Biblia

Hora de decidir

Hora de decidir

por Pedro Fuentes

El ejercicio de tomar una decisión requiere de mayor disciplina de lo que creemos.

Muchas veces sabemos, sin temor a equivocarnos, cuál es el camino que debemos seguir, pero no lo transitamos. Sabemos cuál sería la mejor decisión, pero no la tomamos. Lo que sucede es que cualquier decisión conlleva una crisis . Una decisión representa una negación a todas las demás opciones. Tal vez nos falte coraje, o quizás nos sobren temores.
Lo cierto es que todos tomamos decisiones de forma continua, aun cuando algunos traten de evitarlo. Otros dejan que los demás decidan por ellos. Las personas que triunfan son aquellas que no evitan las decisiones que deben tomar. Son esa clase de gente que están dispuestas a pagar el precio de equivocarse o a disfrutar el resultado de haber acertado. Siempre asumen su responsabilidad.El ejemplo de Jesús es más que suficiente para recordarnos que no podemos seguir el plan de Dios y ser negligentes a la vez. Las tan conocidas frases «nunca me decidí», o «dejé de hacerlo por falta de decisión», suelen ser respuestas muy comunes entre las personas que arrastran situaciones inconclusas en su vida, ya sea que se trate de cartas sin responder, materias sin aprobar, una construcción sin terminar, un jardín sin arreglar, o cualquier otro tema pendiente.
La pregunta que siempre me he formulado cuando encuentro en mi vida situaciones no resueltas es: «¿Por qué no tomo una decisión? ¿Por qué, debiendo asumir una decisión, prefiero evitarla?» Las respuestas para justificarme pueden ser muy variadas. Creo, sin embargo, que la falta de decisión se origina en actitudes pecaminosas y de ninguna manera debiera continuar así. Veamos algunas razones por las que las personas no se deciden:
Pereza
«El alma del perezoso desea; y nada alcanza, mas el alma de los diligentes será prosperada» (Pr 13.4). Dios advierte que la persona perezosa no obtendrá prosperidad ni éxito. El perezoso estará siempre haciendo planes, pero nunca los realizará. La pereza es la actitud de no querer trabajar, de buscar comodidad y holgazanear.
La Biblia nos exhorta a dejar esa actitud : «Ve a la hormiga, oh perezoso; mira su camino y sé sabio», (Pr 6.6). Muchas de nuestras decisiones implican tener que ponernos a trabajar, dejar nuestro estado de pasividad y poner manos a la obra. Las personas triunfadoras siempre han sido personas de acción. No es posible alcanzar éxito desde la inacción.
La exhortación de los cinco exploradores de Dan al pueblo fue: «Levantaos, subamos contra ellos; porque nosotros hemos explorado la región y hemos visto que es muy buena; ¿y vosotros no haréis nada? No seáis perezosos en poneros en marcha para ir a tomar posesión de la tierra» (Jue 18.9). La pereza podía llevar a los hijos de Dan a perder la oportunidad de poseer una buena tierra. Era imprescindible que salieran a luchar. Poseerla les resultaría imposible si no tomaban la decisión de salir a pelear. Siempre será así. Decidirse exige renunciar a la pereza. El ejemplo de Jesús es más que suficiente para recordarnos que no podemos seguir el plan de Dios y ser negligentes a la vez. Jesús declaró: «Mi Padre hasta ahora trabaja y yo trabajo» (Jn 5.17). Las palabras del apóstol Pablo son un reto para todos los que deseamos alcanzar éxito: «En lo que requiere diligencia, no perezosos» (Ro 12.11).
Postergación
Sabemos exactamente qué es lo que debemos hacer, cómo debemos hacerlo, y somos conscientes de los beneficios y los perjuicios que están en juego. Así y todo, no lo hacemos. Si nos pidieran alguna explicación, seguramente no conseguiríamos ninguna razón de peso para justificarnos, pero sí para sonrojarnos: esto sencillamente se llama postergación.
