Biblia

Una pieza fundamental

Una pieza fundamental

por Apuntes Pastorales

¿Qué lugar tienen las señales y los prodigios en la iglesia local? Esta es la pregunta que Apuntes le planteó a un ministro que, trabajando para extender el reino en la provincia de San Juan, Argentina, intenta combinar la proclamación fiel de la Palabra con un ministerio que da espacio para la manifestación del Espíritu.

AP: En tu opinión, ¿por qué es necesario que haya señales y prodigios en un ministerio?
JLR: Las señales y prodigios son parte del modelo bíblico. Si le prestamos atención nos ayudará a entender qué lugar deben ocupar. El ministerio a imitar, por excelencia, es el de nuestro Señor Jesús. Es difícil imaginarlo avanzando sin que realizara milagros y prodigios, señales del poder de Dios en la vida de los hombres.
Luego de que él ascendió a los cielos, cuando vemos a sus discípulos desarrollando el ministerio que él les confió, también observamos abundancia de señales poderosas con las que confirmaban la Palabra predicada. Si observamos al apóstol Pablo, notaremos el testimonio que él da del camino que había podido recorrer de la mano de Dios. Los milagros forman parte de la revelación. Dios es espíritu no visible, pero sí comprobable mediante el poder de sus obras. En Romanos 15.18 declara: «porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios en el poder del Espíritu de Dios, de manera que desde Jerusalén y por los alrededores, todo lo he llenado con el evangelio de Cristo».
La verdad es que, a lo largo de la Escritura, observamos a Dios operando milagros y señales por medio de su pueblo. Creo que las señales deben estar presentes en nuestro ministerio porque son una manifestación del Señor para confirmar su Palabra, para cumplir su propósito de hacerle bien a los hombres.
AP: ¿Qué ocurre en un ministerio cuando no se le da espacio a la manifestación de señales y prodigios?
JLR: Entiendo que, en cierto modo, queda limitado el obrar de Dios. La palabra señal tiene la acepción de una marca; es decir, las señales son una marca de la presencia de Dios. Muestran de una manera palpable que Dios existe. Cuando no se producen se priva a la humanidad del aporte que Dios le quiere hacer.
Un milagro no es un fin en sí mismo. Nos revela la presencia cercana de Dios. Es como un sello de la autoridad de Dios. Los milagros forman parte de la revelación. Dios es espíritu no visible, pero sí comprobable mediante el poder de sus obras. Por esto el apóstol afirma que «el evangelio no consiste solo en palabras sino en poder de Dios» (1Co 4.20). Las señales le anuncian a la gente que Dios existe. Lucas señala que «lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (18.27). Las señales muestran a un Dios superior trabajando a la par de una persona limitada.
Jesús, en las bodas de Caná, nos deja un claro ejemplo de esto. Mostró el poder de Dios en una situación que el hombre no podía solucionar por sí mismo. Creo que esta es una de las razones por las que no se limitó sólo a enseñar sino que actuó, en forma decisiva, y libró a los hombres de sus dolencias físicas y morales. Existía una relación estrecha entre lo que declaraba y la acción con que la acompañaba. El dijo: «yo soy la luz del mundo» (Jn 9.5), e inmediatamente dio vista al ciego de nacimiento. Afirmó: «yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11.25), e hizo salir a Lázaro de la tumba. En su ministerio las señales confirmaban la verdad proclamada en la enseñanza.
AP: ¿Cuál es, en su opinión, la razón por la que un importante segmento de la Iglesia le ha dado la espalda a las señales o milagros?
