por Apuntes Pastorales
Debemos dedicar mayor tiempo una búsqueda real y sincera del Señor, dejando que sea él quien nos guie a construir ministerio que ha dejado en nuestras manos. El secreto de un ministerio fructífero está en que él sea el que realice la obra a través de nosotros …
Una plática con Miguel Juez (experimentado pastor y lider) – Entrevistado por Apuntes Pastorales.
AP – Miguel, usted señaló, en cierta oportunidad, que no se siente cómodo con la palabra líder, ¿podría explicarnos por qué?
MJ – No me siento cómodo porque lo entiendo más como un concepto del mundo, que como un llamado del Señor. En mi opinión, las palabras «líder» y «siervo» se contraponen una de la otra.
AP – ¿Cuál es el significado de la palabra siervo?
MJ – Entiendo que siervo es aquella persona que se da por otros. La palabra líder, en cambio, pareciera referirse más a aquella persona que recibe el servicio de otros.
AP – El concepto de líder casi siempre va acompañado de la palabra éxito. ¿Qué puede comentarnos al respecto?
MJ – Así es. Resulta interesante notar que en las Escrituras la palabra éxito se utiliza solamente en cuatro ocasiones. Una de ellas es narrada por Nehemías cuando él mismo solicitó al rey Artajerjes que lo enviara a Judá para reconstruir la ciudad de Jerusalén. El texto relata que pidió a Dios que su solicitud ante el rey tuviera éxito. En el primer libro de Samuel 18.30 el cronista anota que, entre todos los siervos de Saúl, David era el que lograba más éxito contra los filisteos. Los otros dos pasajes están en Daniel 11.17 y en 1 Reyes 18.13 y en ninguno de los dos la palabra éxito se expresa como una demanda de Dios hacia sus hijos.
Entiendo, por esto, que la palabra «éxito» es más bien un concepto producto de la sociedad en que vivimos que de una mentalidad bíblica. Más bien pareciera ser una demanda del mundo para conseguir la aprobación de aquellos que son parte de nuestro entorno cotidiano. Creo que en Cristo nuestro llamado es a algo diferente al éxito. Dios no me requiere que sea un hombre exitoso, sino, más bien, un hombre obediente. Los resultados dependen del Señor y no de mí, por lo que el éxito es más un asunto de Dios y no mío.
AP – ¿Por qué resulta tan seductor construir un ministerio orientado hacia los resultados?
MJ Según lo veo, el mundo y la cultura de estos tiempos se ha introducido de tal manera en el pensamiento de la iglesia que lo hemos asimilado como parte integral de una vida agradable al Señor. La iglesia exige resultados puntuales e impactantes, porque creemos que estos son la señal más concreta de la verdadera bendición de Dios sobre nuestras vidas y ministerios. Personalmente entiendo que la única medida que Dios demanda de mí se relaciona con mi disposición de obedecerlo a él en todo, aun sin que yo exhiba resultados que impresionan a los demás.
AP – ¿Qué cambios necesitaríamos realizar para que nuestro servicio se ajuste más a los parámetros bíblicos?
MJ – Creo que es necesario volver a las Escrituras y reflexionar clara y sinceramente sobre el significado de recibir una posición de responsabilidad dentro del pueblo de Dios. Solamente en la Palabra podremos encontrar aquellos parámetros que nos permitirán ejercer un ministerio enteramente agradable a nuestro Señor.
Un ministerio eficaz, según entiendo, debe siempre contemplar la obra del Espíritu Santo de transformar a la imagen de Cristo al obrero y, por medio de este, a Su pueblo. Recomiendo que ya no miremos tanto lo que el mundo ofrece como solución a nuestra búsqueda, sino que nos concentremos más en lo que sí puede ayudarnos. Esto es la sencillez de las Escrituras y el ejemplo del Señor, para que por él, inclusive, encontremos también descanso para nuestra vida.