El concepto esbozado por las autoras del libro El hábito de posponer define con claridad cuál es la razón por la cual una persona se habitúa a posponer sus decisiones: «La postergación les permite permanecer suspendidos en el limbo, entre lo que quieren hacer y lo que piensan que deben hacer».
Si de verdad queremos obtener éxito en la vida, no deberíamos dejarnos atrapar por esa actitud tan cómoda, pero devastadora. Las personas que fracasan se han acostumbrado a postergar. Debemos revisar nuestro estilo de vida, nuestras costumbres y hábitos. Cuando una persona arreglaba algo para salir del paso, mi suegro solía decir: «esto es provisorio para siempre».
Pablo exhortaba así al joven Timoteo: «Procura con diligencia» (2Ti 2.15). La palabra diligencia significa «accionar con prontitud». Es verdad que el texto se refiere a presentarse a Dios, pero es la misma palabra que Pablo utiliza cuando lo apremia: «Procura venir pronto a verme» (2Ti 4.9). Si actuamos con diligencia para responder a las demandas de Dios, también seremos diligentes para realizar nuestras cosas.
La actitud de postergar las cosas que debemos hacer no es un síntoma de las personas que triunfan. Los niños suelen tener esa actitud: están prontos (o diligentes) si les decimos que los llevaremos a pasear o a tomar un helado; sin embargo no mostrarán la misma prontitud cuando tengan que hacer sus deberes escolares o colaborar con las tareas de la casa. Ellos se manejan por lo que les agrada hacer, no por lo que deben hacer.Dios no está de acuerdo con nosotros cuando postergamos lo que debemos hacer hoy. Jesús siempre realizó a su tiempo cada obra que debía cumplir. La postergación produce severos daños en la vida de las personas, de las familias y también en las iglesias. Dios no está de acuerdo con nosotros cuando postergamos lo que debemos hacer hoy. Jesús siempre realizó a su tiempo cada obra que debía cumplir. Es por esta razón que nunca tuvo que regresar a terminar tareas inconclusas. Los hombres dijeron de él: «Bien lo ha hecho todo». (Lc 7.37)
Miedo al fracaso
Muchas personas fracasan antes de comenzar. Repetidas veces piensan que de seguro fracasarán y por ello nunca se atreven a intentarlo. El miedo al fracaso se basa en engaños de Satanás. Dios no nos creó para el fracaso sino para el triunfo. El gran fracasado es Satanás y, con sus artimañas, pretende llevarnos tras sus pasos malignos, pero nosotros debemos oír las palabras de Pablo: «Antes en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Ro 8.37).
Con seguridad, más de alguna vez fallaremos en el intento de alcanzar objetivos. Esto de ninguna manera debe llevarnos a sentirnos fracasados. Muy por el contrario, ante un error cometido debemos repetirnos lo que el famoso científico Tomás Edison aconsejó a uno de sus  alumnos tras fracasar en un ensayo: «No lo llames un error; llámalo educación».
Usemos los errores para aprender, no para abandonar. El legítimo fracaso ocurre no cuando fallamos sino cuando no volvemos a intentarlo. El miedo al fracaso es el mayor de los fracasos. La conclusión a la que arriba el gran predicador ilustra perfectamente este concepto: «Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto» (Ec 9.4).
No importa cuántas veces intentemos algo, lo que añade valor al esfuerzo es no darnos por vencidos. Mientras estemos con vida, siempre existe la esperanza de triunfar. Por ello, no importa cuántos años tengas, ni cuántas veces hayas probado, intenta una vez más. Dios estará de tu lado y te llevará al triunfo. Si fracasas no te acobardes, siempre podrás comenzar de nuevo.

Se tomó de Podemos triunfar, Sembrar ediciones, 2005. Se usa con permiso. Apuntes Digital, Volumen II – Número 5, edición de noviembre y diciembre de 2009. Todos los derechos reservados. El hábito de posponer, J. Burlan-Leonara Yuen, Vergara Editor S.A, 2000.