JLR: Pienso que existen algunas posturas que entienden que esas señales fueron para la época bíblica únicamente. Otra dificultad tiene que ver con el hecho de que Dios no sana ni interviene en la vida de todas las personas. ¡Si así lo hiciera, nadie moriría! Pienso que el hombre es un poco limitado para entender esta dimensión de la vida espiritual. Debo aceptar el hecho de que Dios sana a quien él quiere. Algunos afirman que Dios gobierna como quiere y nuestra acción no afecta el curso de la vida. Es cierto, pero el gobierno de Dios también está ligado a la tarea que nos ha dado. Nos pide que oremos por los enfermos. Santiago instruye a la iglesia: «¿Sufre alguno entre vosotros? Que haga oración. ¿Está alguno alegre? Que cante alabanzas. ¿Está alguno entre vosotros enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor; y la oración de fe restaurará al enfermo, y el Señor lo levantará, y si ha cometido pecados le serán perdonados» (Stg 5.13–15). Entiendo que el hombre debe llevar adelante este servicio mediante la imposición de manos y la oración. Existe un proceso por el cual la fe se hace nuestra, y siempre es preferible fortalecerse en la fe que en la duda. Tal vez existe también cierto temor a entrar en una dimensión desconocida, pero el Señor no nos ha dejado desprovistos de directivas acerca de cómo actuar. Ver la necesidad de la gente nos puede ayudar a tomar el paso de actuar. Es un asunto discutir acerca de los milagros cuando uno disfruta de una vida sana y otro completamente diferente cuando uno vive en una silla de ruedas. El que está en esa condición necesita ver a Dios en su vida. El Señor ama a esa persona y la quiere librar de su dolor, dándole primeramente la salvación y, luego, interviniendo en las aflicciones que la acosan. Envió a Jesús a la tierra y lo ungió para esta tarea, tal como testifica Hechos 10.38: «Vosotros sabéis cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, el cual anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con El».
AP: ¿Es posible que la falta de apertura a los milagros tenga algo que ver con que no podemos controlar el mover soberano de Dios?
JLR: Sí. Nos atemoriza perder el control de ciertas aspectos del ministerio, que ocurran manifestaciones que no estamos preparados para manejar. Tenemos que entender que no somos los dueños de la vida de aquellos a quienes ministramos, ni tampoco de los ministerios que hemos recibido. El afán de controlar puede llegar a complicar aún más este servicio, porque procede de un control humano y estorba todo lo que es espiritual.
Creo que también puede existir temor por los excesos que se han dado durante mucho tiempo. La iglesia muchas veces ha tenido un efecto pendular. Lo que Satanás no puede frenar lo empuja. Yo sostengo una carga en mi propio corazón por alcanzar el justo equilibrio con la guía del Espíritu. No quiero vivir atemorizado, sin embargo. Quiero dejar a Dios obrar en mi vida y no privarlo de la oportunidad de que obre en la vida de otros. El temor no obra la fe y todo lo que no proviene de fe es malo.
AP: ¿Qué otras actitudes consideraría importantes en un pastor para que las señales y prodigios se manifiesten regularmente en el ministerio?
JLR: La primera es un corazón deseoso de ver la mano de Dios obrando en la vida de la gente. Debemos actuar con fe pero el primer paso es el anhelo de ver vidas transformadas por la acción de Dios. Esto nos tiene que llevar a buscar a Dios, a pedirle al Señor que obre en el ministerio, que envíe señales, que respalden su Palabra. Oramos: «Señor, mientras predicamos tu Palabra, extiende tu mano y haz maravillas entre nosotros». Tampoco está mal pedir al Señor que use nuestra vida para sanar a otros, inclinando nuestros corazones para actuar de manera íntegra en el ministerio. Existe cierto temor de que no sea apropiado pedir esto, pero creo que tenemos ejemplo en la imagen de Jesús ante la tumba de Lázaro. Antes de ir a Lázaro le dio gracias al Padre porque lo había escuchado (Jn 11.41). Seguramente que su oración era que Dios lo levantara de los muertos. Debemos pasar tiempo en oración y ayuno, pero con un propósito: que la gracia de Dios crezca en nosotros. En lo personal siempre he solicitado al Señor que todo don, toda gracia venga precedida con un espíritu de humildad, que me libre de usarlo para mi propia grandeza.
AP: ¿En qué momento comienza a actuar la dimensión de la fe?
