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¡Tienen que participar!

¡Tienen que participar!

por Apuntes Pastorales

El proceso educativo efectivo se mide por el impacto que logra sobre la vida de los estudiantes, y ellos solamente son formados cuando participan activamente en los momentos de enseñanza.

El tiempo que disponemos para dar una clase es, muchas veces, breve. La información que deseamos compartir, sin embargo, es excesiva. El apuro de no dejar nada de lado, entonces, nos lleva a construir momentos educativos que consisten, mayormente, en un monólogo de nuestra parte. Como el sermón goza una posición de privilegio en nuestra cultura evangélica, tendemos a llevar el método discursivo a todos los ámbitos donde nos reunimos con otros, aun cuando estudiemos en un grupo pequeño. Con pocas excepciones, nuestros estudiantes limitan su participación a tomar apuntes o a escuchar la presentación.
Las investigaciones acerca del nivel de retención en los alumnos en esta forma de enseñar, sin embargo, revelan que es una de las formas más ineficientes de transmitir información a otros. Los estudiantes sentados en forma pasiva en un aula retienen 80% de una presentación durante los primeros doce minutos de la clase, pero apenas 20%, durante el resto del tiempo. El método discursivo fomenta la pasividad mental aun en los mejores estudiantes.
El maestro sabio, entonces, buscará la forma de involucrar a sus estudiantes en el proceso de aprendizaje. Todas las oportunidades que crea para que ellos puedan pensar y responder a la información recibida serán beneficiosas, pues solamente retendrán aquellas verdades que obtienen porque varios de sus sentidos y funciones mentales han participado en la experiencia de aprendizaje.
Existen una diversidad de elementos que deben considerarse a fin de propiciar el diálogo con los estudiantes.
Cambie el ambiente
Algunas prácticas en la educación tradicional fomentan la pasividad en los estudiantes. Sentarlos en filas, mirando hacia delante, por ejemplo, invita a que se vean como parte de un auditorio. Insistir en que deben asistir a todas las clases también produce en ellos el resentimiento de sentirse presionados, lo que frena su participación. Exigir que el objetivo de la clase sea solamente devolver información memorizada en un examen final también fomenta la pasividad, porque no le encuentran sentido alguno a sostener un diálogo con la persona que enseña. También resulta nocivo animar a un diálogo que se sostiene solo entre el profesor y el estudiante, y no entre los mismos estudiantes. Todos estos hábitos, y muchos otros, tienden a crear en los estudiantes barreras que inhiben su plena participación en el proceso de aprendizaje. Por esto, el maestro sabio echará mano de todo lo que está a su alcance para entusiasmar a sus estudiantes a participar en un diálogo estimulante.
Vigile su actitud
La actitud que asumimos ante nuestros estudiantes también determinará la apertura que ellos sientan al diálogo. Evite mencionar sus títulos o recalcar la amplitud de experiencia que ha adquirido en el tema. Más bien preséntese ante sus estudiantes como uno que, si bien conoce del tema, se une también al proceso de aprendizaje que ellos emprenden. Evite, también, respuestas que intimiden a sus estudiantes. Cuando humillamos, ridiculizamos o utilizamos sarcasmo ellos sentirán que es muy arriesgado abrirse en la clase. También inhibe el diálogo cuando hacemos declaraciones categóricas que no admiten discusión. Por razones obvias no encontrarán sentido alguno en aportar comentarios sobre un tema cerrado. En todo, debemos asegurarnos de comunicar a nuestros estudiantes una actitud de respeto y valorización.
Incorpore espacios para el diálogo
Incluir a los estudiantes en el proceso educativo que acontece dentro del aula no se logrará sin nuestra ayuda. La tendencia de cada uno de nosotros es hablar mucho más de la cuenta. Es muy fácil que nos abusemos de nuestra posición como profesores y monopolicemos completamente el tiempo que se le ha asignado al grupo para la clase. Los buenos maestros deliberadamente buscan la forma de incentivar a sus estudiantes a dialogar con el tema expuesto. Algunas de las actividades que facilitarán este proceso son los siguientes:

  • Divida su presentación en segmentos
    Si se le ha asignado un tiempo de cincuenta minutos para realizar su presentación y sabe que sus estudiantes necesitarán procesar la información que están recibiendo cada doce minutos, usted deberá incorporar a su presentación al menos cuatro momentos de reflexión y diálogo. Esto es algo que debe ser planificado e implementado con sensibilidad al paso del tiempo, para que no se vuelva muy extensa y pesada la clase.
  • Inicie la clase con diálogo
    Una buena forma de motivar a los estudiantes es comenzando cada clase con un momento de diálogo. Este se puede lograr por medio de una pregunta que les obligue a pensar, en forma anticipada, sobre el tema, o un resumen de los puntos principales que se tocaron en la clase anterior. También se puede comenzar retomando una pregunta que quedó sin respuesta en la última presentación.
  • Plantee preguntas inteligentes
    El arte de elaborar una buena pregunta ya lo hemos presentado anteriormente en esta publicación (vea «La buena pregunta, clave para fomentar el diálogo», en DesarrolloCristiano.com). Cultive el hábito de formular preguntas que invitan al diálogo sin intimidar ni humillar. A lo largo de la clase usted puede introducir en su presentación esta clase de preguntas.
  • Invite a otros a responder
    Cuando un estudiante hace una pregunta, en lugar de responderla usted invite a la clase a que ellos propongan una respuesta. Esta es una muy conveniente vía de fomentar el diálogo entre estudiantes y de animarlos a entender que el profesor no es la única persona a quien pueden acudir.
  • Realice mini pruebas
    Una mini prueba toma apenas uno o dos minutos. En ella los estudiantes responden por escrito a una pregunta puntual, resumen una presentación, identifican el punto principal, o comparten la forma en que lo compartido les ha impactado. Es importante que la respuesta sea breve, pues el objetivo es percibir si el profesor logró conectarse con los estudiantes. Las respuestas pueden ser compartidas en grupo o delante de toda la clase.
  • Divida en grupos
    No hace falta desordenar la clase para esto. Se le pueden dar a los estudiantes tres minutos para compartir con el compañero o la compañera la respuesta a una pregunta, una observación o un declaración.
  • Conecte con la vida
    Periódicamente debemos hablar de cómo el tema abordado se relaciona con la vida de los estudiantes fuera de la clase. Utilice preguntas o ejemplos de la vida real para animarlos a reflexionar sobre cómo ellos podrían llevar a la práctica los principios compartidos en el grupo.
  • Deje espacio al final
    No permita que su clase termine sin crear el espacio para que los estudiantes hablen de lo que escucharon. Si ellos no tienen observaciones o preguntas usted puede despertarles una inquietud o alguna interrogante para que ellos se lleven material para la reflexión hasta la próxima clase. La idea es que no se vayan sin una adecuada conclusión de la información que han recibido.

En conclusión
Involucrar a los estudiantes en el proceso de aprendizaje no es más que el compromiso de crear actividades que los obliguen a pensar acerca del asunto tratado, y a reaccionar a la información que se les va presentando en el transcurso de la clase. Al propiciar este ambiente, ellos no se limitarán sencillamente a escuchar, sino que desarrollarán las habilidades para procesar con inteligencia los conceptos que compartimos con ellos. El resultado de este proceso será que ellos sabrán cómo incorporar a sus vidas las verdades que han recibido, inicialmente, en el plano de la mente. Esas verdades, cuando se alojen en sus corazones, producirán en ellos la transformación que anhelamos.

Publicado por primera vez en ©Apuntes Pastorales XXV-4, ©Copyright 2008, todos los derechos reservados.