Biblia

Juan 13,31-33a.34-35 – que se amen los unos a los otros

Juan 13,31-33a.34-35 – que se amen los unos a los otros

Texto del evangelio Jn 13,31-33a.34-35 – que se amen los unos a los otros

31. Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él.
32. Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto.»
33. «Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con ustedes.
34. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros.
35. En esto conocerán todos que son discípulos míos: si se tienen amor los unos a los otros.»

Reflexión: Juan 13,31-33a.34-35

El Señor Jesucristo vino a cumplir una Misión entre nosotros: Salvarnos. Él fue consciente todo el tiempo de ella, como lo prueba todo lo que hace y dice. No es que fuera sorprendido por nada de lo que ocurre, como a veces estamos tentados a creer. No debemos olvidar que Jesucristo, como Hijo de Dios, comparte la misma Divinidad y por lo tanto la misma Sabiduría y conocimiento de la Verdad, por eso nos dice que Él es el Camino, la Verdad y la Vida y que no hay forma de ir al Padre que por Él. La escena que estamos contemplando ocurre inmediatamente después que Judas sale a entregar a Jesús, es decir a terminar con la tarea que había asumido como resultado de sus estrechez mental, su poca visión, su ignorancia, las pasiones que lo dominaban, pero sobre todo por su FALTA DE FE. Judas no creía realmente que Jesús fuera el Mesías, el Salvador. Sus dudas eran tan grandes que poco a poco se había ido convenciendo, a pesar de todo lo que había visto y presenciado, que Jesús eran un charlatán, un embustero que traería la ruina a su causa y antes que perderlo todo decidió entregarlo y así por lo menos ganarse la recompensa que los judíos ofrecían. Esto es lo que sale a hacer y Jesús lo sabe, de allí su reflexión. Es importante constatar esto, porque ello no constituye sorpresa alguna para Jesús y contrariamente a lo que hubiera hecho cualquier persona que supiera a donde conducirían estos hechos, Él no huye, no se pone a mejor recaudo, porque sabe que Su hora ha llegado y como dirá después, nadie le quita la vida, sino que Él la entrega por nuestra Salvación. La diferencia es muy grande y constituye una Revelación en la que debemos reflexionar. Y es que Jesucristo es el Hijo de Dios y como tal ¡Es Dios! No lo olvidemos nunca. No confundamos, ni nos dejemos engañar. Estamos asistiendo al desarrollo del Plan de Dios, donde nada es casual, sino que todo ha sido detalladamente anticipado. ¡Quiere decir que Jesús es un masoquista? ¡No! Sino que en Su Sabiduría Infinita sabía que no había forma que fuera elevado y que todos pudiéramos verle, entendiendo Su mensaje, la Misión que se le había encomendado, que sometiéndose al juicio injusto y bárbaro de los hombres, que terminarían por ejecutarlo, por asesinarlo públicamente como un forajido, a pesar de haber pasado haciendo el Bien. Era preciso que ello pasara y que resucitara al tercer día para que la humanidad entera viera y creyera y creyendo fuera Salvada. Nuestra salvación pasa entonces por este sacrificio, sin el cual no hubiera sido posible. Cristo, por nosotros, se hizo uno más como nosotros para enseñarnos el Camino, sellándolo con Su preciosísima sangre, para que la nuestra no tuviera que ser derramada. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros.

¿Qué es lo que nos toca hacer a nosotros? Creer en Él y por lo tanto, hacer lo que nos manda. ¿Y qué nos manda? Amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado. Eso es todo. Eso es lo que debemos hacer para alcanzar la salvación: amarnos. Pero claro, fácil es decirlo; otra cosa muy distinta es hacerlo. Sin embargo con Su ayuda y participación todo es posible. Cuando hablamos de amor, estamos hablando de una orientación, de un rumbo general que debe tomar nuestra vida, de el Camino; esto es lo que es el Señor: el Camino. ¿Cómo traducirlo o interpretarlo o aplicarlo en nuestra vida? Parece obvio, sin embargo en la práctica resulta muy difícil, sobre todo cuando vivimos en un mundo que todo el tiempo está inmerso en la vertiente opuesta, fomentándola por todos los medios. Es tan grande la influencia de este mundo, que incluso a nosotros, que escribimos o leemos estas líneas, nos cuesta llevarlas a la práctica en nuestra vida cotidiana. Nos levantamos pensando en hacer aquello que nos gusta, dedicando nuestros planes a aquello que nos atrae y sin más empezamos haciendo lo que nos agrada: un jugo, un café, unos huevos revueltos, encendemos la radio o la televisión en nuestro programa favorito, vamos por el diario o la revista que nos gusta, llamamos a quien nos agrada…en fin, si nos detenemos a reflexionar sinceramente, descubriremos que en general son nuestros gustos, nuestra comodidad, nuestro parecer los móviles de nuestra acción diaria, cuanto más cuanto más tiempo tenemos lejos del trabajo, que constituye una obligación. Es decir, que en buena cuenta son nuestros gustos, nuestra satisfacción, nuestra comodidad los grandes dictadores de nuestro actuar y proceder. ¿Dónde están los demás? ¿Dónde entra el amor? Agradeciendo el nuevo día recibido, somos pocos los que nos ponemos a pensar inmediatamente qué haremos para agradar a nuestro cónyuge hoy; qué haremos para hacerle feliz. ¿Qué haremos por nuestros hijos, por nuestros vecinos, por nuestros amigos? Pero auténticamente por ellos, sin esperar nada a cambio, como hace Jesús. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros.

Bien pensado, no resulta tan complicado hacer lo que Jesucristo nos manda, lo que ocurre es que ni se nos pasa pensarlo y es que estamos programados para pensar solo en nosotros y parece que mientras más lo practicamos, más habitual se nos hace. Lo contrario también es cierto y es lo que debíamos esforzarnos en aprender, es decir, empezar nuestro día pensando y haciendo todo por los demás, por los otros, por los que nos rodean. No dejarnos llevar por el impulso egoísta y cavernario de vivir tan solo para mí, porque eso no es vida, sino muerte. Este es posiblemente el mensaje al mismo tiempo sencillo, pero profundo que Jesús nos da en este pasaje y en realidad en todos los Evangelios. ¡Debemos amarnos los unos a los otros! Y amar quiere decir disminuir yo, mí, me, conmigo, en la vida cotidiana, para que crezca el tú, él, ustedes, nosotros. Vivir y actuar teniendo en cuenta la alegría, necesidades y satisfacciones de los demás, antes que las nuestras. Entregaros al servicio de nuestros hermanos, empezando por aquellos que tenemos más cerca, los que viven bajo nuestro mismo techo y siguiendo por todos aquellos con los que mantenemos alguna relación. No se trata de estar buscando constantemente nuestra paz y tranquilidad, sino la de los demás, aunque eso nos cueste incomodarnos y sacrificarnos al extremo de dar la vida, como lo hizo Jesús por nosotros. Él es El Camino. Él es nuestro ejemplo. Es a imitación suya que debemos vivir, amando a los demás, dando de nosotros sin esperar nada a cambio. En eso consiste ser cristiano. Para eso es preciso ver y creer. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros.

Oremos:

Padre Santo, cambia nuestras vidas para que seamos capaces de dejar el egoísmo que parece gobernarnos y dominarnos, aprendiendo a amar a nuestro prójimo, empezando por los que viven con nosotros, por los más cercanos y a quienes nos debemos…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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