Biblia

Tres razones para no evangelizar

Tres razones para no evangelizar

por Larry Moyer

Hemos recibido el llamado a enseñar, exhortar y animar a nuestras congregaciones a que compartan las buenas nuevas. Nuestros mejores esfuerzos, sin embargo, no verán fruto hasta que nosotros incorporemos la evangelización a nuestra tarea pastoral.

Como bien saben, para la mayoría de los pastores,
resulta más fácil hablarle a otros acerca de la importancia de la
evangelización, y aun predicarlo desde el púlpito, que  hacer uno mismo la tarea de
evangelizar, persona por persona, a aquellos que necesitan de Cristo. Tenemos
tantas otras responsabilidades, y tantas buenas razones por las que no
compartimos nuestra fe. No obstante, seguimos sintiendo esa pequeña voz que hace
eco de las palabras de Pablo a Timoteo, quien también fue pastor: «haz el
trabajo de un evangelista» (2Ti 4.5).


Aunque la respuesta a nuestra situación no es
sencilla, tampoco resulta tan complicada como a veces imaginamos. Yo soy
evangelista y por esa razón paso mucho tiempo viajando. Cuando estoy en casa, me
ocupo de asuntos administrativos, aconsejar, contestar cartas y capacitar a
jóvenes cristianos. Me gusta pasar las tardecitas con mi familia, a quien no
quiero perder mientras yo ando por ahí tratando de ganar el mundo. A la vez,
quiero ser un evangelista personal, y no simplemente un evangelista de
púlpito.


A medida que he luchado con estas tensiones he
identificado tres razones que he usado en el pasado para no evangelizar.
Permítame compartir también las formas en que las he combatido.


Estoy demasiado ocupado


¿De dónde sacaremos el tiempo para atender todo lo que
debemos atender? Al enfrentar el desafío de preparar el sermón, una lección para
la escuela dominical, asistir a reuniones de comités, cubrir citas de
consejería, realizar visitas al hospital, encuentros con el personal, planificar
el calendario, cumplir con los compromisos externos, oficiar casamientos,
funerales, y, por encima de eso, el deseo de ser un buen esposo y padre, ¿de
dónde sacaré tiempo para evangelizar también?


He aprendido que no necesariamente debo sacar tiempo
de mi agenda para dedicarme a la evangelización personal. Lo único que debo
hacer es crear espacios en mi agenda para personas que no conocen a Cristo.


Mis días están llenos de actividades, pero igualmente
debo detenerme para almorzar. No existe ninguna regla que exija que almuerce
sólo en la oficina. He aprendido, por lo tanto, a aprovechar esa hora en la cual
la mayoría de los hombres disfrutan salir de la oficina durante una hora para
charlar y relajarse junto a amigos. Al no estar con sus esposas e hijos, muchos
de ellos sienten mayor libertad de expresarse libremente acerca de lo que
piensan de Dios o la vida religiosa, aun estando presentes sus propios
amigos.


Cuando le compartí al pastor de una iglesia, que yo
visitaba, que Enrique me había invitado a almorzar con algunos de sus amigos, le
causó gracia: «Que yo sepa» —me anunció—, «este hombre no es seguidor de Cristo.
No obstante, ha invitado a dos de sus amigos a participar del encuentro».


En el encuentro Enrique mismo viró la conversación
hacia asuntos espirituales, y me pidió que aclarara el sentido de lo que había
compartido en el sermón del domingo. Esto me dio pie para presentar, en forma
natural, el evangelio con los tres hombres que compartían la mesa conmigo. Al
poco tiempo, en el auto, cuando sus amigos ya habían regresado a sus lugares de
trabajo, Enrique me confesó que la predicación del domingo había impactado su
vida. «Nunca había entendido que la salvación es por gracia, no por obras» —me
confesó. Momentos más tarde entregó su vida a Cristo.


Volvernos evangelistas durante la hora del almuerzo
puede demandar menos de nosotros de lo que pensamos. Quizás ya tengamos contacto
con varias personas que se mostrarían más que contentas de almorzar con
nosotros. Tal vez se trate del impresor que produce el boletín de la iglesia, o
de alguna otra persona relacionada con la congregación. Es muy fácil que un
pastor invite: «Usted nos ha brindado un muy buen y confiable servicio. Me
gustaría mostrarle mi gratitud invitándolo a almorzar». Podría tratarse del
hombre que vino a reparar el techo, chequear las instalaciones de agua de la
iglesia, o el fotógrafo que fue contratado para la celebración de una boda. Una
invitación para un almuerzo provee el marco ideal para llegar a conocerse. Con
sólo preguntar, si «tiene interés en asuntos espirituales» se podría entablar
una productiva conversación.


