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Discipulado integral, parte III

Discipulado integral, parte III

por Harold Segura

En la iglesia, el amor es una exigencia que madura, y las imperfecciones son el reto que afirma la confianza en la gracia del Señor. En ella, el crecimiento sucede a pesar de y gracias a la imperfección de sus miembros.

«Aunque espero ir pronto a verte, escribo estas instrucciones para que, si me atraso, sepas  cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la iglesia, del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad»1 Timoteo 3.14–15.


El ambiente de las epístolas pastorales es eclesial y comunitario. Es tan eclesial que algunos biblistas opinan que no corresponde al contexto del primer siglo, sino de la primera mitad del siglo II, cuando las comunidades habían desarrollado ciertos grados de institucionalización jerárquica. De allí concluyen que son cartas escritas por el «movimiento sub-paulino», entre los años 100 y 135.


En especial, en 1 Timoteo, Pablo expresa cuatro preocupaciones: las doctrinas heréticas, la presencia de los ricos en la iglesia, la creciente participación de las mujeres en el ministerio local, y la opinión de la sociedad greco-romana para los cristianos (el «qué dirán»)1. Para cada una de estas preocupaciones ofrece alternativas que deben ser acogidas por el discípulo y aceptadas por la iglesia. Aunque en 2 Timoteo y Tito los énfasis varían, se mantiene el interés por las iglesias y por su desarrollo institucional.


Pablo escribe desde la distancia; ni Tito ni Timoteo están cerca (2Ti 4.9). Por lo tanto, la maestra inmediata es la iglesia. Ella es la tutora y en su seno crecen los discípulos.


David Bosch, eminente misiólogo del siglo XX, sostiene que Pablo se relacionaba con las iglesias por medio de sus discípulos y colaboradores —en este caso Tito y Timoteo—, a su vez que, por medio de ellos, las iglesias se identificaban con sus esfuerzos misioneros. Esa, según Bosch, era la intención primaria que animaba al apóstol a mantener vínculos cercanos con ellos. «En términos teológicos esto significa que Pablo concibe su misión siempre en función de la Iglesia».


La iglesia, aunque imperfecta, es el medio natural para que la fe crezca y para que esta se proyecte hacia el mundo entero. No es posible, entonces, concebir la tarea de formar discípulos aparte de la comunidad de fe. Todo intento de formación «a distancia», separado de la iglesia resulta inútil. La comunidad de los bautizados proporciona la relación pedagógica apropiada para que surjan experiencias de aprendizaje significativas que incidan en la vida de los discípulos. No es suficiente centrar la educación en la transmisión de conocimientos; se hace necesario proporcionar ambientes adecuados (ecología cognitiva3) para el aprendizaje continuo; y el ambiente proporcionado por Dios para ese efecto es, primordialmente, la iglesia.


En la iglesia, el amor es una exigencia que madura, y las imperfecciones son el reto que afirma la confianza en la gracia del Señor. En ella, el crecimiento sucede a pesar de y gracias a la imperfección de sus miembros. Pablo no es ingenuo, él sabe que en el seno de la iglesia hay hipocresía, traición, apostasía y liviandad espiritual. Ejemplo de ello es un tal Alejandro, de quien Pablo comenta: «Alejandro el herrero me ha hecho mucho daño. El Señor le dará su merecido» (2Ti 4.14). Sin embargo, esa iglesia, inconsecuente y manchada por su pecaminosidad es, por el misterio de la gracia, «columna y fundamento de la verdad» (1Ti 3.15).


Afirmar el papel irremplazable de la iglesia en el proceso formativo de los discípulos, no equivale a decir que el fin de esa formación es la iglesia misma. Tampoco que es la instancia única o exclusiva de la formación de los discípulos. Esto sería incurrir en una desviación «eclesiocéntrica». Lo que sí se asevera es que la iglesia es el medio preferencial de esa formación, pero el fin es el mundo con sus múltiples necesidades y desafíos. La fe se desarrolla y madura dentro de la comunidad de fe —entendida esta en su forma más amplia—, pero se proyecta y se valida afuera, en medio de las necesidades del mundo.


Cuenta una historia que una mujer devota y llena de amor solía ir a la iglesia todos los domingos.  Un buen día, tras haber recorrido el camino acostumbrado, llegó a la iglesia en el preciso momento en que empezaba el culto. Empujó la puerta pero esta no se abrió. Volvió a empujar, esta vez con más fuerza, y comprobó que la puerta estaba cerrada con llave. Afligida por no haber podido asistir al culto por primera vez en muchos años, y no sabiendo qué hacer, miró hacia arriba… y justamente allí, frente a sus ojos vio una nota clavada en la puerta. La nota decía: «Estoy aquí afuera». La firma era de Dios.


Afuera se encuentra el Señor quien nos convoca con ojos misioneros y corazón compasivo, para que afirmemos su Reino y anunciemos su señorío. Afuera se encuentra la razón de ser de nuestro discipulado.


El autor, colombiano de nacimiento, es consultor de Relaciones Eclesiásticas e Impacto Cristiano para América Latina y el Caribe de Visión Mundial Internacional.