Por: Aleteia Team
Diagnosticar precozmente una enfermedad o un problema no es, en principio, bueno ni malo en sí mismo; lo que importa es la intención con la que se recurre a ello: para mejorar la salud y la seguridad del niño por nacer, o para abortar en caso de que el resultado confirme una malformación.
La obstetricia es una de las ciencias que más ha avanzado en las últimas décadas. La incorporación de técnicas de diagnóstico prenatal ha permitido mejorar la salud de las madres y los hijos y salvar miles de vidas: la ecografía, por ejemplo, ha permitido un grandísimo avance en este sentido.
Incluso, el diagnóstico prenatal puede ayudar a detectar problemas de salud en el niño por nacer que quizás puedan tratarse con una terapia prenatal adecuada, y de hecho ya empiezan a ser posibles operaciones intrauterinas que permiten corregir problemas antes de que el bebé nazca. Otras terapias que están empezando a desarrollarse son la farmacia prenatal, e incluso la terapia génica.
A estos progresos, la medicina puede añadir en el futuro otros todavía mayores que abren nuevas esperanzas.
Sin embargo, “sucede no pocas veces que estas técnicas se ponen al servicio de una mentalidad eugenésica”, que “pretende medir el valor de una vida humana siguiendo sólo parámetros de “normalidad” y de bienestar físico” (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 63), y por la que se llega a justificar la “selección” embrionaria y la destrucción de bebés que vienen con hipotéticas malformaciones.
“Un diagnóstico que atestigua la existencia de una malformación o de una enfermedad hereditaria no debe equivaler a una sentencia de muerte”, advierte, en este sentido, la Donum vitae.
Por tanto, el diagnóstico prenatal contradice gravemente la ley moral en tantísimos casos en los que prevé, en función de los resultados, la posibilidad de provocar un aborto, calificado erróneamente como “terapéutico” (pues no cura al embrión, sino que lo destruye).
Por ejemplo, en algunos países, más del 95% a los que se les diagnostica una trisomía 21 son eliminados.
Dada la complejidad de los métodos de diagnóstico, deben evaluarse las diversas y complejas técnicas de diagnóstico prenatal con mucho cuidado y rigor. Algunas ponen en riesgo la vida del feto.
Además de tener como objetivo mejorar el estado de salud del feto, el diagnóstico prenatal ético exige un segundo criterio: que los riesgos para el niño por nacer no sean desproporcionados.
Los métodos de diagnóstico utilizados deben tender a promover verdaderamente el bienestar personal del individuo, sin causar daño a su integridad ni deteriorar sus condiciones de vida, indica la Donum vitae. Sin embargo, algunos de ellos conllevan riesgos, por lo que conviene ponderar detenidamente de antemano los efectos de las distintas técnicas.
En primer lugar, es importante diferenciar dos tipos de técnicas: las no invasivas y las invasivas.
Las técnicas no invasivas son las ecografías (haces de ondas ultrasonoras que permiten examinar los órganos del feto, detectar un embarazo múltiple o extrauterino, confirmar el tiempo de embarazo u observar una posible malformación importante como un edema anormal en la nuca), el embrioscopio (un sistema óptico que se introduce por el cuello del útero para observar al embrión en su saco amniótico utilizado para declarar posibles malformaciones de los miembros, el labio leporino o anomalías hereditarias), los análisis de sangre convencionales (algunos se limitan a las medidas de albúmina, glucosa, o detectan enfermedades de la madre como la rubeola o la toxoplasmosis), y el triple streening (análisis sanguíneo de las tres sustancias características del embarazo: la hormona gonadotropina coriónica (HCG), la alfafetoproteína (AFP) y el estriol no conjugado (E3); pero sus resultados no son determinantes).