasan a ser de Dios. Ahora nos corresponde administrar lo que Él nos da.
El prestigio ya no es importante porque vivimos para complacer a Dios.
La paranoia desaparece porque cuando Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?
Herodes rehusó caminar aproximadamente los ocho kilómetros que había entre Jerusalén y Belén para adorar al Rey de la Navidad. Se sentía contento de que existiera esa distancia y no se molestó en ir hasta allá para que su reino no fuera desafiado. Estaba tan cerca pero al mismo tiempo tan lejos. Hay varias personas que están muy cerca de entender el verdadero significado de la Navidad. Si este es su caso, lo animo a tomar esa decisión. Mientras lo hace, experimentará una demostración poderosa del sorprendente amor de Dios, un amor que puede liberar a cualquiera. Al final de cuentas usted servirá a alguien… la pregunta es ¿a quién? En el momento en que transfiera el control que Herodes tiene en usted a las preciosas manos del Cristo de la Navidad, será liberado de sus pecados y actos egoístas. Cuando el máximo Gobernante sea el que guíe su vida, usted pasará de ser una persona orientada en lo material, a un dador que pone de primero a Dios y a las personas.
2. En esta Navidad, dé a los más necesitados
Jesús, mucho tiempo después de su nacimiento, enseñó a sus seguidores una importante lección sobre cómo podían honrarlo. En uno de los pasajes más fascinantes y contundentes de las Escrituras, Jesús dijo: «… todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí» (Mateo 25.40).
En otras palabras, Jesús está diciendo que si queremos adorarlo y honrarlo, entonces debemos realizar ciertos actos por las personas que la sociedad olvida: los prisioneros, los hambrientos, las viudas, los huérfanos y aquellos que están en los albergues de ancianos. Cuando servimos a personas como estas, estamos sirviendo al Cristo de la Navidad.
Quizá usted ahora se pregunte cómo puede ayudar a los más necesitados durante esta Navidad. Pues ¿qué le parece participar en uno de esos programas que promueven regalar un obsequio a un niño huérfano o de escasos recursos? También pueden decidir, como familia, gastar menos en regalos para ustedes y así poder dar ese dinero a una persona menos afortunada. 
Carta de Jesús
Me gustaría terminar este artículo con un mensaje que recibí por correo electrónico.
Un día, Ruth encontró una carta particular en su buzón. No tenía ninguna estampilla ni sello postal, solamente su nombre y dirección. La carta decía:
«Querida Ruth:
Estaré visitando tu vecindario este sábado por la tarde y me gustaría pasar a tu casa para saludarte. Con amor, Jesús»
Sus manos temblaban y mientras ponía la carta sobre la mesa pensó: «¿Por qué el Señor querrá visitarme? No tengo nada qué ofrecerle.» Y con respecto al poder, solo había una cosa que el rey Herodes y el Rey Jesús tenían en común: ambos creían que al derramar sangre, las cosas se resolverían. No había terminado de hacerse la pregunta cuando recordó que no tenía nada en la alacena. «Tendré que correr a la tienda para comprar algo» pensó de inmediato.
Tomó su bolso y contó el dinero que tenía: cinco dólares y cuarenta centavos. «Bueno, compraré algo de pan y unas lonjas de jamón.» Después de realizar su compra, Ruth empezó a caminar rápidamente hacia su casa. 
Disculpe señora, ¿nos podría ayudar? escuchó Ruth mientras pensaba en los preparativos para la cena. 
A su lado, había una pareja vestida con harapos.
Señora es que no tengo trabajo y mi esposa y yo vivimos en la calle, y hace un poco de frío y tenemos hambre, y nos preguntábamos si podía ayudarnos con algo, realmente se lo agradeceríamos.
Ruth los miró a ambos y notó que estaban sucios y olían muy mal, y les dijo: 
Me gustaría ayudarlos pero también soy pobre y todo lo que tengo es un poco de jamón y pan que serviré a un invitado importante que me visitará esta tarde.»