JLR: Creo que antes de la fe uno tiene que practicar la obediencia. A veces no existe una fe plena que capacite actuar. Primero existe la esperanza de que Dios actúe y, luego de un proceso, se afianza la fe. En ocasiones, sin embargo, oramos sin percibir nada. No obstante, llega un momento en que en su profundidad algo se percibe. Lo importante es perseverar, permanecer en la Palabra. Juan 15 declara que si permanecemos en él, su palabra permanece en nosotros. A veces hay que soltarse, empezar a dar pasos y orar por ciertos acontecimientos. A veces percibimos una respuesta y otras veces no. No nos toca saber lo que Dios va a hacer, sino obedecerle en el trabajo de orar por los afligidos.
AP: ¿Cómo se percibe en ese proceso las iniciativas que el Espíritu está tomando?
JLR: Es primordial tener presente la comunión con el Espíritu Santo. El apóstol Pablo nos enseña que Dios «nos hizo suficientes como ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu» (2Co 3.6). Esto nos obliga a relacionarnos constantemente con el Espíritu de Dios para aprender a oír su voz, percibir su mover. Ministramos atentos a las manifestaciones de Dios en cualquier instante. Le preguntamos interiormente al Espíritu Santo qué es lo que quiere hacer y él responde, dando indicaciones. Estas pueden venir por alguna visión, una palabra, o un pensamiento.
En cierta ocasión en que ministraba en una ciudad en el sur de nuestro país me venía un sentir, un pensamiento de que Dios quería sanar los pies de varios de los niños presentes. Me parecía un poquito arriesgado y me costaba decidir actuar en el momento. De todas formas, llamé a niños que tuvieran pie plano o arco vencido y pasaron seis de ellos. Les pedí que se sentaran en una silla y a medida que se sacaban los zapatos, el arco del pie se iba formando. Esa voz que el Espíritu Santo pone parece muy débil, pero uno debe actuar con fe y echarse en las manos de Dios. La Palabra nos asegura que si creemos en él, no seremos avergonzados (Ro 9.3). Cuando creemos nos soltamos en esa fe y Dios obra.
Es importante mencionar que las muchas obras en el ministerio a veces acaban apagando esa dependencia. Tenemos una tendencia a repetir lo aprendido, a obrar de memoria. Sabemos predicar y eso nos juega una mala pasada. La fe no es para el pasado, ni siquiera en el cielo. Solamente sirve para hoy. Lo de ayer puede estimularme pero necesito lo de hoy.
AP: ¿De qué maneras podemos entorpecer esa obra que el Espíritu desea realizar en determinada reunión o encuentro?
JLR: Una de las cosas puede ser nuestro apuro por cumplir nuestro plan o proyecto. A veces llenamos nuestras reuniones con nuestros programas, las actividades preestablecidas, y no dejamos un espacio para que Dios obre. Quizás Dios quiere, por ejemplo, que se prolongue un tiempo más la reunión, pero estamos demasiado atados a nuestro programa y no pensamos en escuchar a Dios. Otra actitud que juega en contra de nosotros es menospreciar lo sencillo. A veces Dios muestra algo que parece muy suave y uno hasta se imagina que es idea de uno. Es preferible preguntar en confianza y no apagar esa iniciativa. Cuando Dios habla varias veces y uno se hace de oídos sordos, el oído comienza a debilitarse.
AP: ¿La capacidad de escuchar y actuar conforme a lo que está mostrando el Espíritu se afianza en el ejercicio?
JLR: Sí, se afianza en la acción porque es necesario obedecer. Me atrevo a leer los pensamientos de Dios porque a él le agrada cuando le creemos, aunque sea poquito. Existe un proceso por el cual la fe se hace nuestra, y siempre es preferible fortalecerse en la fe que en la duda. Es preferible errar creyendo que acertar dudando, pues cuando acierto dudando me fortalezco en la duda. Esa fe en algún momento tiene que ser mi fe. Todos nacemos con una cuota de fe, pero muchas veces vivimos de prestado, apoyados en la fe de otros. En algún momento tendremos que entender que «el justo por su fe vivirá». El justo avanza por su propia fe, no por la fe de sus hermanos. Todos nacemos con una cuota de fe, pero muchas veces vivimos de prestado, apoyados en la fe de otros. AP: Algunos pastores carecen de experiencia en esta área, pero tienen inquietudes. La realidad de la gente los abruma. Se sienten angustiados por no poder ministrar a la comunidad según las necesidades que padece. ¿Cómo pueden proceder para preparar a sus congregaciones a incursionar en este estilo de ministerio?
