Pedir a los santos no es magia ni necromancia
Por: Apologética Católica
El sociólogo luterano Peter Berger observó una vez que el protestantismo había cortado el “cordón umbilical” entre el cielo y la tierra. ¡Qué gran verdad dijo!. Por supuesto, la cuestión es si debería haber un cordón en el primer lugar. Los católicos sostienen que debería haberlo, y mi tarea en este libro es proporcionar evidencias bíblicas de esto.
Un amigo protestante hizo una pregunta (con una analogía en términos empresariales) que siempre aparece en cualquier discusión sobre la visión católica de la comunión de los santos: “¿Por qué alguien se contentaría con la búsqueda de la intercesión de un gerente, cuando uno puede ir directamente al presidente de la compañía?”
Lo hacen por una sencilla razón: porque se nos enseña en la Biblia que las oraciones de algunas personas tienen más eficacia que las de otras. Incluso en la visión protestante, hay esta noción de “pedir a un hombre santo [o al pastor, etc] orar por nosotros”. De esta manera, alguien podría, por ejemplo, pedirle a Billy Graham que ore por ellos, porque piensan que de alguna manera su oración puede ser más eficaz. Esta intuición se basa realmente en el testimonio bíblico explícito:
Unción de los enfermos
“¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder. Elías era un hombre de igual condición que nosotros; oró insistentemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Después oró de nuevo y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto”[1]
Nótese aquí que la misma Biblia recomienda pedir a alguien más orar: “los ancianos” de la Iglesia, que, al igual que el resto de sus líderes[2], se supone que son personas ejemplares “dignas de doble honor”[3]. Ellos tienen más poder, debido a su ordenación.
De hecho, este es un texto que aparece en relación con el sacramento de la unción (también conocido como “extrema unción” o “últimos sacramentos”: cuando una persona está en peligro de muerte). Así que se les pide que oren por el mayor poder que tienen en términos de que ocurra un posible milagro, o que la gracia sobrenatural sea impartida a través de ellos. Ellos pueden hacer más que lo que podemos hacer nosotros mismos, por lo tanto, les pedimos su oración.
Para concretar este punto, el apóstol Santiago cita el ejemplo del profeta Elías. Gracias a su oración, no llovió durante tres años y medio. Santiago dice que este era el caso porque (este es el principio que desea transmitir): “La oración del justo tiene mucho poder”. Vemos la misma dinámica en el siguiente pasaje:
“Respondió el rey al hombre de Dios: «Aplaca, por favor el rostro de Yahveh tu Dios, para que mi mano pueda volver a mí.» Aplacó el hombre de Dios el rostro de Yahveh, volvió la mano al rey y quedo como antes”[4]
Abraham intercede
Esta es la razón bíblica para pedir a los otros con más estatura espiritual en el reino de Dios, o más santos (o, incluso y mejor todavía, ¡ambos!) que rueguen por nosotros. Uno inmediatamente piensa en otros intercesores poderosos, como Abraham y Moisés. En ocasiones Dios no destruyó ciudades enteras como resultado de sus plegarias. Por supuesto que Dios no puede cambiar, y sabía lo que iba a hacer todo el tiempo, pero el punto es que él hace partícipe a sus criaturas en el proceso, de una manera menor y secundaria.