Biblia

El reino de Dios de cada día

El reino de Dios de cada día

por Ed. CrossWay

La evangelización más efectiva es la que le brinda a otros la oportunidad de observar a los hijos de Dios en el contexto de relaciones sanas.

Nuestra identidad está definida por la Palabra y la comunidad de fe. Como cristianos hemos sido llamados a una doble fidelidad: Fidelidad al contenido esencial del evangelio y fidelidad al contexto central de una comunidad que cree en Cristo. Sea que estemos pensando en evangelización, en trabajos sociales, en cuidado pastoral, en la defensa del evangelio, en el discipulado o en la enseñanza, el contenido debe ser siempre el evangelio de Jesucristo, y el contexto debe ser siempre la comunidad del Señor. Nuestra vida y nuestras obras las definen estas dos realidades.La iglesia, no es una reunión a la cual asistimos, sino una identidad, que en Cristo Jesús nos pertenece. Cuando nuestra vida espiritual se apoya en el mensaje del evangelio y la experiencia de la comunidad, nuestra experiencia de iglesia cambia dramáticamente.
Comenzamos a ver a la iglesia como nuestra identidad en lugar de una actividad que compite con las otras actividades de nuestra agenda.  Reconocemos la vida cotidiana como el contexto ideal para la proclamación de la Palabra, la cual llevamos a cabo en forma natural e informal.  Organizamos menos eventos evangelizadores, programas sociales y reuniones especiales para invertir más tiempo compartiendo nuestra vida con los que no creen. Establecemos nuevas congregaciones en lugar de estar obsesionados con agrandar las que ya existen. Estudiamos la Palabra en comunidad en lugar de aislarnos y estudiar a solas la Biblia.
Desarrollamos una perspectiva y un compromiso hacia las misiones y el cuidado pastoral que ejercita toda la semana, en lugar de momentos aislados de ministerio.  Cambiamos nuestro enfoque de la enseñanza de la Palabra hacia el aprendizaje de la Palabra. Descubrimos cómo discipularnos los unos a los otros cada día. La iglesia, no es una reunión a la cual asistimos, sino una identidad, que en Cristo Jesús nos pertenece.
Palabras y obras
Esta perspectiva tiene implicaciones radicales para la forma en que llevamos adelante la tarea de compartir el evangelio. Se dice que San Francisco de Asís alguna vez exhortó: «predica el evangelio siempre; cuando fuera necesario, usa palabras». Este es un gran dicho y seguramente ha impactado a muchas personas, pero tiene una carencia: no abarca la totalidad de lo que es la tarea evangelizadora tal cual la enseña la Palabra.
Jesús comenzó su ministerio público «proclamando el evangelio de Dios» (Mr 1.14). Cuando comenzó a ser conocido por sus milagros optó por alejarse de la región, para poder continuar con la tarea de proclamar el evangelio, «pues para esto he venido» (Mr 1.38).
Cuando el Señor encomendó el ministerio a sus discípulos les dejó una comisión específica: que fueran a todas las naciones «enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado» (Mt 28.20).
No cualquier palabra
Existe una tendencia en algunos grupos hoy a promover una evangelización que carece de la proclamación verbal del mensaje. Se realizan obras de bienestar social o se invita a la participación de reuniones, pero no se provee a las personas la explicación que necesitan para entender el significado de estas obras. Esto se puede comparar a cruzarse, en una ruta, con carteles que no contienen ninguna información: no señalan nada o, peor aún, señalan nuestras buenas obras. El evangelio es buenas noticias, un mensaje que debe ser proclamado, una verdad que debe ser enseñada, una palabra que debe ser hablada, una historia que debe ser contada.
El mensaje que Jesús proclamó fue: «el reino de Dios se ha acercado». Junto a este mensaje, Jesús llamó a la gente a arrepentirse y a creer las buenas nuevas que él traía. Con la llegada de un rey mesiánico, llegó una nueva época en la historia del pueblo de Dios. Jesús demuestra la veracidad de su proclamación del reino de Dios a través de sus palabras y de sus hechos, que culminan en la crucifixión y la resurrección.
Como resultado de esto el Rey invita a las personas a someterse, en arrepentimiento y fe, a su señorío para que puedan experimentar el reino de la libertad y de la vida. Dios es el centro del evangelio de la Palabra. Sin embargo mucha evangelización ubica a las personas en este lugar. El evangelio se distorsiona cuando buscamos que se ajuste a las necesidades personales de cada quien. El evangelio que Jesús proclamó se centra en la persona de Dios y nos llama a vivir en sujeción a aquel que Dios envió, que es Cristo mismo.
Una comunidad de la Palabra
El evangelio y la comunidad están íntimamente relacionados. La Palabra crea y nutre a la comunidad, mientras que la comunidad es la que proclama y revela la Palabra. A lo largo de la historia los grandes eruditos han comprendido que la Palabra y la Iglesia no pueden existir separadas.El mundo sabrá que Jesús es el hijo de Dios, enviado por Dios como salvador , cuando vean a una comunidad que practica el mismo amor de Cristo. Jesús afirmó la centralidad de la comunidad en la tarea evangelizadora durante la última noche antes de su crucifixión. En Juan 13 él anunció que sería traicionado. Para Jesús, se acercaba la hora de su glorificación. Para los discípulos, se acercaba un tiempo de nuevas responsabilidades, y estas responsabilidades primordialmente giraban alrededor del mandamiento que él les entregaba: «Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros; que como yo les he amado, así también se amen los unos a los otros» (13.34).
El peso del amor