Descubrí otra forma de insertar la evangelización en
mi agenda semanal. La primera vez que fui al peluquero que actualmente me corta
el pelo, le pregunté cuál era el momento más tranquilo del día. Sostenía dos
razones en mente con esta pregunta: La mayoría de nosotros preferíamos estar
ocupados en otros asuntos más importantes antes que pasar una hora sentados en
la peluquería esperando que nos atiendan. Pero, además de esto, quería venir a
cortarme el pelo cuando él estuviera solo. De esa manera, si el Señor proveía la
oportunidad, podía hablarle a él del evangelio sin que se sintiera intimidado
por la presencia de otros.


¡Y así sucedió! La segunda vez que llegué a la
peluquería él me preguntó: «¿dónde trabaja usted?» Le expliqué que era un
ministro que realizaba trabajos de evangelización. Le compartí que hablo en una
congregación diferente cada noche, para lo cual abordo un pasaje de la Biblia e
intento explicarlo. Inmediatamente me compartió cuánto le irritaban los
hipócritas. Era obvio que no se sentía atraído a personas cuyas palabras decían
algo diferente a sus vidas.


«A mí también me molestan los hipócritas» —le confesé.
Le expliqué que el mensaje del cristianismo no se centra en los cristianos, sino
en Cristo. Luego le hablé del evangelio, asegurándole que aquel que había muerto
en la cruz por él no era un hipócrita. No solamente me escuchó atentamente, sino
que también aceptó que le obsequiara un libro con el título: «¿Puede estar
seguro de que llegará al cielo?». Por su trasfondo aún está intentando descifrar
todo lo que implica esto para su vida.


Estoy rodeado de cristianos


Como trabajamos en iglesias la tendencia es a estar
rodeados por cristianos. Aun un evangelista como yo puede pasarse el día entero
con un pastor y otros miembros de la congregación, esperando que los
no-cristianos asistan a las reuniones. Ahora, sin embargo, busco la forma de
estar con no-cristianos como una parte normal de mi vida. No resulta
complicado.


No todos aprovechan la hora de almuerzo para sentarse
a comer. Un pastor que yo conozco aprovecha esa hora para practicar un deporte.
Podría haber encontrado a algún hombre de la iglesia que lo acompañara, pero
decidió poner un aviso en el diario pidiendo un compañero para compartir una
hora de balonmano todos los días. Un bombero, que tenía libre esa hora,
respondió a la invitación. El hecho de que haya sido un pastor el que colocó el
aviso no lo disuadió en nada. De hecho, el hombre se mostró muy impresionado con
la actitud cálida, sincera y abierta del pastor. A medida que crecieron en esta
relación comenzó a sentirse libre para sacar temas espirituales con el pastor,
porque sentía que aun cuando surgiera un desacuerdo no llegaría a perder la
amistad del otro. Unos meses más tarde el pastor experimentó el gozo de ver al
bombero entregar su vida al Salvador.


En lo personal, me gusta mucho correr, un pasatiempo
que inicié hace más de doce años. Inicialmente me interesaba conservar un buen
estado físico. Ahora lo veo también como una oportunidad para evangelizar
«mientras corro». En ocasiones, aun el expresar admiración por la creación en
presencia de un no-cristiano puede dar pie para una conversación sobre el
Creador.


Otro pastor, amigo mío, disfruta de los bolos. Él y su
esposa se enrolaron en una liga como un medio para relajarse y también para
sostener encuentros con personas que no asisten a la iglesia. Una noche
invitaron a otro matrimonio de la liga a cenar con ellos.  Mientras las esposas conversaban en la
cocina, el hombre, que había permanecido en la sala con el pastor, lo interrogó:
«Así que usted es pastor. ¿Qué es lo que involucra su trabajo?» El pastor le
explicó que su trabajo consistía en ayudar a las personas a comprender mejor la
Biblia. Brevemente le presentó el evangelio. Unas semanas más tarde invitaron al
matrimonio a una reunión en la iglesia. Eventualmente tanto el esposo como la
esposa aceptaron a Cristo. ¡Todo comenzó en una inocente liga de bolos!


A ese pastor también le gusta pescar. Busca a otros
no-cristianos que tengan el mismo interés. En cierta oportunidad, el padrastro
de un adolescente de la iglesia, que no mostraba interés alguno por los asuntos
espirituales se le presentó y le compartió lo mucho que le gustaba la pesca, y
le ofreció: «Tengo un pequeño bote. Quizás algún día podamos salir juntos». El
pastor aprovechó la oportunidad y programaron una salida. 