JLR: Lo primero es comenzar trabajando en la vida de uno, para poder transmitir un espíritu de fe. Si uno no ha superado las mismas dudas con las que lucha la gente, difícilmente podrá orientar a otros. Vamos a terminar compartiendo con ellos algo de prestado, no propio. También puede ser útil comenzar a caminar con personas de fe, que comparten la visión. Con estos se puede iniciar un ministerio de oración en favor de la gente. Resulta útil complementar esta tarea con la enseñanza de la Palabra. Se puede iniciar una serie de sermones sobre el tema.
Yo también los animo a que comiencen a realizar oraciones más osadas. Cuando oramos: «Señor si no es tu voluntad haz algo, pero si lo es haz esto otro», estamos elevando plegarias desde la duda. Es importante comenzar a moverse por la fe, declarar las verdades de Dios y avanzar con confianza en los lugares donde ministramos. Cuando existan necesidades en la iglesia, no solamente de enfermedades, sino laborales o económicas, debemos alentar a los hermanos a creer que Dios puede cambiar la situación,
El líder es el que tiene que marcar el camino de la fe y llevar la delantera. La gente está a la espera de una actitud decidida, el deseo de avanzar con valentía hacia nuevos horizontes. Cuando uno lo manifiesta desde el púlpito la gente empieza a sumarse. Creo que no se producen más milagros en las iglesias porque no se ora lo suficiente. Cristo reiteró seis veces en Juan 14.15 y 16 que si pedíamos algo, el lo haría. De manera respetuosa se puede avanzar y cambiar la mentalidad del pueblo de Dios. Lo demás… está en manos del Señor.
AP:Cuando hablas de orar, ¿te refieres a hablarle a Dios de la situación o a tomar autoridad sobre la enfermedad, como lo hizo Cristo con la suegra de Pedro?
JLR: Se puede actuar en ambos sentidos. Dios obra igual, pero a veces a uno lo mueve una osadía mayor para dar la orden y los resultados se producen. Jesús les hablaba a los cuerpos y a las enfermedades. Uno puede llamar la salud al cuerpo, ordenar a los arcos que se formen y también suplicar «Señor, te ruego que obres». A mi entender lo importante no es la forma, sino la fe, pues Dios no responde a la lástima. La palabra de Dios declara que las señales seguirán a los que creen (Mr 16.17–18). A cuántas señales se refiere no es asunto nuestro; eso lo decide el Señor. Mi postura debe ser creer, y mi oración, una oración de fe. Cuando llegan los ancianos a los enfermos, la oración de fe los sanará (Stg 5.15). Esa actitud es la que debe estar presente cuando ministramos.
AP: ¿Qué relación existe entre dones y señales del Espíritu?
JLR: Pablo enseñó a los corintios que el Espíritu Santo reparte dones a cada uno en particular como él quiere. A algunas personas Dios las ha capacitado con una gracia especial para realizar señales y milagros de una manera muy espectacular. Estos son los que alcanzan grandes dimensiones en las naciones. Nuestro error es pensar que estas son las únicas personas que Dios utiliza. Nos resulta difícil creer que él utilice a un creyente en la vida diaria, alguien desconocido. El Señor es el que sana y obra el milagro, no la persona. Es una respuesta que él concede a quienes creen en él, sean o no famosos. Aliento a los creyentes a orar por su familia, por sus hijos, a pedir a Dios, porque las señales seguirán a los que creen. Aunque no haya un don específico para sanar multitudes, la fe en Dios obra milagros en la casa, en el grupo casero, en la calle, en la iglesia, pues él respalda la fe de sus hijos.

El entrevistado (jlromera@hotmail.com) es pastor de la Comunidad Cristiana, en San Juan, Argentina. Ha viajado para ministrar en muchos lugares de su país, como también Colombia, España y Guinea Ecuatorial. Está casado con Alejandra, con quien tiene dos hijos: David y Virginia. Se publicó en Apuntes Digital III-4.