¿Es posible amar a un terrorista asesino?
Por: Alfa y Omega
Lo difícil es perdonarse a uno mismo (ed. Península).
La vocación de Mónica viene de lejos: desde pequeña ha vivido en un ambiente creyente, su familia promueve un proyecto de ayuda junto a los marianistas en Guatemala, con una escuela y una tienda de arreglos de ropa. Cuando Mónica, en su tercer año de estudios de Trabajo Social, se propuso ir allí a hacer las prácticas, surgió la posibilidad de llevarlas a cabo en el centro penitenciario
Puerto I, en Cádiz. "Nadie quería ir allí", dice, pero ella fue. Y esa decisión cambió su vida.
"Siempre he querido ayudar. Ésa ha sido la educación que he recibido de mi familia, mi padre es muy creyente, de ahí me viene todo", cuenta en entrevista a
Alfa y Omega. Uno de los presos a los que daba clase era Iñaki. "Vi en él una persona con ganas de vivir, alegre, que transmitía vida, en un lugar en el que la gente suele estar apagada y triste, y eso es muy duro. A pesar de tantos años de condena, se veía en sus ojos que transmitía vida".
A la dureza de la condena se sumaba la estrategia con la que ETA dirige la vida de sus presos en prisión: no colaborar en nada, no participar en ninguna actividad de la cárcel. Pero Iñaki se decidió a ir a las clases de Mónica, desobedeciendo las directrices de la banda. ¿Qué vio en ella? "Supongo que una persona diferente, distinta y un poco chocante para el mundo del que venía. Yo le trataba como alguien normal. Y así empezó nuestra relación, conociéndonos poco a poco, dándonos y aportándonos cosas nuevas, que el uno y el otro no conocíamos", dice hoy Mónica.
Entre esas
cosas, estaba el pasado de Iñaki, su pertenencia a ETA, el coche bomba que acabó con la vida de Eutimio, Julia y Antonio, su coqueteo de joven con las drogas.
Por eso, su historia no surgió de la noche a la mañana: "Yo iba a la cárcel dos veces a la semana, y fue algo muy lento". Y no faltaron dudas: "Algo en mi interior me decía que estaba jugando con fuego:
No es de tu mundo, es de un mundo violento que no conoces, un mundo que rechazas, que no te gusta. Pero yo he recibido una educación católica, he vivido en mi familia ese ambiente creyente. Jesús nos dice que hay que estar con los que nadie quiere, ése es el verdadero cristianismo para mí".
Mónica reconoce que "hoy no soy católica practicante, de joven dejé de ir a Misa, por la típica rebelión de esos años. Pero mi padre me ayudó mucho, es una persona muy humana y creyente, y esa ayuda me hizo vivir así, mirando hacia adelante, sin mirar el pasado, mirando sólo el día de hoy". Por eso, al conocer a Iñaki, "no miraba los delitos, fue algo muy lento, nos fuimos conociendo a lo largo de un año entero". En ese tiempo, "yo nunca le juzgué. Si le hubiera juzgado, nunca le habría conocido, nunca le habría querido. Para empezar una relación con alguien, de pareja o simplemente de amistad, no hay que juzgar, porque no sabes lo que pasa en el otro, no sabes cómo ha vivido, por qué ha hecho lo que ha hecho. Sólo hay que acompañar y estar ahí".