Navidad: tiempo de obedecer
por Alice Scott-Ferguson
En este tiempo de Navidad, sin importar que la gente no nos entienda, o bien nos calumnie o nos margine, demostremos el grado en que amamos a nuestro Padre al obedecer cualquier visión que nos ofrezca.
El distintivo de nuestra igualdad como seres humanos es la oportunidad de obedecer a Dios. Cada año le pido al Padre que me muestre un nuevo ángulo de la Navidad. Los discernimientos frescos aumentan la maravilla de un evento que, por ser una historia tan familiar, puede llegar a cansar. Este año, cuando me vi desafiada a echar un vistazo a la conocida historia desde una perspectiva de relaciones de igualdad, me emocioné con lo que encontré. En forma general, los personajes de la historia navideña surgieron con un valor equitativo no sólo en sus papeles, sino también en sus respuestas. Las mujeres siempre han percibido a María como una proveedora prominente y como la mejor representante del género femenino. No existe honor tan noble como el de ser la vasija elegida para llevar al Salvador del mundo.No hubo un hotel de cinco estrellas, sólo un establo con una estrella que iluminaba la locación donde el Señor de la Gloria había descendido. En una revisión más detallada, María surge como la representante de otro grupo marginado: la adolescente soltera y embarazada. Los historiadores dicen que María probablemente tenía alrededor de trece o catorce años cuando se vio envuelta en esta comprometedora situación, mientras vivía en el pueblo militar de Nazaret. No es difícil imaginar que las personas esparcieran rumores, sospecharan de su virtud y la esquivaran al pasar. La exquisita narración de la sumisión de María está registrada en Lucas 1.37-38 (Versión Reina-Valera 95): «Pues nada hay imposible para Dios Aquí está la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra». Semejante sensibilidad es asombrosa. Si bien José es igual de importante en el plan de Dios, pocas veces se resalta a este joven especial en la narración de esta historia. Todavía no estaba casado con la mujer que amaba y que ahora llevaba en su vientre al hijo de otro. En medio del remolino de emociones encontradas, José mostró una integridad increíble y adoptó un papel que para la sociedad moderna es más fácil de identificar: el de padrastro. José tenía una tarea formidable frente a él: criar a un niño que no era suyo sino que era el propio Hijo de Dios. A pesar de que la sumisión de María es bastante conocida, José también obedeció el sueño dado por Dios, el cual lo hizo partícipe secreto del plan de los siglos (Mt 1.18-23). En los versículos 24 y 25 (Versión Reina-Valera 95) leemos: « hizo como el ángel del Señor le había mandado y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito, y le puso por nombre Jesús». José es el modelo de una persona extraordinaria, responsable y valiosa. Tanto el lugar como las personas involucradas en este santo nacimiento nivelaron la situación aún más al incluir al estrato más bajo de la sociedad. No hubo un hotel de cinco estrellas, sólo un establo con una estrella que iluminaba la locación donde el Señor de la Gloria había descendido. Incluso los animales fueron respetados. Dios no consideró que compartir el cuarto con otras criaturas que él había creado era algo indigno para su condición. Sin embargo, el elemento más equitativo durante toda la trama de este relato es la obediencia. A fin de tener una historia de Adviento que contar, Dios requería de obediencia, sin importar el sexo, la edad o la clase social. Asimismo, dos siervos fieles en Jerusalén aseguraron la presencia de la generación adulta dentro del tapiz de la obediencia (Lc 2). Simeón esperaba al Cristo y sabía que no moriría antes de verlo. Cuando finalmente tomó al pequeño bebé en sus brazos, creyó que este era la promesa de Dios para todas las personas; además, le profetizó a María acerca del sufrimiento venidero en su corazón de madre. Tal era la devoción de la profeta Ana que nunca dejaba el templo. Ella también reconoció al niño y lo proclamó a todo aquel que buscaba redención en Jerusalén. Igualmente me gratifica saber que los humildes pastores creyeron el mensaje anunciado por los ángeles (Lc 2). Después de que habían visto al recién nacido, ellos también propagaron las noticias acerca de la llegada del Cristo. Del mismo modo, los magos viajaron desde muy lejos siguiendo la luz de la estrella para llegar a adorarlo; además, ignoraron la conspiración y artimaña de Herodes para que regresaran con las noticias de su paradero (Mt 2). Una vez más, la obediencia a un sueño aseguró que el relato de la Natividad permaneciera intacto. Sin embargo, ninguna navidad hubiera existido sin la obediencia del Hijo. Dios mismo renunció a todos sus derechos cuando se convirtió en uno de nosotros. Luego, se humilló a sí mismo en la forma humana más vulnerable: un bebé totalmente dependiente del amor y cuidado de dos confundidos pero obedientes nazarenos. Jesús obedeció no sólo en la Encarnación sino que durante toda su vida se sometió a su Padre celestial, incluso hasta en la cruz.Así como le confió su propio Hijo a dos nazarenos, ha depositado en nosotros esa misma y grandiosa confianza. Cada uno de nosotros tiene la oportunidad de compartir el amor imparcial de Dios. En este tiempo de Navidad, sin importar que la gente no nos entienda, o bien nos calumnie o nos margine, demostremos el grado en que amamos a nuestro Padre al obedecer cualquier visión que nos ofrezca. Sabemos que, así como le confió su propio Hijo a dos nazarenos, ha depositado en nosotros esa misma y grandiosa confianza: su Hijo mora en nuestros corazones.
La autora fue directora de Women of the Word (Mujeres de la Palabra), un ministerio en el Reino Unido que anima a mujeres en Gran Bretaña y en todo el mundo. También es autora de varios libros. ©Mujer Líder/ Edición octubre- diciembre de 2004/ Volumen II Número 3. Todos los derechos reservados