AP – ¿Qué lección importante ha aprendido que considera fundamental para el desempeño del ministerio que el Señor le ha confiado?
MJ – Recuerdo una experiencia vivida aproximadamente ocho años atrás. En ese momento el Señor me mostró con mucha claridad que su objetivo principal para mi vida era completar su trabajo en mí. Por esto, entiendo que Dios me indica que él está interesado más en lo que él obre en mí que en lo que yo pueda realizar por él. Para mí fue realmente dramático descubrir que el propósito de Dios soy yo mismo y no el servicio que pretendo realizar para él.
AP – ¿Qué papel ha jugado en su formación el sufrimiento?
MJ – Creo que ha sido la herramienta utilizada por Dios para que yo adquiera mayor comprensión de su gracia en mi vida. Y, a la vez, me ha resultado útil para descubrir mis propias debilidades. De todas ellas no encuentro otras tan pesadas como los sentimientos de soberbia y orgullo. En el sufrimiento he aprendido que su gracia es más que suficiente para superar toda situación, pues mis propias reservas siempre han resultado demasiado escasas para enfrentar las pruebas vividas. Me ha conmovido comprobar que su gracia abraza mi vida en medio de cada crisis.
AP – ¿Qué tiene en mente cuando habla de la gracia de Dios?
MJ La considero el medio por el cual puedo alcanzar una comprensión acabada de dos aspectos fundamentales de la vida espiritual. El primero es la capacidad de mirarme a mí mismo y, en esa mirada, advertir y entender las debilidades y miserias de mi propia humanidad. El segundo es poder creer que Dios, a pesar de este lamentable estado, me ama profunda y asombrosamente.
AP – ¿Qué aspecto del amor de Dios le impacta más?
MJ – Su paciencia. Su amor no cambia, y él persevera en ser fiel a pesar de mis repetidas caídas, fracasos y negaciones. A pesar de todas esas decepciones, él nunca se da por vencido con respecto a mí, e insiste en trabajar, con increíble perseverancia, para formar en mí al hombre que él desea.
AP Usted ha mencionado cuánto lo ha impactado la manera como Jesús trató a Judas.
MJ Así es. Siempre me ha llamado la atención la ausencia de reproche en Jesús, tanto de palabra como de actitud, hacia su discípulo Judas. A pesar de que lo traicionó vendiéndolo por un puñado de monedas, ¡Jesús no dudó en llamarlo amigo! Durante la última cena, cuando anunció que uno de los Doce lo iba a entregar, ninguno de ellos pudo adivinar de quien hablaba. Para mí, semejante trato es evidencia de que Jesús nunca dio alguna pista, ni en palabras ni en actitudes, de que Judas no llegaba a la medida que se esperaba de él. Esa actitud de Jesús, de no reprochar ni mostrar a los demás el interior del corazón de Judas, revela la tremenda lealtad del Señor. Sencillamente quedo abrumado, porque sé cuán propenso soy al favoritismo.
AP – Cuando observa a la Iglesia, ¿qué le produce gozo?
MJ No puedo mirar correctamente a la Iglesia, si aún no he comprendido bien quien soy yo. La iglesia no es más que el encuentro de personas con defectos y virtudes iguales a los míos, a las cuales el Señor se empeña en amar. Me produce gozo hallar en la Iglesia a personas con las mismas cargas, las mismas luchas y debilidades que las mías, y que, además, buscan igual que yo el rostro de aquel que con su amor nos tolera, nos ama, nos cubre y nos bendice cada día.
AP – ¿Cuáles son los aspectos de la Iglesia que le preocupan?
MJ – En primer lugar, nuestra capacidad de asimilar esquemas del mundo que se oponen totalmente a la Palabra. Me preocupa esa tendencia a espiritualizar las modas del mundo y la búsqueda de la forma para incluirlos en la vida cristiana. Me alarma que, en muchos sentidos, hayamos perdido el fundamento de las Escrituras, que constituyen la base de la demanda de Dios al hombre. Nos resulta más importante satisfacer las demandas de nuestra sociedad que las del Señor. Este proceder solo nos aleja de la meta del Señor.
