Biblia

Vivir rendidos a Él

Vivir rendidos a Él

por Apuntes Pastorales

Ser sensibles al Espíritu de Dios es fundamental. Su mover resulta muy sutil, difícil de definir, pero, aun así, resulta muy importante que todos los que ministramos cultivemos un oído dispuesto al Señor.

Una plática con Orville Swindoll
El pastor Orville Swindoll, autor de trece libros y una variedad de artículos, nació en un hogar cristiano y entregó su vida al Señor a los diez años de edad. De niño su madre ejerció gran influencia sobre su vida, enseñándole los rudimentos de la vida en Cristo. Se casó con Erma Jean Hensley en el año 1952 y luego de una visita previa al país, se mudaron a Argentina, donde sirvieron durantes los siguientes treinta y dos años en una diversidad de congregaciones y proyectos. En la actualidad reside con su esposa en Miami, donde integran el equipo pastoral de una nueva congregación en la ciudad. Los Swindoll tienen cuatro hijos, diecinueve nietos y siete bisnietos.
ENTREVISTA
AP: ¿Qué cambios observó en la Iglesia a lo largo los años que ministró en Argentina?
OS: Lo primero que puedo mencionar es que cuando llegamos al país el tamaño de las iglesias comunes era de 100 a 150 personas. Una congregación de 200 se consideraba, pujante, grande. Hoy en día existen congregaciones con miles de asistentes, especialmente en las ciudades grandes. Recuerdo también que los primeros evangelistas que llegaban a Argentina en esos años eran casi todos provenientes del extranjero. Con el pasar de los años, sin embargo, los mismos evangelistas argentinos comenzaron a viajar por todo el mundo; es decir, se invirtió la situación.
También recuerdo que surgieron hombres con mucha capacidad teológica y pastoral, especialmente a partir de los años de la llamada «guerra sucia» en Argentina. Las instituciones tradicionales no respondían a las interrogantes de las personas y, en ese tiempo, Dios estaba obrando algo maravilloso. Comenzaron a resonar bastante en el país hombres tales como Omar Cabrera, Carlos Anacondia, y algunos otros. La misma Iglesia pasó por una experiencia de maduración, en parte por el sufrimiento que le había tocado sobrellevar en medio de tantas crisis.Muchas veces la tradición ofusca la mente para que no podamos percibir los movimientos frescos que Dios está realizando. En nuestra experiencia, el despertar en las iglesias lo comenzamos a conocer a fines de la década de los sesentas, cuando surgió lo que, en un primer momento, se llamaba el movimiento carismático de renovación. Estuve involucrado en él, junto con unos cuantos colegas, desde el mismo inicio. Al principio muchos nos resistieron, seguramente por nuestra inmadurez. ¡La mayoría de nosotros estábamos entre los veinte y los treinta años! Pero el hambre del pueblo por respuestas concretas a las problemáticas cotidianas y el mover de Dios se combinaron para producir una verdadera transformación en la Iglesia.
AP: ¿Cuál ha sido el «motor» que ha movido su propio ministerio?
OS: El deseo de ver a la Iglesia madurar y adquirir valores espirituales es una de las razones por las que, desde un principio, le dimos poca importancia a asuntos de política, edificios, y estructuras denominacionales. Nuestra pasión la enfocamos en el desarrollo espiritual. Buscábamos la forma de ayudar a las personas a que vivieran bajo la guía del Espíritu Santo y el señorío de Cristo, minimizando el papel humano. No es que la parte humana no tenga importancia, pero al enfatizar más la obra del Espíritu Santo todo lo que surge del hombre queda equilibrado con una buena cuota de gracia.
AP: En su opinión, ¿qué dificulta ese fluir del Espíritu?
OS: Yo creo que a lo largo de la historia de la Iglesia la tradición de los hombres ha representado siempre un obstáculo. No es que me esté pronunciando en contra de la tradición, porque entiendo que resulta inevitable que con el paso de los años todos desarrollemos una tradición. La tradición nos da estabilidad, un marco para el encuentro entre personas de un mismo sentir. Evita que seamos hojas llevadas de un lado a otro por el viento. Lo cierto, no obstante, es que muchas veces la tradición ofusca la mente para que no podamos percibir los movimientos frescos y nuevos que Dios está realizando.
Cuando Dios obra, siempre lo hace combinando lo antiguo con lo nuevo. En esos años en Argentina vimos a Dios obrar de una manera fresca, pero que algunos la resistieron. Pero cuando por fin logramos mayor estabilidad y crecimiento, observamos cómo desaparecían las barreras humanas. En un momento crítico Dios nos dio la gracia para admitir públicamente algunos de los errores que habíamos cometido. Nuestra arrogancia inicial no aportó ningún bien a nadie, pero esas confesiones ayudaron a sanar las relaciones, de modo que hoy en día gozamos de una muy grata relación con la mayoría de los cristianos en Argentina, incluso con muchos católicos.
