Historias para tiempos de Navidad
por Desarrollo Cristiano
Dios, tú como un niño estás en medio de nosotros. Nosotros nos confundimos, y no te vemos.
Dios, tú como niño, te hiciste nuestro semejante. Oh Dios, qué ciegos andamos por ahí.
Dios de la vida, tú lo invertiste todo …
Texto de referencia: Isaías 8.18; 9.5; 11.1
¡Niño nacido con marcas de muerte! Millones del continente se le asemejan. Desde el comienzo tienen desventajas. Ciertamente las tienen. Falta de suerte, dicen unos. Otros proclaman: Es así.
Y los de arriba que son tan expertos solo prometen. Pero no te engañes: Ese niño recién nacido es Jesús. Viene para luego morir, como tantos. Y con todo, él es el Mesías esperado. Herodes lo amenaza. Lo marca con la muerte.
Hoy, mata con discreción, por hambre y miserable salario. Pero mata. Los herodes de aquí y ahora matan más. De todos modos, es Jesús naciendo en la miseria, en los huecos debajo de los puentes.
Así es la Navidad. ¡Renace!
Isaías fue profeta. Pero por lo que se sabe, no nació como un profeta. Quiero decir, no fue un trabajador del campo, como Amós. No nació en un establo, como Jesús. Su cuna estaba en la capital.
Isaías se hizo profeta junto a los palacios, en medio de ellos. Vivió cerca de los gobernadores. Sí, un profeta cerca del palacio de gobierno. Ese fue el origen de Isaías.
A fin de cuentas, estaba casado con una profetiza (Is. 8.3). Esta ha de haber actuado en el patio de las mujeres, en el templo de Jerusalén. Y fue allá, en el templo, donde Isaías recibió su vocación (cap. 6). Y en esta ciudad capital de Jerusalén, el templo quedaba allí juntito al palacio.
Así, Isaías tenía libre acceso al rey. Le dirigía la palabra directamente. Lo cuestionaba cara a cara. Lo interpelaba en la calle y en el palacio (cap. 7).
Una persona que circulaba de esa manera por el templo y el palacio, pertenecía a aquel medio. No era como Amós, trabajador del campo, persona de interior. Ni era como Jesús, que no tenía ni donde reclinar la cabeza. Isaías era muy diferente.
Su cuna había sido de oro.
Digo: «había sido». Es que no permaneció así para siempre.
De pequeño aprendió a mirar de arriba para abajo. Realmente, gozaba de un buen corazón este profeta Isaías. Veía las injusticias que se acentuaban. Y allá, desde arriba las miraba, y reclamaba contra ellas.
En algún momento mudó de perspectiva. Fue llamado a un cambio. Y cambió: «Heme aquí, y envíame a mi» (6.8). Sus ojos pasaron a mirar las cosas de un modo diferente.
Pasó a ver la vida a partir de aquello que estaba «derrumbado». Se dio cuenta de la vida que ya sólo es «tocón», pedazo, harapo, trapo (6.13).
Eso pasó dentro de él, en su corazón. Todo su cuerpo quedó tomado por estos nuevos ojos. Tiene que haber sido algo muy fuerte lo que pasó dentro de él.
Cuando se lee el capítulo 6, aún se percibe la conmoción, la emoción que representó este cambio.
Isaías, este sorprendente profeta, hasta entonces veía las realidades desde los palacios, donde nació. Ahora, llamado por el Dios de la Vida, veía desde los «tocones», desde los pedazos, desde los basureros. Cambió palacios por casas colectivas.
Pero no sólo era allá dentro que todo en él se movía, como que daba vueltas.
Fuera, alrededor, también renacía. Allá por Jerusalén, como si fuese hoy, vivían muchísimos niños y niñas en dolor. El destino de los huérfanos era el de la mayoría, por las calles de la capital.
Estos «tocones» comenzaron a tener sentido para el profeta. Se clarificó su visión.
En verdad, desde el comienzo Isaías se refiere a ellos. «Justicia al huérfano» (1.23). Sólo quieren «saquear a los huérfanos» (10.2).
Ahora, renacido, todo eso en Isaías hervía aún más fuerte. No lo dejaba en paz: Pues ya no basta sólo reclamar y protestar. Estos «tocones» no se podían resecar ni atrofiar más.
Y he aquí que, en el Espíritu de Dios, brotaron. Los «tocones» se convirtieron en «simiente santa» (6.13). Salieron «ramas» y «retoños». Aparecieron hasta «frutos» (11.1).
Realmente los niños y las niña se fueron apoderando del profeta, por así decirlo.
En ningún otro profeta tanto niño y niña, tanto huérfano, tanto huérfana haga profecía. Es extraordinario. Ah, es así, en realidad es un milagro. De eso no me queda duda: un señor palaciego, como Isaías, resuelve hacer todo lo contrario de lo que conviene a un señor, casi ministro de estado. Tocones, niños y niñas y huérfanos se le muestran como «señales y esperanza» (8.18). Es realmente un milagro. Cosas del Espíritu.
Es hasta un poco extraño. Lee el capítulo 7:
Isaías está delante de un ejército fuerte. Todo aquel aparato, apoyado por el rey en persona, se armaba hasta los dientes para la defensa. Se afilaban las espadas. Se inspeccionaba el abastecimiento de agua. Todo está listo y preparado para la batalla «gloriosa».
Y allá viene el profeta. ¿Y con qué viene? Viene con sus profecías. ¡Las espadas no sirven de nada a no ser que, transformadas, se conviertan en tijera o cazuela! Para apoyarlo en esta confrontación con generales, ministros y reyes lo acompaña un niño de nombre «Un Resto Volverá».