AP – Cuando habla de la demanda de Dios, ¿cuál es la esencia de esa demanda?
MJ – Considero que es la obediencia. Sin obediencia no podremos vivir cada día con mayor profundidad nuestra relación con Dios. Si aspiramos a la santidad, por ejemplo, no podremos llegar a ella sin recorrer el camino de la obediencia. Si anhelamos mayor consagración en un servicio específico, no la conseguiremos sin practicar una vida de obediencia. Si buscamos crecer en la fe, necesitamos entender que el único ejercicio necesario es la obediencia a la voluntad revelada de Dios en las Escrituras. Toda la vida espiritual reposa en la exigencia de nuestro Señor de vivir en obediencia absoluta.
AP – ¿Por qué la obediencia resulta tan difícil para el pueblo de Dios?
MJ – Lo que más se nos opone es nuestra naturaleza carnal. Obedecer a Dios implica la negación de nuestros propios deseos naturales, pues la vida en el Espíritu resiste a aquellos aspectos de mi naturaleza caída.
AP – Compártanos uno de los aciertos en su vida.
MJ – Llegar a entender que sin Cristo mi vida no sería lo que es, descubrir que solamente con él ha resultado posible desarrollar los ministerios que Dios ha confiado en mis manos.
AP – ¿Un desacierto?
MJ – Confiar demasiado en mi propia fuerza o capacidad.
AP – ¿Qué lugar ha ocupado la oración en el ejercicio del ministerio que Dios le ha confiado?
MJ – En los primeros años, posteriores a mi conversión, algunos hermanos, especialmente personas de edad avanzada en especial el hermano Gastón Fontaine me enseñaron las bondades de la oración. Su vida impactó la mía. Por mi experiencia, considero la oración como una actitud permanente frente a la vida, una comunión constante con el Señor. Encuentro en ella las fuerzas y el ánimo para continuar adelante. Siempre me he opuesto a las dinámicas de oración de una hora por día, porque me ha costado esa disciplina, pero he descubierto que a lo largo del día la oración es el camino hacia el gozo y la respuesta a las necesidades de cada momento.
AP ¿Qué recomendación le gustaría dejar a los pastores más jóvenes, menos experimentados?
MJ – Si yo pudiera regresar al tiempo en que me inicié en el ministerio, decidiría no afanarme tanto por la obra en sí. Aprovecharía la oportunidad para enfocar mi mayor esfuerzo en pasar más tiempo con el Señor. Invertiría mis energías en descubrir aquello que él demanda, y dejaría de lado muchos de aquellos afanes que ocuparon mi tiempo y esfuerzo, pero cuyo aporte no fue significativo para la extensión del reino. Los animaría a que dediquen mayor tiempo a esa búsqueda sincera del Señor, dejando que sea él quien guíe y acompañe el ministerio que ha dejado en sus manos. El secreto de un ministerio fructífero está en que él sea el que realice la obra a través de uno.
El pastor Miguel Juez entregó su vida a Cristo hace treinta y cinco años. Durante siete años pastoreó una congregación en la ciudad de Córdoba, Argentina. En el año 1997 se trasladó a España con su esposa Noemí y sus tres hijas, para servir al Señor entre los inmigrantes de origen Magrebíe. Al poco tiempo de su llegada su esposa, Noemí, falleció, luego de una larga lucha contra el cáncer. Seis años más tarde el Señor volvió a proveerle de otra esposa, Magda. Hasta hoy continúa con su ministerio entre inmigrantes, trabajando también entre congregaciones étnicas como presidente del Comité para la Inmigración de Cataluña.
©Apuntes Pastorales XXIV-4, © Copyright 2007, Desarrollo Cristiano Internacional, todos los derechos reservados.