A medida que
disfrutaron del tiempo de pesca el hombre comenzó a compartir los problemas que
estaba experimentando en su matrimonio. El pastor le aconsejó: «Estoy convencido
de que para tener un buen matrimonio es importante que ambos individuos conozcan
a Dios y estén creciendo como cristianos». Luego le compartió el evangelio. El
hombre no se entregó a Cristo en ese momento, pero se mostró abierto y
agradecido por la preocupación que el pastor había demostrado en medio del
lago. 


A la gente
no le gusta estar con ministros


En una época de mi vida tomé por sentado que a las
personas les resultaba intimidante nuestra identidad como ministros. Ahora,
pienso que ser un predicador no es un impedimento para la evangelización, sino
una ventaja. Lo único que tengo que hacer es mencionar que soy un predicador y
muchas personas no dudan en comenzar a hablar sobre temas espirituales. Además
de esto, las personas con las que Dios está tratando normalmente se muestran
agradecidas de poder compartir sus experiencias con alguien que consideran una
autoridad en asuntos espirituales.


Hace dos años, cuando nos mudamos de un barrio a otro,
le pedimos a Dios que usara nuestros contactos al comprar, vender o mudarnos
para tocar la vida de alguien que no lo conocía. Un día, mientras hablaba con un
banquero hipotecario que gestionó un préstamo para nosotros, él se mostró
curioso por el hecho de que yo era un predicador. Cuando me preguntó sobre el
tema, le contesté: «Me paso la vida explicando la Biblia a la gente, y realmente
lo disfruto». Le mencioné cuántas veces he descubierto que las personas
demuestran interés en la Biblia.


«No sé mucho de la Biblia» —me confesó—, «pero las
veces que la he leído me ha resultado interesante» —contestó.


«Cuando nos mudemos, quizás a usted y a su esposa les
gustaría venir a cenar con nosotros». No solamente me prometió llegar, sino que
se mostró sorprendido de poder acceder, con tanta facilidad, al hogar de un
predicador. Cuando vinieron, le expresé cuanto apreciaba la ayuda que nos habían
dado para arreglar los aspectos financieros en la compra de nuestra casa.
Tuvimos una excelente conversación a lo largo de la cena. Más adelante, mientras
nuestras esposas compartían en la cocina, permanecimos en la mesa.  


Yo le
recordé: «Hace varias semanas, cuando estuve en su oficina, usted pareció
mostrar algún interés en asuntos espirituales. ¿Está interesado en estos temas?»
Me confesó que su esposa era cristiana, pero que él no. «Siempre he sentido que
no necesito a Dios, pues he sido un hombre exitoso, pero ahora que soy padre de
un pequeño estoy cambiando mi perspectiva. No sé si podré ser un buen padre sin
la ayuda del Señor».


Tomando la Biblia le expliqué el evangelio. Me dijo
que no se sentía listo para tomar una decisión, pero aceptó entusiasmado mi
invitación a desayunar juntos para seguir hablando sobre el tema, luego de haber
pensado más sobre lo que le había compartido. Le regalé uno de nuestros folletos
para que pudiera continuar pensando sobre el asunto. Varias semanas más tarde,
mientras compartíamos un desayuno, me anunció: «estoy listo».


Hace poco, otra experiencia me convenció de que ser un
ministro no es impedimento para compartir mi fe.


Un sábado por la mañana tuvimos que llamar a un
fontanero. Cuando el hombre terminó su trabajo lo invité a quedarse para
compartir algo para comer. El hombre aceptó sin titubear y, cuando le pregunté
acerca de su vida, me mencionó cuán difíciles habían resultado las cosas para
él. «Mi vida tampoco ha sido un lecho de rosas» —le compartí. «He descubierto,
sin embargo, algo que me ha sido de mucha ayuda. ¿Tiene usted interés en los
asuntos espirituales de la vida?»


Esto lo llevó a mencionar una larga lista de pecados
que había cometido en el pasado, seguida por el reconocimiento de que realmente
necesitaba ayuda. En pocos minutos había confiado su vida a Cristo. «Presentía
que este iba a ser un gran día» —me confesó luego. 


«¿Por qué?»
—le pregunté.


«Antes de venir aquí me enteré de que usted es un
predicador. Durante los últimos seis meses he estado tratando de descubrir cómo
ser salvo. ¡Sabía que usted me iba a indicar cómo!»


Tomado de la revista Leadership, volumen
10, número 4, octubre de 1989. Todos los derechos reservados. Se usa con permiso
de ©Christianity Today. Apuntes Pastorales, Volumen XXIV – Número 3. Todos
derechos reservados.