Está bien, señora, no se preocupe, nosotros entendemos. Gracias de todas formas le respondió el hombre mientras abrazaba a su esposa para empezar a caminar.
Mientras los miraba alejarse, Ruth sintió que su corazón se estremecía. 
Señor, ¡espere!, dijo Ruth tomen esta comida, yo me las arreglaré para ver qué le sirvo a mi invitado.
¡Gracias, señora, muchas gracias!, dijo el joven 
Sí, muchas gracias, respondió su esposa. 
Ruth, al verla, notó que tiritaba de frío y dijo tiernamente:
¿Por qué no tomas mi abrigo? Te lo regalo. De todas formas, tengo otro en casa.
Ruth desabotonó su abrigo y se lo puso a la joven mujer. Luego sonrió mientras empezaba a caminar rumbo a su hogar… sin su abrigo y sin comida para su invitado.
¡Gracias, señora! ¡Muchas gracias!
Ruth llegó a casa congelada y también preocupada. El Señor vendría a verla y no tendría nada que ofrecerle. En eso, se puso a buscar entre su bolso la llave para abrir la puerta.
Pero mientras lo hacía, notó otro sobre en su buzón. 
¡Qué extraño!, pensó el cartero nunca pasa dos veces al día. Tomó el sobre y lo abrió.
Querida Ruth: Fue hermoso verte de nuevo. Gracias por la deliciosa comida y por el hermoso abrigo. Con amor, Jesús.
Ruth, en ese momento, dejó de sentir frío y su corazón se llenó de alegría.
Una cena con el Rey
Jesús desea cenar con nosotros, quiere que desaceleremos en esta época para asegurarnos de que tengamos tiempo suficiente para pasar con él. De eso se trata compartir con nuestros amigos, ¿verdad?
Esta Navidad podemos obsequiarle a Jesús nuestra vida y dar algo a los más necesitados. La Santa Cena es un maravilloso recordatorio de lo que significa amar y es una excelente oportunidad para dejar de preocuparnos por el poder, las posesiones y dejar de ser paranoicos.
Más adelante, en Mateo 36, Jesús se sienta para comer con sus seguidores. Él quería comer con ellos, hablar con ellos, pero más importante aún, prepararlos para lo que vendría después: su muerte para darnos vida. No fue una gran cena como las que compartimos en época navideña ni la comida se desbordaba de los platos.
Cuando uno piensa sobre ello, se da cuenta de que nuestros platos siempre están llenos y aún así no nos sentimos satisfechos.
Quizá actualmente su vida se asemeja a un servicio de buffet. Usted se sirve de todo pero al terminar, nada tiene sabor y, en vez de sentirse satisfecho, siente que va a explotar.
No podemos saborear la cena que compartimos con Jesús si nos llenamos de otras cosas. Deseo animarlo a que desacelere su ritmo para que tenga tiempo para saborear lo bueno que es Dios. Los elementos usados en la Santa Cena no van a llenar su estómago, tan solo son un poco de pan y jugo de uva, pero recordar lo que Jesús ha hecho por usted lo hará sentirse lleno y apreciar lo que realmente importa.
Y con respecto al poder, solo había una cosa que el rey Herodes y el Rey Jesús tenían en común: ambos creían que al derramar sangre, las cosas se resolverían.

Acerca del autor
El pastor Brian asistió a la University of Wisconsin en Madison y es también graduado del instituto bíblico Moody Bible Institute y del Trinity Evangelical Divinity School. Después de servir en México por tres años, Dios lo llevó a pastorear la iglesia Pontiac Bible Church en Ilinois. Brian y Beth, su esposa, tienen cuatro hermosas hijas: Emily, Lydia, Becky, y Megan. Se usa con permiso del autor. Traducido y adaptado por DesarrolloCristiano.com, ©Copyright 2006-2008. Todos los derechos reservados.