En este momento crucial en la historia de Dios Jesús está preocupado por asegurarse que los discípulos se amen los unos a los otros como él los ha amado. La razón es porque el amor es un elemento indispensable del evangelio. Los discípulos deben seguir el ejemplo del Maestro, quien amó en palabra y en hechos.
El mensaje es claro. Antes de que los discípulos se conviertan en predicadores, en líderes, en fundadores de iglesias, deben ser amantes. La evidencia irrefutable de que conocen a Cristo es su capacidad de amarse unos a otros. El amor es la prueba dinámica, central, esencial de que, como comunidad, hemos entendido la esencia del mensaje que Dios nos ha hablado.
No es la pureza de nuestra doctrina lo que más importa. No es lo elaborado de nuestras estrategias lo que más peso debemos darle. No es nuestro compromiso con predicar lo que más vale. No es el compromiso de establecer nuevas iglesias lo que más conviene.
Lo que nos marca como diferentes frente a todas las otras comunidades que pueden existir sobre la faz de la tierra es nuestra capacidad de amarnos mutuamente. Mientras practicamos ese amor, el mundo, que es escéptico e incrédulo acerca del valor de la palabra de Dios, encuentra una expresión visible de un mensaje que fue proclamado hace 2.000 años. Nuestro amor, entonces, en la medida que imita y se conforma al amor de Cristo, es la herramienta evangelizadora con que contamos.
Un mensaje visible
Si unimos, entonces, el concepto de la proclamación de la Palabra con la experiencia de ser comunidad, emerge una clara estrategia para la evangelización. Muchas veces caemos en el error de pensar en la evangelización como un programa. Jesús, sin embargo, concibe la evangelización como un estilo de vida, cuyo motor es el amor de unos por otros. La comunidad cristiana es vital para nuestra misión como Iglesia. Esta misión se logra en la medida que la gente aprovecha la oportunidad de amarse mutuamente.Al percibir que la vida en esta comunidad se vive de manera distinta, ellos mismos comenzarán a preguntarnos por la razón de esta vida. Todos sabemos que el evangelio se comunica tanto por palabras como por la forma en que vivimos. Lo que Jesús está diciendo es que la vida que vivimos en comunidad, la vida que vivimos juntos, es lo que más impacta a los demás. Él ora, en Juan 17: «no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» (20–21). El mundo sabrá que Jesús es el hijo de Dios, enviado por Dios como salvador , cuando vean a una comunidad que practica el mismo amor de Cristo.
«Nadie ha visto a Dios», declara Juan. «El unigénito Dios, que está en el seno del Padre, El le ha dado a conocer» (Jn 1.18). El Dios invisible se hace visible por medio de su hijo Jesucristo. «A Dios nadie le ha visto jamás», vuelve a afirmar Juan en su primera epístola. «Si nos amamos unos a otros», sin embargo, «Dios permanece en nosotros y su amor se perfecciona en nosotros» (4.12). El Dios invisible se hace visible a través de una comunidad de personas que se aman en Cristo Jesús.
Una comunidad abierta
La vida en comunidad es una de las formas en que comunicamos el evangelio a los demás. Necesitamos crear oportunidades para que los que están alrededor de nosotros vean cómo nos amamos los unos a los otros. El contacto con la comunidad llega a través de una red de relaciones, en lugar de simplemente oportunidades de asistir a reuniones esporádicas en las cuales intentamos enseñarles las buenas nuevas del evangelio.
Nuestra experiencia en la Iglesia nos ha revelado que muchas veces las personas se sienten más atraídas a la comunidad cristiana que al mensaje cristiano. Si la comunidad es el instrumento para convencer, entonces necesitamos crear oportunidades para que las personas que no conocen a Cristo tengan relación con Su comunidad.
¿Cómo se consigue este contacto? Utilizando las relaciones naturales que son parte de nuestra vida cotidiana, en el trabajo, la escuela, el vecindario y entre amigos. En el contexto de estas relaciones podemos darle a la gente la oportunidad de que participen de nuestra experiencia de comunidad. El amor con que se aman quienes están en Cristo es lo que provoca inquietudes en ellos. A esto se refiere el libro de Hechos cuando relata que la Iglesia se reunía «por las casas». Los de afuera tenían entrada a los encuentros informales de una Iglesia que vivía comprometida con ser comunidad de Dios.
Cuando Pedro exhorta a los expatriados a estar «siempre preparados para presentar defensa ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros, pero hacedlo con mansedumbre y reverencia» (1Pe 3.15), no le escribe a individuos, sino a la Iglesia. Muchas veces nuestro esfuerzo evangelizador es un intento de responder preguntas que las personas no se están planteando. En lugar de esto, resulta más efectivo aprovechar los vínculos naturales para que ellos puedan ver la vida de la comunidad cristiana. La iglesia que se reúne por las casas es la iglesia donde habita el Espíritu de Dios (Ef 2.22). La vida que posee es la vida del Espíritu. Al percibir que la vida en esta comunidad se vive de manera distinta, ellos mismos comenzarán a preguntarnos por la razón de esta vida. En ese momento, entonces, podremos darles una respuesta que sí satisface una curiosidad natural en los que nos observan.
Para esto, no hace falta que seamos una comunidad perfecta. No estamos buscando dar testimonio de nuestras buenas obras sino que somos una comunidad que existe por la gracia de Dios hacia nosotros. Nuestro compromiso el uno con el otro, a pesar de nuestras diferencias, nuestros errores y nuestros fracasos, es lo que mayor impacto tendrá sobre ellos.

Se tomó y adaptó del libro Total Church, Crossway, 2008. Se usa con permiso. ©Apuntes Digital, Volumen II – Número 5. Todos los derechos reservados.