La esponsalidad de los célibes
Por: Juan Ávila Estrada
¿Existe un estado en el cristianismo al que podríamos llamar propiamente “soltería”? Cuando miramos la Sagrada Escritura descubrimos en ella que no. La palabra de Dios nos presenta sólo dos posibles estados: matrimonio y celibato. Este último, piensan algunos, es el equivalente a ser soltero, sin embargo no poseen el mismo significado.
Miremos: En el Evangelio de san Mateo 19,12 nos dice Jesús: “Porque hay eunucos que así nacieron desde el seno de su madre, y hay eunucos que fueron hechos eunucos por los hombres, y también hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que pueda aceptar esto, que lo acepte”. Esta palabra, EUNUCO, es la equivalente a CÉLIBE, con lo que podemos entender tres posibilidades de celibato:
1- Que la naturaleza los haga; es decir, que alguna circunstancia fisiológica o psíquica les impida acceder al matrimonio.
2- Que sean hechos por los hombres, que alguna circunstancia legal regulada por el estado o por la Iglesia les impida llegar al matrimonio por no cumplir los requisitos mínimos para ello; es decir, que no sólo quieran casarse sino que además puedan hacerlo sin que con ello violenten una ley establecida que regule la unión.
3- Que se hagan a sí mismos por el Reino de los cielos. En este último aspecto se refiere Jesús a aquellos que habiendo encontrado en el Reino de los cielos un tesoro, que bien vale la pena todos los reinos de este mundo, se entregan a su consecución y construcción.
Ahora bien, que la naturaleza nos haga, que los hombres nos hagan o que nosotros mismos nos hagamos no significa de ninguna manera que tal estado celibatario deba ser visto en el mismo sentido de la soltería. De hecho, tanto el matrimonio como el celibato son estados de esponsalidad pues ambos apuntan a la fecundidad humana para la construcción del Reino de Dios, cada uno desde su propia condición de ser “esposo”.
El estado de soltería, por llamarlo de alguna manera, es un estado de soledad; muchas veces mal asumido puede convertirse en un estado de amargura, desazón y sin sentido; el celibato, por su parte, es un estado de permanente compañía en el Señor, de gozo y plenitud de la existencia.
Ambos, tanto el matrimonio como el celibato, son un llamado del Señor, una vocación, pues es de este modo como se logra disparar con toda las fuerzas del mundo a trabajar por una causa que nos supera a nosotros mismos y que es más grande que la existencia misma.
Los célibes hemos sido llamados por el Señor Jesús a darle al mundo una visión que sobrepasa lo puramente fisiológico, ayudarle a re-comprender aquella opción que nos presentan los que viven en la carne y han vendido la idea de que no es posible vivir sin pareja o que todos, absolutamente todos los seres humanos están llamados a procrear y engendrar dando cumplimiento al mandato del Señor de “Creced y multiplicaos” que aparece en el Génesis.
El celibato es una nueva forma de fecundidad y la prueba más tangible de ello es el mismo Jesús quien “engendró” un nuevo pueblo con toda su vida para su Padre Dios.
Pero para que todo esto adquiera su verdadero sentido y plenitud es importante la experiencia de Jesús en el corazón pues sólo en él se entiende este estado de vida, sólo en él dejamos de ser presa voluble de las pasiones desordenadas, de la angustia de la soledad pues un célibe verdadero nunca es una persona en soledad puesto que conoce perfectamente quién es su Señor, su compañía, aquel a quien ha entregado su vida y con quien siembra una nueva semilla para erigir el reino de los cielos entre los hombres.
El celibato nunca es un estado de abandono, de no oportunidad, de asexualidad, de indiferencia ante el otro, de descompromiso con los demás, de incapacidad de entrega; justo lo contario, en él nos hacemos “todo con todos para ganarlos a todos” y aunque no se sea propiamente una persona consagrada como religioso o sacerdote, sí se es un esposo en Cristo.
El celibato de Jesús, su estado de vida, su opción fundamental por el Reino de los cielos es nuestro referente y a él debe apuntar toda nuestra visión para nunca perder de vista quién es el que nos ha conquistado y quien es el que ha seducido nuestro corazón.
Esposos-célibes, esa sería nuestra figura, esa será nuestra vocación.