Sagrada vocación
por Christopher Shaw
Como formadores de vidas el Señor nos llama a prestar más atención a nuestro andar personal que a los apuntes que queremos compartir con los que están a nuestro cargo.
Basta con mencionar la palabra educación para que la mayoría de nosotros pensemos, casi en forma automática, en aulas, escuelas, pizarrones y libros. Todos estos elementos, en la mente de muchos, son propios de ese prolongado proceso que llamamos educación.El objetivo de la misma es transmitir, en las instituciones designadas para este fin, un gran cúmulo de información al estudiante. La convicción cultural que sostiene este proceso es que cuanto más información posea una persona, mejor preparada estará para enfrentar los diversos desafíos que le presenta la vida. La enorme influencia de esta perspectiva sobre la Iglesia ha llevado a que ella, también, considere que formar a las personas es algo que depende, mayormente, de la transmisión de información dentro del ámbito de algo parecido a un aula. Por esto, si deseamos que las personas en nuestro grupo casero, congregación o clase de escuela dominical crezcan en su vida de oración, su capacidad de evangelizar o en su intimidad en el matrimonio el primer paso que tomamos, siempre, es organizar un seminario sobre oración, evangelización o matrimonio.Como formadores de vidas el Señor nos llama a prestar más atención a nuestro andar personal…¡Qué distinto resulta este concepto de formación al que se maneja en el reino de los cielos! Poseer información, en este ámbito, no constituye gran ventaja. Es más, la Palabra nos provee una multitud de ejemplos que revelan que los que más información poseen son, muchas veces, los que más complicaciones experimentan a la hora de relacionarse con el Señor. En el Reino los que educan no apuestan a la transmisión de información, sino a la formación de vidas. La información, en este entorno, solamente es útil si produce una transformación del corazón, condición indispensable para caminar en intimidad con Dios y nuestros prójimos.Esta formación se da en el contexto mismo de la vida y, por esto, es absolutamente esencial determinar qué clase de persona es la que lleva adelante el proceso educativo. En el sistema educativo tradicional la experiencia de aprender mayormente está limitada a un horario específico del día, en el que los estudiantes llegan al lugar asignado para sus clases. Durante ese breve lapso de tiempo gozarán de acceso limitado a la persona que enseña la materia. Fuera del aula, sin embargo, el contacto con ella será casi nulo, y por eso no importa qué clase de vida lleva, siempre que sepa «dictar» su materia. En el Reino la persona que enseña es la materia Quienes han adquirido la responsabilidad de formar a otros, dentro del pueblo de Dios, enseñan a toda hora y en todo lugar, con el ejemplo que dan a los demás. Considere, por ejemplo, la forma en que el Señor pretende que los padres formen a sus hijos en la verdad, según el libro de Deuteronomio: «Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Se las repetirás a tus hijos, y les hablarás de ellas estando en tu casa y andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes» (6.6 y 7- RVR 95). En este contexto la formación de los niños jamás puede llevarse a cabo por un programa que les enseña Biblia una hora por semana. Más bien, es responsabilidad de los padres aprovechar las situaciones normales de cada día para compartir con sus hijos acerca de la Palabra. Estas ocasiones incluyen actividades de tan poco carácter «espiritual» como entrar o salir de la casa, sentarse a la mesa para comer o acostarse a dormir.En el Nuevo Testamento, Marcos indica que Jesús «designó entonces a doce para que estuvieran con él, para enviarlos a predicar y que tuvieran autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios» (3.14-15 – RVR 95). La capacitación de los Doce dependía enteramente de un sencillo programa: pasar tiempo con el Señor. De hecho, si escogiéramos los versículos en los evangelios en que específicamente Jesús imparte información a los discípulos comprobaríamos que estos no alcanzan siquiera para llenar un libro de bolsillo.¿Por qué? Porque el énfasis de Jesús en el proceso de aprendizaje de los suyos no era la acumulación de información sino la oportunidad de estar cerca de Aquel que es la Verdad.El énfasis de Jesús en el proceso de aprendizaje de los suyos no era la acumulación de información sino la oportunidad de estar cerca de Aquel que es la Verdad.Al caminar juntos, se contagiaron de la vida que él poseíaNo erramos, entonces, al afirmar que lo que impacta la vida de un discípulo no es el contenido de una clase, sino la vida de quien la enseña. El formador en el Reino entiende que un maestro enseña más con sus acciones y actitudes que con las palabras de su boca. Los discípulos dan testimonio del impacto de la vida de Jesús sobre ellos cuando Juan declara que vieron su gloria, «llena de gracia y de verdad» (1.14). En su primera carta el apóstol señala que desea compartir con sus lectores «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que han palpado nuestras manos, acerca del Verbo de vida» (1.1 – BA). Observe que Juan no está preocupado por enseñar doctrinas, ni enunciar teologías, sino en compartir lo que fue su propia experiencia con el Mesías. La pregunta fundamental que debe responder cada formador no es si está o no está enseñando, sino ¿qué es lo que está enseñando? Como formadores de vidas el Señor nos llama a prestar más atención a nuestro andar personal que a los apuntes que queremos compartir con nuestros alumnos. ¡Un maestro santo siempre contagiará de santidad a los discípulos que el Señor le confía!
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