AP: ¿Qué cualidades consideras importantes en un ministro?
OS: El factor principal es la integridad. Dios nos juzgará por lo que somos y no por nuestros logros. Es vital que seamos fieles a Dios y a nosotros mismos. Jamás debemos ceder frente a las tentaciones que ofrecen el dinero, el sexo, el placer y la fama. También creo que ser sensibles al Espíritu de Dios es fundamental. Su mover resulta muy sutil, difícil de definir, pero, aun así, resulta muy importante que todos los que ministramos cultivemos un oído dispuesto al Señor.
En el año 1953 mi esposa y yo conocimos el bautismo del Espíritu, una experiencia muy importante para nosotros. Pero no fue hasta el año 1964 que realmente pudimos entender lo que significaba andar en el Espíritu. Dios había estado impactando mi vida por medio de conversaciones con otros, la lectura de algunos libros y la reflexión sobre nuestra propia experiencia en el ministerio. Comenzábamos a entender que Cristo en nosotros tiene que ser una realidad que orienta, motiva y proyecta la vida.
A partir de ese momento uno de los temas recurrentes en mi ministerio ha sido entender el mover de Dios dentro de nosotros. Algunos esperan que Dios les escriba con letras de fuego en la pared o que descienda un relámpago del cielo, pero yo descubro realmente que los grandes movimientos de Dios operan dentro de nuestro propio ser.
AP: ¿Cómo podemos crecer en ese ejercicio de prestar atención a lo que el Señor está queriendo comunicarnos?
OS: Yo leí el texto de Juan 10.27, en el que Cristo declara que sus ovejas conocen su voz, y por eso lo siguen. Un día, en oración, confesé al Señor: «Yo soy tu oveja, pero no puedo decir con seguridad que yo sé oír tu voz. Necesito aprender a oír tu voz». Entonces el Señor comenzó a enseñarme precisamente cómo discernirla.
Cuando regresamos a EE.UU. por un año en 1964, nosotros ya teníamos tres hijas y esperábamos el cuarto, un varón que nació poco tiempo después de nuestra llegada. Por el tamaño de nuestra familia sabía que íbamos a necesitar un vehículo para trasladarnos de un lado a otro, pero no tenía los recursos para comprar uno. Una congregación con la que nos relacionábamos ofreció comprar el auto, el cual dejaríamos para otras familias misioneras al regresar a Argentina. Como yo debía realizar la compra, comencé a leer los clasificados en busca de una buena oferta. Día tras día encontraba autos que reunían las condiciones que necesitábamos, pero sentía dentro de mí alguna restricción, como que el Señor me estaba diciendo que no avanzara con el negocio.Tuve que aprender que la manera en que el Señor nos guía es bastante sutil, no es con terremotos. Confieso que al principio me pareció extraña la situación. Yo no soy una persona mística. Toda mi vida he sido muy práctico y no me cuesta tomar decisiones y avanzar en direcciones concretas. Me acordé, sin embargo, que había pedido al Señor que me enseñara a oír su voz. Así que, intenté ser más sensible y no insistir. Pasaron unas cuantas semanas y cada oportunidad que se me presentaba sentía el mismo impedimento. En cierta oportunidad estuve en el estado de Kansas con el pastor de la iglesia que se había ofrecido para comprar el vehículo. Como yo no había podido aún comprarlo, ofreció llevarme a la venta de autos de un amigo cristiano. En el lugar encontramos un vehículo exactamente como el que estábamos buscando. Cuando el amigo lo quiso poner en marcha, no encendió. Le resultó extraño, porque esa misma mañana lo había manejado. Aunque siguió insistiendo, siempre fracasó en su intento. ¡Ni siquiera cuando le cambió la batería!
Cuando regresé, un amigo me propuso que yo comprara su vehículo, pues él pretendía cambiarlo por un modelo más reciente. Mientras esperaba el nuevo vehículo, este hombre le hizo algunas reparaciones al que yo compraría, y me propuso que compartiéramos los gastos, lo cual me pareció muy justo. Sin embargo, luego de orar, sentí que el Señor no me daba el visto bueno para esta compra. La situación se tornaba embarazosa, porque ahora, después de que el hombre había realizado los gastos de las reparaciones para entregarnos el vehículo en mejor estado, debía avisarle que no pretendía realizar la compra. Decidí explicarle lo que me estaba pasando y de cómo sentía que el Señor me impedía avanzar en el asunto. Le rogué que me diera algo más de tiempo para descifrar lo que estaba pasando.