Y para afianzar su profecía de que las armas nada resuelven, anuncia un nuevo niño «Dios con Nosotros» (=Enmanuel).
De un lado todo un ejercito, del otro un profeta y sus «tocones» dos, tres niños pequeños. ¡Tamaña fe!
Y eso se lee en el capítulo 7, no es solo un episodio. No es sólo casualidad. Es realmente método.
El camino del profeta continúa siendo el mismo. Mira los capítulos 8 y 9.
Por lo visto, los gobernantes y el ejército no se dieron por satisfechos. Algunos rieron. Pasada la risa, se pasmaron. Y de repente se les encendieron las espadas. El odio contra el profeta enfureció a todo el ejército, tan devoto de la defensa de los palacios.
De hecho, llamaron al profeta «¡Traidor!» era el grito que se escuchaba (8.12). El profeta Isaías fue difamando como traidor a la Patria. Las tradiciones hasta cuentan que lo mataron tiempo después. Si hubiera ocurrido hoy, es lo que ciertamente le hubiera pasado. Es lo que a tantos nos pasa por creer en «tocones», en los débiles.
Pero Isaías, para volver a aquellos tiempos, no se retractó de nada. Siguió hacia delante.
Pasó a describir a aquel pueblo en armas, como pueblo en oscuridad: «El pueblo que andaba en tinieblas » (9.1). Y tal oscuridad, tal «valle de sombra de muerte» no se vence con un ejército.
«Un niño nos nació, se nos dio un hijo» (9.5). Y esta es la luz.
De ahí brota la alegría. Delante de este niño no sólo los ejércitos sucumben o los restos de guerra son quemados. Así, la propia guerra se revela con destrozo.
Delante de tal «tocón», lo que es poder se convertirá también en tocón, como árbol cortado, orgullo derrumbado, para renacer.
Sobre este «tocón», sobre este «niño» y «niña» reposa lo que hay de más elevado y grandioso.
Las tradiciones de David eran muy elevadas. Ya eran seculares en los tiempos de Isaías. De ellas se contaban grandes hazañas.
Sin embargo, estas grandiosidades de David, llenas del mundo adulto y guerrero, ahora también se derrumbaban, se inclinaban delante del «niño». Es sobre él que reposan las tradiciones de David ¡Qué increíble! ¡Qué coraje este, el del profeta soñador!
Pero eso no es todo. Isaías aún agrega algo más estupendo.
Compara a aquel niño, medio huérfano, medio de la calle, con el propio faraón. En fin, algo superior no había en aquellos tiempos. Faraón era colosal, piramidal.
Faraón era considerado como aquel que merecía los cuatro grandes títulos universales. Sus nombres eran sus títulos colosales.
Se hacía llamar por sus súbditos y sus esclavos de: «Consejero-Maravilloso», «Dios-Fuerte», «Padre-de-la-Eternidad», «Príncipe-de-la-Paz». Cuatro grandes nombres para cada esquina del mundo, universal, total.
Poder mayor no existía, más monumental, piramidal.
Y el «niño», los niños y las niñas, estos huérfanos los merecen todos. Son ellos los nuevos «david», ellos son faraones. «Son», si bien realmente no lo son, pues continúan flaquitos, pequeñitos, esqueléticos, sufridos. «Son» sin ser.
Isaías un profeta de las maravillas. Maravillas tales, que no caben en vitrinas de naftalina
Ideas para el estudio en grupos
- Es importante estar atentos a los textos que se estudian. Son principalmente Isaías 1.1017; 6.113; 7.17; 8.1618; 9.16; 11.19.
- Un Circulo Bíblico sobre estos textos de Isaías va a exigir una preparación buena y especial. De otra forma, el agua buena y profunda que está en este pozo no aparecerá con la debida nitidez. Será preciso preparar para no repetir lo que se acostumbra repetir por estos tiempos de Navidad, sobre las profecías de Isaías.
- En el trabajo en el grupo bíblico conviene dar énfasis a la lectura de los textos. Se puede leer cada texto con un sentido de meditación, ayudando a encontrar la belleza de la propia Biblia. Sin ver lo que está escrito, en las partes, se tenderá a repetir lo que se acostumbra del clima de la Navidad. Ahora, estos textos isaiánicos son realmente navideños, pero lo son de un modo extraordinario.
- En Isaías conviene mantener en mente la situación concreta de este profeta, un hijo de la corte, como la meditación del artículo lo presenta. Después se ha de considerar que Isaías vivía en la «ciudad de David» en Jerusalén. Ahí las tradiciones de David eran muy fuertes, tal vez particularmente las del David guerrero. Ahora, Isaías, por así decirlo, recupera el nombre del joven David, aquel David-niño delante de Goliat. Su forma profética de referirse al nuevo David es pues, una re-lectura, una re-interpretación de las tradiciones del pasado.
Oración
Dios, tú como un niño estás en medio de nosotros. Nosotros nos confundimos, y no te vemos.Dios, tú como niño, como niña, te hiciste nuestro semejante. Oh Dios, qué ciegos andamos por ahí.Dios de la vida, tú lo invertiste todo. No tenemos ni piernas ni cabezas para acompañarte en tales inversiones. Tú entre pobres tan indefenso. ¡Es mucha inversión¡Te adoramos, en este tu milagro, pues nos concedes vida. En Jesús, niño y niña Dios. Amén.
Se toma de la serie de guías para estudios bíblicos, relacionadas con el tema de la Tercera Asamblea General del Consejo Latinoamericano de Iglesias, Chile, enero de 1995. DesarrolloCristiano.com, todos los derechos reservados.