¡Cumple tu ministerio!
por Christopher Shaw
El alimento de cada semana en muchas congregaciones es una combinación de las ideologías «exitistas» del mundo empresarial con una psicología popular que solamente afianza el egoísmo del ser humano.
El relato del paso de los israelitas por el desierto revela una sucesión de infortunados contratiempos. Ellos, fieles a nuestra tendencia de considerarnos siempre víctimas, sentían que sufrían más de la cuota. La verdad, sin embargo, es que las complicaciones que experimentaron no fueron excesivas. La vida trata así a todos. Mientras avanzamos en los proyectos que nos ocupan experimentamos aflicciones, conflictos y reveses. Es consecuencia natural de vivir en un mundo afectado por nuestra rebeldía contra el Altísimo. Cuando examinamos con detenimiento estas dificultades no logramos identificar ningún claro patrón en sus manifestaciones. Las crisis sacuden a todos por igual, sin discriminar entre justos e injustos, ricos o pobres, hombres o mujeres, ancianos o niños, blancos o negros.Si carecemos de esta conexión con el Eterno, estamos destinados a ser «sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina. Accedemos a otra perspectiva, sin embargo, cuando incorporamos la óptica de Dios. En Deuteronomio él revela, con notable claridad, sus intenciones para con su pueblo: «te acordarás de todo el camino por donde el SEÑOR tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no sus mandamientos» (Dt 8.2 – Itálicas añadidas –NBLH).Los años en el desierto no fueron un entretiempo, una distracción mientras llegaban a la tierra prometida. Las complicaciones que experimentaron no surgieron al azar. Dios evaluaba las convicciones más profundas de sus corazones, aquellas que son las que definen nuestra conducta en cada situación. Él esperaba que, en medio de estos infortunios, ellos optaran por aferrarse a la brújula que les había provisto para el camino, su Palabra.Solamente la Palabra nos provee de la orientación necesaria para no perder el rumbo en medio de las tormentas y los desafíos de la vida. Si carecemos de esta conexión con el Eterno, estamos destinados a ser niños, «sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error» (Ef 4.14). Desorientados, acabamos cediendo ante los embates de nuestras emociones, las presiones de nuestra cultura y las demandas de las relaciones en que estamos inmersos. El resultado son las desconcertantes fluctuaciones típicas del hombre distanciado de Dios.De hecho, los israelitas son el ejemplo más claro de una existencia plagada de incertidumbres y desaciertos. La murmuración y la queja eran parte de su idioma cotidiano. Volvieron, una y otra vez, la mirada hacia su pasado, lamentando la decisión de haber salido de Egipto (Ex 14.10). Se comparaban con los paganos (Ex 16.2) y sentían «envidia de los arrogantes al ver la prosperidad de los impíos» (Salmos 73.3). De manera continua desobedecieron las instrucciones de Moisés (Nm 13 y 14). Se levantaron, en reiteradas ocasiones, contra el siervo que Dios mismo les había establecido (Nm 12 y 13). Se prostituyeron con las hijas de Moab (Nm 25). En el momento más oscuro de su paso por el desierto decidieron construirse un dios que se adaptara mejor a sus antojos, y formaron un becerro de oro (Ex 32).Tristemente, la Israel del desierto guarda muchas similitudes con algunos sectores de la Iglesia actual, representada por cristianos tibios cuya única diferencia con sus vecinos incrédulos es que asisten a una reunión los días domingos. En lo demás comparten los mismos valores, se quejan por las mismas realidades y se afanan por los mismos objetivos.¿Cuál es la razón por la que el pueblo de Dios vive con tantas contradicciones? Según el texto de Deuteronomio, la dificultad surge cuando, en medio de las pruebas propias de la vida, el pueblo opta por descartar la guía segura que proveen las Escrituras y la reemplaza por la insensatez de la astucia humana.Nuestra irremediable tendencia a la desobediencia se ha visto exacerbada, en estos tiempos, por una preocupante tendencia: el intento de muchos pastores de sustentar al pueblo de Dios con una dieta cada vez más insulsa. Han olvidado que sin el fundamento sólido de la Palabra, toda edificación inevitablemente termina sobre la arena. Cuando las lluvias, el viento y los torrentes azotan, el edificio se desmorona (Mt 7.26–27).El alimento de cada semana en muchas congregaciones, no obstante, es una combinación de las ideologías «exitistas» del mundo empresarial con una psicología popular que solamente afianza el egoísmo del ser humano. También ellos han fabricado su propio dios, un mero comerciante de baratijas. Predica la Palabra. La exhortación es clara. Es concisa. Es precisa. Es decisiva. No requiere de explicaciones, ni justificaciones. Es nuestra vocación.Este popurrí de filosofías posee todos los ingredientes característicos de los últimos tiempos que enumera el apóstol Pablo (2Ti 3.1–4). Frente a la posibilidad de un pueblo «con comezón de oídos», Pablo anima a Timoteo a que se mantenga firme en el ministerio que se le ha confiado. «Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción» (2Ti 4.2 – NBLH).Predica la Palabra. La exhortación es clara. Es concisa. Es precisa. Es decisiva. No requiere de explicaciones, ni justificaciones. Es nuestra vocación como ministros del pueblo. De hecho, tan importante es esta labor que el apóstol anima a Timoteo a insistir en esta tarea. Es decir: «Persevera, porfía, importuna, machaca, persiste. No te distraigas, ni te canses; no permitas que te intimiden, ni que te impongan otro mensaje. No te disculpes, ni tampoco te avergüences. ¡Sé fiel a tu llamado!»Nosotros, también, ¡seamos fieles a nuestra vocación!
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