Mientras él esperaba recordé a  una médica china que había visitado; ella también quería cambiar su vehículo. La llamé para informarme si aún seguía con esa idea y si estaba dispuesta a venderlo. Ella me dijo que no podía vendérmelo porque ¡me lo quería obsequiar! Aun cuando le insistí que yo ya contaba con el dinero para la compra, ella no aceptó otro acuerdo que regalarme el vehículo. Después de todas las vueltas que había dado, el auto que necesitaba estaba en la misma ciudad de Houston, en donde habíamos vivido antes. El domingo, en la reunión de la iglesia, dos hombres se me acercaron.
Ambos también llegaron con la intención de regalarme su vehículo, De modo que en menos de una semana me ofrecieron ¡tres vehículos regalados! Al final me quedé con el auto de la médica.La formación de nuevos líderes implicará la disposición de escuchar a los que les llevan ventaja en tiempo y experiencia. La experiencia me resultó tan extraña que pregunté a Dios: «Señor, ¿qué es lo que estás haciendo?» El Señor habló a mi corazón y me dijo: «Los autos no representan ningún problema para mí; el problema es tu oído. Si yo consiguiera que tu oído permanezca atento a mi voz, yo podría darte todo lo que necesitas». ¡Santo remedio¡ Me di cuenta de que ese impedimento, que había sentido todas esas semanas, no era más que el esfuerzo del Señor de darme su dirección. Entendí que el Señor me estaba mostrando cómo me iba a guiar en la vida y, con los años, esa forma de comulgar con el Espíritu llegó a ser algo normal en nuestra vida cotidiana. Esa lección revolucionó mi vida.
AP: ¿Qué es lo que más le ha traído gozo en los años que ha servido al señor sirviendo a Su Iglesia?
OS: Ver a otros rendirse al Señor y aprender a moverse bajo la guía del Espíritu, experimentando la plenitud de la gracia de Dios. También me produce gozo ver nacer nuevas congregaciones que se afianzan y trabajan para la extensión del Reino. Todo lo relacionado con la expansión de la obra y la profundización de la vida espiritual me ha dado mucha satisfacción. A partir del año 1973 Dios comenzó a traer a nuestra vida una gran carga por la familia. Poder ver que una familia se ubica en el plano que Dios desea nos produce gran gozo.
AP: ¿Recuerda algún error que le dejó una lección importante?
OS: No se me viene a la mente uno en particular en este momento, pero cuando uno comienza a moverse con los dones del Espíritu existe la tentación de presumir sobre  la guía del Señor. Tuve que aprender que la manera en que el Señor nos guía es bastante sutil, no es con terremotos. Yo esperaba al principio que temblara, que me sacudiera antes de moverme en el Espíritu. Otras veces también he sido presumido en hablar antes de escuchar la voz de Dios. Es cierto que he cultivado desde entonces un sentido de precaución para no presumir sobre la dirección del Señor y me ha ayudado bastante al pastorear las congregaciones que he servido a lo largo de los años. Muchos pastores se apuran por intervenir cuando se encuentran ante una situación extraña, nueva o que pudiera estorbar a la congregación. La experiencia me ha mostrado que cuando uno se apresura, se arriesga a tomar decisiones de las que se lamentará más adelante.
AP: ¿Percibe algo en la iglesia de hoy que haya despertado su preocupación?
OS: Sí, la superficialidad me preocupa. También el énfasis exagerado en números, en espectáculos. Necesitamos recuperar, entre los ministros, una conducta más profesional. Claro, la iglesia no puede siempre ser prolija porque llegan a ella muchas personas con grandes dificultades y complicaciones, por lo que existirán ciertos elementos que nunca podremos controlar, pero esto no nos da licencia para convertir nuestras congregaciones en centros del espectáculo.
AP: ¿Qué desea para los pastores que vienen detrás, los que todavía se están formando?
OS: Que soporten las pruebas, que permitan que Dios cale hondo en sus vidas y que no desprecien el sufrimiento. Aporta muchos beneficios soportar diversas situaciones hasta que llegue el momento de ver a Dios actuar. Esta espera requiere que cultivemos paciencia. Todo esto lleva tiempo. Obviamente no podemos esperar que un niño de seis años ejercite paciencia, pero cuando ya tiene veinte años debe ser paciente. Cuando comienzan su vida los cristianos suelen ser muy entusiastas, pero, para el perfeccionamiento de su vida, formar buen criterio y juicio nos resulta vital. En mi opinión, esa formación implicará también la disposición de escuchar a los que les llevan ventaja en tiempo y experiencia. Yo valoro mucho la sangre joven, porque entiendo que poseen mucho entusiasmo pero, junto con esto, necesitamos personas maduras y estables para equilibrar la marcha de la Iglesia.

©Apuntes Pastorales XXV-3, todos los derechos reservados.